Basta

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Ya estaba cansado.

Cansado de esparcir sangre por todos lados.

De lastimar gente, o a quienes ama.

Cansado de vivir para torturar. Y ser torturado por sus propias acciones.

Después de todo, no podía vivir en el pasado por siempre. Tenía que dejarlos ir en algún momento.

Así que Robonyan tomó coraje; reunió a sus amigos y seres queridos, para decir adiós y nunca volver. Esta vez de forma más pacífica, por suerte.

Luego, viajó al pasado y al cementerio; solitario y gris, excepto por las flores que adornaban las lápidas que mostraban los nombres de los dueños de los restos enterrados debajo de ellas. Lo odiaba, pero a la vez no. Sus amigos estaban allí. Mejor dicho, sus cuerpos. Ellos ya estaban en un lugar mejor, mientras Robonyan luchaba consigo mismo para no perder el control y caer en esa tortura, llamada locura, con la que tuvo que cargar todo este tiempo. Es... algo muy difícil de describir.

Ahora se encontraba sentado, de espaldas contra la lápida de Karakuri Benkei, o B3-NK1. Esta se encontraba en buen estado, con flores hermosas debajo de esta. Lo mínimo que Robonyan podía hacer era mantener ese pequeño lugar en buen estado. Si quería irse, quería que sus restos quedaran junto a los de a quién amó y siguió amando hasta ahora.

Estaba tranquilo, excepto por una cosa. Los recuerdos. Lo atormentaban todos los días, y se hacían eternos. El ambiente destruido, el cielo gris. Los gritos de sus amigos mezclados con las manchas de sangre de los mismos esparcidas en su y sus seres, más los cadáveres de gente inocente, un cuerpo que otro aún vivo y sumergido en un intenso dolor hasta morir.

-Yo siempre... estaré a tu lado... no importa que... porque te amo- las palabras de quien amó y asesinó se repetían en su cabeza.

-¡Por favor, no te vayas! ¡Eres lo único que me queda!- gritaba el nekomata en sus recuerdos. -Dijiste que estarías a mi lado- pensaba -Pero te fuiste y me dejaste aquí solo-.

No lo culpaba. ¿Quién querría quedarse con un loco, un asesino? Aparentemente sus amigos. Y Robonyan los amaba. Más que su vida.

Como esa vez en la que fue poseído por un virus, se quedaron con él.

O en cualquiera de las masacres, t.ambién.

O cuando se corrompió, en un monstruo.

En esas y muchas más ocasiones, se quedaron junto a él. Lucharon por y con él. Y por eso los amaba.

Y ya no estaban. Por su culpa, la cual tuvo que cargar hasta ahora.

Robonyan no era tan fuerte ni robusto como parecía. Era frágil. Un pequeño gatito el cual murió salvando a su dueña, y pensó que eso era lo peor que podía pasarle, aunque estuviera terriblemente equivocado. No importa por cuantos cambios pase; de Rudy a Jibanyan, de Jibanyan a Robonyan. Seguía siendo ese pequeño animalito.

Y viajaba al pasado constantemente para ver a sus amigos. No podía dejarlos ir, todo había pasado tan rápido, no tenía las agallas para despedirse ni soltarles la mano. Hasta hoy. Dijo basta.

Basta. De vivir en una fantasía. De sufrir. No iba a verlos morir por segunda vez. Basta.

Cerró los ojos.

Recordó los momentos felices, por una vez. Lágrimas de felicidad y tristeza a la vez caían por sus mejillas.

-Gracias por todo- murmuró -Pero esta vez no regresaré-.

Y se apagó. Y durmió eternamente.

¿Descanso Eterno?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora