"Ohana"

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27/02/1995. 04:45 AM. Maui, Hawaii.

Los rayos no dejaban de caer del amenazante cielo azul, manchado de diminutas estrellas que le daban un poco de esperanza a la luna, al sentirse tan solitaria.
Las pequeñas gotas cristalinas no dejaban de llegar, mandadas por el gran creador, opacando el buen temporal de la zona e imponiendo presencia en el frío suelo, acompañado del quejido de los grandes agricultores, suplicando que no sea el comienzo de una desastrosa tormenta.

En la lujosa mansión campestre se encontraba una niña cuyos deseos del ensueño se vieron arrastrados por el miedo que emanaba su cuerpo.
El terror de que el hombre extraño se camuflara en las sombras de la triste habitación, espantándola, se hacía más intenso a cada segundo que pasaba.
Su gran manta era la única salvación que existía en ese momento, protegiéndola de todo mal que amenazase con quitarle la inocencia que la caracterizaba.

De repente, un ruido se hizo presente cerca de su zona de descanso. Y, juntando todo el valor que podía llegar a tener una pequeña de ocho escasos años, se levantó de un salto, sacando absolutamente todas sus armas de protección.
Las mantas cayeron al suelo, encontrándose con la dura madera, que siempre esperaba un acompañamiento divino.

Melody corrió con todas sus fuerzas, sin detenerse a pensar que existía una extensa escalera que comunicaba al primer piso de la lujosa casa.
Uno, dos y tres segundos exactos previnieron la terrible osadía. Y cincuenta escalones le daban la bienvenida, mientas su pequeño cuerpo era sometido a grandes hematomas, morados y rojos.
Fueron pocos los minutos en los que esta mujercita sufría, pensando en que siempre era mejor llamar a su, ya anciana, madre, antes de esperar lo peor.

-¡MAMÁ!, ¡PAPÁ!- Gritó con todas sus fuerzas, cuando pequeñas gotas se asomaban por sus hermosos ojos color cielo, recorriendo el camino que se sabían de memoria, tiñendo sus mejillas de un líquido cristalino, extinguiéndose en su extenso pelo soleado, que yacía desparramado en las coloridas baldosas del lugar.
Sin embargo, ninguna voz familiar se hizo presente en la habitación. Ni un sonido de aliento, ni un reto voraz. Absolutamente nada.

Pero eso no era lo más extraño e inusual que estaba ocurriendo en pleno día de Brujas. Solamente la expresión de extrañes y terror puro de Melody, mirando fijamente la gran puerta de madera arbórea, habló por sí misma, contando sólo una mala historia que no tendría que ser repetida jamás.
La puerta estaba semiabierta, oyéndose cómo la lluvia chocaba en el roble, exponiéndose a la vista pequeñas gotas que se adentraron al lugar, proclamándolo como suyo.

Y si la pequeña no hubiese visto las películas viejas que se reproducían solas en la gastada televisión, donde la valentía, el amor y la curiosidad formaban a una honorable princesa, acompañada del apuesto príncipe salvador y su amigo animal, ésta hubiese sido otra historia.
Sin embargo, aunque el refrán era musitado siempre por los labios color carmín de su madre, «la curiosidad mató al gato», Melody era tan sólo una niña con ideales fantasiosos y ficticios, típicos de las más bellas historias. Y mucho menos se preocupaba en comprender tales afirmaciones.

Así que después de pensarlo en menos de dos segundos, se levantó, agarrándose de la fría pared de la sala y, buscando el interruptor de luz, llegó hacia su destino.
Asomando sus orbes celestes y, dejando ver un pedazo de mechón rebelde, notó que las luces de la capilla estaban prendidas, iluminando toda la zona hierbal.

En puntas de pié y sin hacer el menor ruido, Melody se encaminó hacia la gran lar.
A un metro de su llegada, se encontró con un sonido rebelde y un murmullo indescriptible, acompañados de quejidos sonoramente bajos.
Y, de repente, a dos metros del gran zona, el nido campestre se iluminó, con una luz extremadamente blanquecina. Parecía que una gran estrella blanca bajó del cielo para juntarse con los mortales de la tierra cercana, iluminando hasta al más triste campesino.

OhanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora