Esperanza

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    La mano se estrelló contra su cara, produciéndole una sensación de picazón junto a un cosquilleo desagradable.
    ―La última vez que te lo pregunto, ¿quién era ése? ―repitió él con tono amenazante, afianzando su agarre sobre las muñecas ajenas.
    ―Ya te lo he dicho. Un amigo. ―Musitó ella, cabizbaja.
    ―No te vas a ver más con él. ―Gruñó de mala manera, soltándole los brazos con un brusco empujón. La chica sólo asintió.
    El joven se pasó una mano por el pelo con cara de frustración, se dio una vuelta por la estancia y salió del piso dando un portazo.
    En cuanto desapareció, ella se deshizo en lágrimas sobre el suelo durante unos minutos eternos, hasta que la cerradura se abrió. Se puso alerta, conteniendo el llanto y los hipidos.
    ―¿Paula? ―En la puerta, una chica mayor que ella la buscaba con la mirada. En cuanto la vio acurrucada en un esquina, la bolsa de plástico se cayó con estrépito al suelo.
    ―¿Qué te ha pasado? ―La recién llegada se agachó junto a ella.
    ―Nada, Zoe, estoy bien...
    ―¿Te ha pegado otra vez? ―Paula calló. ―Te ha pegado otra vez.
    ― Es culpa mía, yo le he hecho enfadar.
   Un carajo es culpa tuya, quería gritarle Zoe, pero no quería que su amiga se asustase más. En vez de eso, la levantó y la llevó a que se diese un baño calentito, aprovechando para curarle las heridas y el labio sangrante. No iba a insistirle en que dejara a su novio, ya llevaba dos años intentándolo.
    ―Zoe... Eres muy buena. ―Paula rompió el silencio del baño, aún sumergida hasta el cuello en el agua tibia y llena de espuma blanca.
    La aludida paró de organizar el botiquín un breve momento, que aprovechó para mirar a la chica del pelo castaño antes de reanudar su tarea.
    ―Es lo que hay que hacer. No puedes quedarte callada y mirando mientras pegan y maltratan a otra persona. ―respondió, cerrando la maletita blanca y colocándola bajo el lavabo.
    ―Pero se ha enfadado por mi culpa...
    ―Paula, créeme si te digo que la única exenta de culpa aquí eres tú. ―Zoe apoyó sus codos en el borde de la bañera, mojándose un poco los arremangados extremos de su camiseta. Miró a su amiga en silencio unos segundos, tras los cuales se levantó con rapidez.
    ―Voy a hacerte una sopa. Te he dejado ropa limpia encima de la cama. ―Mientras desaparecía por el pasillo, con su característico paso silencioso y su melena negra ondeando, Paula pronunció un "gracias" a media voz.
    Unos minutos después, se quitó el jabón de encima y se enrolló en su toalla favorita, una de color marrón chocolate, muy suave y calentita. Se vistió con el pijama de Zoe y les dio un par de vueltas tanto a las mangas como a los bajos del pantalón. Por último, se calzó sus zapatillas de oso panda y se encaminó hacia la cocina.
    Zoe, mientras sacaba la sopa del fogón, escuchó el chancleteo que producía Paula al andar y llenó dos tazones. La vio entrar enfundada en su pijama de Darth Vader y sentarse en una banqueta.
    ―¡Quema, quema! ―Zoe vio boquear a su Paula como un pez, que se tragó el vaso de agua para sofocar el ardor que producía la sopa en su lengua.
    ―No es gracioso. ―le recriminó ésta, frunciendo el ceño ante la mirada divertida que le lanzaba su amiga.
    Zoe se acercó a ella y le dio un suave beso en los labios, prometiéndose que, si mañana Paula no cortaba con ese cerdo que tenía por pareja y lo denunciaba por malos tratos, lo haría ella.

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Porque no haya que celebrar más el Día Contra la Violencia de Género.

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