27. Más allá de la colina

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Toc. Toc.

Silencio. Fue lo único que obtuvo Steven tras tocar la puerta de Herón repetidas veces. Con cuidado, giró la manija y empujó. Un leve escalofrió recorrió la parte baja de su espalda en el momento en el que dio su primer paso hacia el interior de la habitación. El aire frío de la mañana se colaba por la ventana abierta y, muy cerca del balcón, una silla mecedora permanecía en movimiento.

—Perdón por entrar sin permiso —se apresuró a decir Steven, al ver sobre la cabeza de la silla el cabello negro de su amigo.

—¿Qué necesitas? —preguntó molesto.

Steven se llevó una mano a la nuca.

—Quería despedirme antes de marcharme.

—Bien.

Tan fría resultaba la respuesta de Herón para Steven que empezó a dudar de sus palabras. La noche anterior su actitud no había sido diferente a la de ahora, ni siquiera se inmutaba en voltearse a verlo o en preguntar si había dormido bien. Herón mantenía fija su vista en algún punto entre los árboles del bosque. Steven, lejos de admitir que buscaba la atención de su amigo, pensaba que le gustaría ver un poco su faceta alegre y no esa expresión tan sombría.

—Ah, esto... —balbuceó sin saber qué más decir para iniciar una conversación.

—¿Ya desayunaste? —Por primera vez, Herón se giró a verlo—. Si no es así, tú y tu madre podrían preparar algo antes de marcharse. Creo que hay varias cosas que podrían usar en la alacena. Incluso hay carne en el refrigerador.

Steven amaba la carne. Casi le brillaron los ojos al escuchar que podría comer carne en el desayuno.

—Revisa bien —agregó Herón poco después.

Steven recordó que, al despertar, con toda confianza, como si estuviera en su propia casa, lo primero que había hecho había sido revisar el refrigerador y el interior de los gabinetes con la intención de pedirle a su madre que prepara un buen desayuno. Pensó que, de esa forma, podría alegrar a su amigo con algo rico al menos una vez. No podía decirle que ya había sido lo suficientemente confianzudo y entrometido como para buscar en su cocina.

Se decepcionó al comprender que allí no había nada y salió de la habitación para pedirle a su madre que preparara sus pertenencias para partir de una vez. Bajó las escaleras desanimado, con el estómago haciendo ruido por el hambre.

—Debe... —empezó a decir, pero se detuvo abruptamente al ver a su madre con dos bolsas de carne en cada mano.

—¿Puedes preguntarle a tu amigo si podemos preparar esto? —La mujer señaló los paquetes con una sonrisa en la cara. Quizás era herencia de familia el buscar comida en la cocina de otros.

Steven sacudió la cabeza y rio.

—Él dijo que usáramos todo lo que quisiéramos, incluso la carne.

Su madre amplió la sonrisa y se apresuró a entrar en la cocina. Parecía feliz. Probablemente lo estuviera, al igual que lo estaba él. Steven se apresuró tras ella, revisó las alacenas y el refrigerador. Sorprendido, parpadeó varias veces sin poder creer lo que veía. Antes había encontrado la cocina completamente vacía, sin ningún indicio de que hubiera siquiera un tomate o un huevo, o signo de que los utensilios y los aparatos domésticos estuvieran en constante uso.

«¿Habré visto mal antes?» se preguntó. Sonrió con nerviosismo. Luego, se alejó de allí y se dirigió a la sala.

Sacudió la cabeza. Se repitió varias veces que en realidad no bajó al primer nivel a revisar nada, que lo que sentía era una especie de deja vú. Sí, eso debía ser. Al convencerse, comenzó a sentirse extrañado y patético por pensar con alegría que comenzaría su día con un poco de carne. Se rio de sí mismo.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora