Haz de Luz

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Sentí una paz tranquila y acogedora desde el instante que desperté en mi cama. Todas las angustias que sentí los días anteriores, a pesar de no saber la razón de estas, habían desaparecido.

Cuando fui al colegio mis amigos me dijeron que mi humor había regresado a ser el mismo de siempre, que ya no me veían decaído y triste. No hice caso a sus comentarios porque ni yo podía darme alguna explicación de mi pésimo estado anterior.

De regreso a casa me reuní con mis padres en el comedor para cenar. Los tres conversamos sobre mi futuro universitario ya que pronto iba a terminar el colegio. Mis papás se mostraron felices por mi gran interés en algunas carreras de su agrado. Ellos se miraron como si todo lo malo hubiese terminado y me dijeron: "Hijo, nos alegra hayas regresado a ser el mismo de siempre."

Mi día había sido muy provechoso. La noche también lo iba a ser en cuanto me metiera en mi cama para recuperar mis fuerzas gastadas. Me puse mi pijama color oscuro, me metí a la cama y esperé quedarme profundamente dormido.

­—Hey, estoy aquí —escuché esas palabras mientras daba vuelcos entre mis frazadas. En un principio pensé que había sido producto del sueño, pero el ruido de la ventana al abrirse me quitó el cansancio completamente.

De inmediato abrí los ojos. Sentí un terrible escalofrío en todo mi cuerpo. Pude ver en la ventana una silueta de algo o alguien. "Mierda", dije, "alguien se metió en mi cuarto". Yo era un chico alto y de contextura gruesa, no un debilucho que se iría corriendo a buscar a mamá y a papá para que lo ayudasen con ese ladrón que entraba a las casas por las ventanas.

No iba a correr como una nena en busca de mis papás, porque yo me consideraba un joven fuerte, hábil, capaz de agarrarse a golpes con cualquier intruso. Me levanté de la cama al instante, busqué el zapato más cercano a mí y lo lancé con mucha fuerza hacia la dirección del ladrón. No dudé en provocarle un ojo morado.

"Ah", escuché. La voz era aguda, como la de un niño o la de una chica. El intruso perdió el equilibrio cuando quiso esquivar el zapato, por eso se cayó con violencia en el piso de mi cuarto. Prendí la luz para descubrir al ladrón, a quien imaginé todo un mastodonte, pero frente a mí solo vi a un jovenzuelo adolorido por el brusco choque contra las losetas de mi piso.

A pesar de ser un chico el mocoso tenía un largo cabello trenzado color negro. Llevaba una capa increíble de creer: larga y negra, como el de los magos. A simple vista, por su cara y por su locura de ir vestido como un mago frustrado, le calculé unos 14 años de edad.

—Wow, me han mandado un duende encapado, pero aún no es navidad —dije para romper el incómodo silencio.

El muchacho se acercó muy animoso a mí. No me pareció nada asustado después de haber sido descubierto.

—Ya veo, lo entiendo. Te vez bien, me alegra mucho —dijo con una bonita sonrisa. No me pareció agradable pensar en su sonrisa, porque era un mocoso...aun así no fui capaz ignorar lo lindo que era.

—Si no tuvieras cara de niño delicado y perdido, te sacaría a patadas de mi cuarto—dije jalándolo hacia la puerta de mi habitación para casarlo de la casa.

—No tengo cara de niño delicado­ —reprochó enojado. Él intentó librarse de mi agarre.

—Mocosos como tú no deberían meterse en casas ajenas.

­­—Mi nombre es Haz —dijo liberándose de mi agarre justo poco antes de poder sacarlo de mi habitación.

­­­— ¿Del verbo hacer? —pregunté al creer que al pobre le habían puesto un verbo como nombre.

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