Capitulo 28

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No debería, pero cuando escucho el nombre de Jafet siento una puñalada en el pecho; mi cuerpo pierde fuerzas tanto que soy incapaz de levantar siquiera un dedo.
Me quedo perplejo mientras las palabras rebotan dentro de mi cabeza buscando entrar a mi cerebro para ser procesadas.
¿Una nota suicida de Jafet? ¿Será alguno de sus muchos planes? Quiero averiguarlo, pero también quiero quedarme sin hacer nada; aún le guardo mucho rencor.

- ¿Qué pasa? - la voz de Roberto me devuelve a la realidad - Pensé que estarías feliz de escuchar la noticia, ya sabes, por lo que te hizo.

Aquí hay gato encerrado.
Nunca hablé con Roberto sobre lo que Jafet hizo para afectarme.

- ¿Cómo sabes de lo que pasó? - le espeto - no he hablado contigo sobre esto.
- Bien - se nota un poco frustrado e incluso exasperado - mentí con eso de que llegó por correo; él mismo me la dió. Quiso que tú fueras el único que la viera, ya que la nota te dirá dónde está su cadáver, o al menos eso fue lo que me dijo.

¿Cuando terminará este calvario? Jafet solo quiere verme derrumbado, y lamentablemente lo está logrando.
Pero muy en el fondo siento un gran desprecio por él, y es lo que me mantiene cuerdo, o al menos lo que me hacía no perder la cordura, porque la acabo de perder.

- Necesito las llaves de tu auto - le digo a Roberto con voz temblorosa - iré a verlo.
- Toma, pero sólo es para abrir y cerrar, el auto tiene botón de encendido.

Tomo las llaves y me levanto con dirección a la puerta hasta que recuerdo la nota.

- También necesito la nota.
- Está dentro el reposabrazos del automovil - dice Roberto, claramente desconcertado (no entiendo por qué) - es un sobre blanco.

Salgo pitando de mi casa, abro la puerta del auto y una pistola 22 me apunta.
Jafet está detrás del arma.

- Sabía que sin dudarlo irías a buscarme - se burla Jafet mientras se dibuja una escalofriante sonrisa en su boca - anda, sube antes de que te mate aquí mismo.

Mis piernas se quedan tan duras como el concreto que tengo bajo mis pies, siento mi pulso a mil por minuto en la sien y el sudor escurriendo por detrás de mi cabeza; pero mi cerebro me obliga a moverme, porque sabe que si no lo hago la bala perforará mi cabeza  y no lo volveré a hacer por el resto de mi vida.

Subo al auto, cierro la puerta y lo enciendo.
- ¿A dónde me dirijo? - le pregunto a Jafet sin mirarlo a los ojos.
- En primer lugar sal del fraccionamiento - responde - pero antes, recoge a Roberto.

Roberto se acerca caminando por la acera y se sube al asiento trasero. Acto seguido me coloca la punta de un arma en la nuca.

- Avanza y sigue mis instrucciones Stiffler - me ordena.
Me limito a guardar silencio y responder con la cabeza.
Comenzamos a avanzar hacia la salida del fraccionamiento y Héctor, el vigilante nos pide el pase; lo tomo de encima del tablero, se lo doy y le lanzo una mirada compasiva esperando a que note que me encuentro en problemas, pero se me cae el alma a los pies en cuanto se da media vuelta y abre el gran portón de hierro macizo de la entrada.
Salgo.
- Dirígete hacia el Periférico Ecológico y ve en dirección a San Francisco - la voz, no, más bien el tono de Jafet me recuerda a la voz de navegación de Google Maps; sólo que él sabe el destino y yo no.
Obedezco sus órdenes sin titubear, y en menos de cinco minutos llegamos al Periférico, justo en la dirección a la que me ordenó.
- ¿Ahora hacia dónde? - pregunto.
- Toma el camino a  Tecali de Herrera y ve hacia la Presa - me ordena.

La Presa, como su nombre lo dice, es un cuerpo de agua, sólo que está totalmente contaminada con desechos del drenaje de toda la ciudad de Puebla.

Ruego por encontrarme con tráfico en el siguiente poblado, pero hoy la suerte no me sonríe y encuentro la carretera totalmente libre; hundo mi pie en el acelerador para ir más rápido (me calma mucho ir a más de 100 kilómetros por hora en un auto). El velocímetro digital registra 110.

