Capítulo 1: Caleb Coin

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     Él no sabía cuánto tiempo llevaba allí. Tal vez sean días, tal vez sean semanas, o hasta podrían ser años; pero allí estaba en su habitación tratando de ignorar, por las noches, cuando los demonios le hablaban. Todos los días venía a visitarlo Amanda, quién era la cocinera, le llevaba sin falta su desayuno, almuerzo y cena.

     Caleb recordó aquel día cuando los Trolls, Sak y Bak, lo secuestraron y Celeste (su ángel guardián) lo ayudó a escapar. Para poder distraerlos había dicho que era hijo del Rey Charles... en ese momento no sabía que él estaba en toda la razón. El poder de las palabras le pareció prodigioso.

     Cuándo tenía espasmo de dolor procuraba no gritar. No quería alterar más a la pobre de Emma. Con el pasar de los días las visitas disminuían, tal vez ya no le importaba a nadie. El único que llegaba todas las tardes sin falta era ese chico de cabello largo como el oro, y esos ojos azules profundos.

     –Dime, Darwin –decía con voz ronca. Llevaba tanto tiempo sin pronunciar una sola palabra y temía que la voz le fallara –, ¿qué ha ocurrido de importante en el Reino Celestial?

     Darwin colocó unos de sus mechones detrás de su oreja. Caleb recordó cuando lo vio convertirse en un lobo, fue esplendido y mágico, y su pelaje como el oro era magnifico y pulcro. Lo que aún le sorprendía era que un joven se volviera feroz, pero luego de conocer criaturas todavía más sorprendente un simple hombre lobo se volvía de menor magnitud.

     Aún le debía las gracias a ese chico. Su esposa le había asegurado que Darwin lo había llevaba una semana completa sobre su lomo; tendría que darle las gracias algún día.

     –Creo que lo más importante es la ceremonia que se efectuará la semana entrante –Darwin dejó de hablar al recordar que era un secreto. Un secreto que se le había ocultado a Caleb Coin por miedo a como reaccionaría.

     –¿Qué ceremonia, Darwin? –Caleb lo miró un poco sorprendido. Él era el rey, debería de saber cuando se realice alguna ceremonia en su reinado.

     –Se me ha prohibido hablar sobre eso, Caleb –Darwin bajó la mirada, pero luego la volvió a subir con una sonrisa de complicidad –, pero soy hombre lobo y no sigo ordenes de un chupasangre.

     –Dime, Darwin

     Al articular el nombre del chico con cabello largo de oro sintió una pulsada de dolor. Allí venía un espasmo. Le vociferó que saliera de la habitación para que no viera lo que estaba a punto de ocurrir.

     Sus músculos comenzaron a contraerse, otra vez. Ya había experimentado aquello, exactamente siete veces más esa misma mañana. Ya esos espasmos involuntarios se volvían parte de él.

     Darwin miró asombrado como Caleb sufría sus espasmos involuntarios. Retraía sus extremidades mientras ahogaba gritos de dolor. Duró, Darwin contó los segundos, veinte segundos realizando aquellos movimientos extraños.

     Dejó de moverse por completo. Él cerraba los ojos después de cada espasmo para no dejar al paso al llanto. Colocó los puños sobre sus ojos y se secó las lágrimas que comenzaban a acumularse. Respiró hondo doce veces. Rara vez lo calmaba.

     –Chico –dijo –, te pedí que salieras.

     –Lo siento.

     –No, yo lo siento –quitó sus puños de los ojos, y los abrió dejando ver como las venas de su esclerótica se marcaban –, lo siento porque tengas que ver esto.

     –El dolor hace más fuerte a las personas –Darwin le sonrió. Caleb se incorporó en ese momento y miró a su joven amigo a los ojos.

     –Dime, Darwin, ¿qué ceremonia es esa?

Las Aventuras de Caleb Coin: Arrástrame al InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora