Ayden
Podría decir que me levanté por el fuerte viento que sopla afuera y no para de silbar con muchísima corpulencia, pero en realidad fue el frío quién me desparramó los sueños y me hizo volver a la realidad. Estoy temblando y no recuerdo cuando ni cómo me quedé dormido.
De repente, me encuentro sentado refregándome los ojos para poder adaptarlos a la tenue luz que hay en mi sala. A mi lado tengo una mesa muy pequeña de vidrio en dónde suelo comer todas las noches completamente solo. Agarro mi celular y miro la hora. 2:45 AM, aunque en verdad, parece mucho más tarde.
Su recuerdo se instala en mi cabeza otra vez, y parece absurdo que aún en el medio de esta tormenta mi mente implore un poco de calma.
Por primera vez en tanto tiempo había casi conseguido dormirme profundamente. Me levanto y voy hacia mi habitación por unas mantas y luego vuelvo al sillón. No soporto dormir allí desde aquel día, y aunque el ruido del temporal es aterrador, la sala es en el único lugar en el que llego a conciliar el sueño. O bueno, al menos un poco.
Quizá la única razón por la cual sigo aquí es porque muy en el fondo, una pequeña parte de mi no quiere rendirse... O porque soy tan cobarde que ni eso soy capaz de hacer.
Hace dos meses que no lo veo. Es terriblemente doloroso no saber nada sobre la persona que amas. Mi mente vaga por un millón de pensamientos a la vez: tal vez no se quedó conmigo porque le daba miedo darse cuenta que lo quería como el no sabe quererse, o quizá simplemente se aburrió de mí.
Me acurruco, abrazo mis piernas con ambas manos y lloro con el alma. Lloro de verdad, de la manera que más duele: lloro sin lágrimas.
Luego de unas horas, vuelvo a levantarme de aquel mismo sillón que me ha estado acobijando durante estos sesenta días. El resplandor de la mañana que se cuela entre las cortinas me perfora las pupilas y me quedo más tiempo del habitual observado la nada misma. La sala está inundada de una encandilante luz gris, y por la misma ventana que esta madrugada vi caer el estruendoso diluvio, puedo presenciar un húmedo amanecer.
— ¿Hola? —apenas logro articular la palabra.
Inmediatamente y por el suspiro que recibo del otro lado de la línea, me percato de que es mi madre y me aclaro la garganta para sonar más vivo.
— Hola mamá, disculpa... acabo de levantarme.
— Hola Ayden, siento haberte levantado. Solo quería saber cómo has estado. No me has respondido ni uno de mis mensajes.
Siempre se me ha dado bien por fingir, pero nunca he podido mentirle a mi madre sin que me descubra. Así que opto por decir la verdad, aunque omitiendo algunos detalles... O tal vez varios.
— Oh... Si, lo siento. Es que he estado muy ocupado con el estudio y apenas logro dormir cinco horas. Mi celular se ha convertido en una de mis prioridades más pequeñas estos días, mamá.
Haciendo caso omiso a las palabras que acabo de mencionar, mi madre finalmente se atreve a hacerme la pregunta sobre la persona que tanto me ha estado atormentando.
— ¿Sabes algo de él?
Ya la había puesto al tanto de que estoy en una relación. O estaba. De todas formas, todavía no ha llegado a conocer a Austin. Siempre quise presentárselo personalmente, pero nunca habíamos coincidido. Y mucho menos ahora.
— No. —Respondo tajante—. Es como si se lo hubiese tragado la tierra.
— El cambiar de aire te hará bien, hijo. ¿Por qué no te vuelves a Los Ángeles?
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Mi Casualidad Eres Tú
RomanceUn encuentro que derriba esquemas, porque el amor verdadero no tiene límites. Es una novela para lectores con la mente muy abierta. Dicho esto, y si todavía te crees capaz de soportarlo, te invito a que te aprietes el cinturón y disfrutes del viaje...