- ¿Quieres llamar la atención de los agentes de tránsito? - me grita Jafet - baja la velocidad o yo mismo te disparo.
- Hazlo y también te mueres - las palabras brotan por sí solas de mi boca - mi pie se quedará en el pedal y perderás el control de la dirección, no te conviene hacerlo idiota.

Jafet quita el seguro del arma y apunta a mi cabeza.

- Cállate y conduce - sabe que tengo razón.

Hago lo que me pide: bajo la velocidad, pero no lo suficiente como para estar en lo permitido.
No encontramos ninguna patrulla en el transcurso, y en diez minutos nos encontramos en las compuertas de la presa.

- Aparca en los terrenos que están a la izquierda - dice Jafet mientras señala el lugar.
Me dirijo hacia allá sin vacilar y es cuando los nervios comienzan a crecer dentro de mí.
Veo que hay otro auto estacionado, un Volkswagen Jetta, pero al igual que este, tiene los vidrios totalmente oscuros. Imposible ver en su interior.
Apago el auto.
- Listo Jafet - comienzo a hablar - aquí estamos, hemos llegado a donde me ordenaste, y si me vas a asesinar ¿Por qué me trajiste hasta aquí?
- Fácil - se ríe - aquí puedo deshacerme de tí y aparentar que fue un accidente.
- ¿Qué te hice Jafet? - las lágrimas me pueden y me echo a llorar - ¿Qué te hice para merecer esto?
- ¿Qué me hiciste? Me dejaste Stiffler, y claramente sabías que esto no se iba a quedar así, te dije que los mensajes sólo eran el principio, y ahora hemos llegado al final. Si no eres mío no serás de nadie.

La mano de Roberto me tapa naríz y boca con un trapo mojado con un olor extraño, e inmediatamente sé que se trata de cloroformo. Me las arreglo y quito su mano, pero Jafet me da un golpe en la mandíbula con la culata de su arma, lo que me deja desorientado y me obliga a dejar de luchar.
No puedo moverme, pierdo toda conexión con mis sentidos, menos la vista.
Jafet enciende el auto, pone la palanca en D, y de una manera increíblemente rápida, él y Roberto se lanzan hacia afuera del auto.
Esté comienza a avanzar hacia adelante, conmigo en el interior.
Un sinfín de recuerdos se me vienen a la mente: la primera vez que mi padre me enseñó a manejar; mi mamá sacando del horno mi pastel de cumpleaños número diez; Hecuba y yo en un antro de Cholula; Penélope sacandome de sus clases; Jen con su vestido de noche; mi hermano Jonathan manejando su Beetle; las vacaciones en Japón con mis padres.
Recupero un poco la noción, pero mis brazos no responden, tampoco mis piernas, sólo tengo movilidad en la cabeza.
Veo que hay alguien sentado en donde antes estaba Jafet, y si no estuviera noqueado, saltaría de susto al ver a Bruno mirándome con su peculiar expresión pacífica.
Mis ojos se comienzan a cerrar como si no hubiese dormido en mucho tiempo, pero veo que Bruno abre los labios.
- Todo estará bien-.

Comienzo a pensar en todo lo malo que hice en esta vida, especialmente con mis padres. Supongo que ellos trabajando veinticuatro por siete se sienten muy decepcionados de mí por ser homosexual, pero finalmente no está en sus manos esa decisión. Hay quienes dicen que tomamos malas decisiones de las cuales nos vamos a arrepentir en un futuro, pero por más decepcionados que estén mis padres yo no me arrepiento de las decisiones que tomé en mis dieciocho años que logré vivir.
Repaso todo de lo que soy consciente: soy Charls Ludwig Stiffler Swift, tengo dieciocho años, lamentablemente no llegué a cumplir diecinueve; mi padre es ingeniero civil, mi madre es licenciada en administración; soy gay; moriré dentro de un auto de lujo; las personas más cercanas a mí quedarán destrozadas en cuanto lo sepan; mi vida fue común, nada extraordinaria.

El auto llega al borde del canal de desagüe de la Presa que se encuentra totalmente seco, y que tiene al menos cincuenta metros de caída libre.
El cofre del auto se comienza a inclinar hacia adelante y veo el fondo del barranco lleno de enormes rocas.

"Que sea rápido y sin sufrimiento"- me digo a mí mismo.

El Passat comienza a caer, y lo último que veo es el metal del auto impactándose contra el suelo.
Después sólo hay oscuridad y silencio total.

Hoja de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora