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CAPÍTULO
DOS
   

Una semana. Siete días. Ciento sesenta y ocho horas. El tiempo corría. O mejor dicho: no se había detenido. El salto al pasado era insignificante junto al misterioso y relativo suceso al que conocemos como tiempo. Los segundos continuaban corriendo, los minutos seguían convirtiéndose en horas y éstas se acumulaban hasta contar un día. Era el mismísimo tiempo lo que preocupaba a la heredera Uzumaki. Temía no volver a su época y el hecho de no encontrar ningún indicio de aquella cueva en donde localizó el pergamino junto a su hermano mellizo, le ponía los nervios de punta. Recorrió por horas. Intentó recrear el camino, pero tal parecía que todos sus intentos eran en vano. Siete días ya se habían acumulado en su inesperada visita al pasado y no podía sentirse más inútil. Sola, tonta e inútil. Comenzaba a dudar de sus capacidades. Su confianza había disminuido de diez a menos diez. 

¿Y si Tobirama tenía razón y solo había sido sobrevalorada toda su vida? Incluso tenía sentido para ella: era la hija del Cuarto, un hombre que con solo decir su nombre, causaba temor en sus enemigos. Tenía todo el maldito sentido del mundo. 

Qué patética situación. 

No, ella era la patética.  

Mantener la calma en situaciones extremas, podía significar la vida o la muerte en un ninja. La rubia lo intentaba. Mantener la calma, pensar en frío, pero... ¿qué podría esperar de sí misma? Estaba en su hogar... ¡pero se sentía una desconocida! Tan sola y desubicada.

Sin embargo, a pesar de sus pesimistas pensamientos, sabía que no podía rendirse. No podía y no quería ser una carga para Tobirama y mucho menos para sus amables... y guapísimos subordinados.

¡Incluso el Tercero estaba buenísimo! Lo que le seguía pareciendo tan perturbador como el hecho de hablar del Futuro, como suceso Pasado. Y, Danzō Shimura... bueno. ¿Qué podría decirse de este sujeto? Nunca le agradó. Ni en el futuro, ni mucho menos en el pasado... o mejor dicho en el presente. Incluso ella, que apenas llevaba conociéndolo por unos escasos días, en su modo joven, podía sentir su mala vibra. No mala: pesada. No era del todo puro. Así como Kagami Uchiha o el Tercero... alias Saru.

Kagami Uchiha era muy atento con ella. Además de ser un caballero, era muy inteligente, hábil y perspicaz. Ni hablar de sus habilidades ninja. Phoenix lo veía como un prodigio. Solo un par de días bastaron para notar su enorme potencial.

Sarutobi Hiruzen era otro asunto. Podría ser muy listo, pero no lo suficiente como para notar la demasiado obvia rivalidad entre su compañero Danzō y él. Claro, él no estaba consciente de ello. Así como no estaba consciente del sentimiento de inferioridad de su amigo... ni de lo torpe que era entrenando a las aves mensajeras. Aún así, la voluntad de fuego brotaba por sus poros y Tobirama parecía tenerle mucho afecto.

Un día, el shinobi acompañó Phoenix al pueblo.

— No lo entiendo —replicó la rubia, observando a un hombre fumar.

— ¿Qué no entiende, Phoenix-hime? —ella odiaba que le llamaran de esa forma. Sin embargo, parecía que sus antepasado eran bastante formales en ese sentido y ella no podía luchar contra esas costumbres que, después de todo no estaban mal.

— ¿Es que los hombres creen que se ven atractivos con una cosa humeante entre sus labios? —hizo el comentario de forma intencional y sabía exactamente por qué lo decía. Quizá, lograría... modificar un poco el futuro, y de forma positiva.

— Ah... —el castaño rascó su nuca y negó con la cabeza, sin dejar de caminar—. No lo sé.

— Pienso que es... una costumbre y pasatiempo bastante... dañino. Por ejemplo, ese comportamiento podría no solo afectar su salud. Sino, afectar futuras generaciones. Sus descendientes creerán que eso está bien, cuando no es así. Le imitarán y se harán daño. No eres tú quien fuma el cigarrillo, es el cigarrillo quien te desgasta a ti con cada calada —volvió su mirada hacia él, luego de su discurso—. Por cierto, ¿tú fumas?

tempus . tobirama senjuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora