capitulo 1

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Y así como si nada abrí los ojos

-¿Dónde estaba? ¿Qué me había pasado? ¿Cómo llegue a este lugar?-

Y otra infinidad de preguntas pasaban por mi cabeza. Pero me saco de mis pensamientos, esa peculiar señora. Parecía nacida antaño, o su pelo había sido víctima de una tormenta de nieve, y sus patas de gallo, la marca de la almohada.

En fin, la peculiar señora, se acercaba a mi cara como si fuera alguna especie muy extraña, y entre tanto, cuando nuestras narices casi se chocaban gritaba:

-despertó- y por su voz confirme que ni tormenta ni almohada, a esa señora le pasaron años por encima.

Ella prosiguió hablando, pero esta vez, creo se dirigía a mi

-te llamas Verena William, ¿te acuerdas de algo?- si observar a la vieja me tenía confundida, que me dijera esto transformo mi cara aún más. No entendía porque me lo decía y en mi mente solo pasaba un:

-Decime algo que no sepa-

Pero me limite a decir palabra alguna por algunos segundos

-perdió la memoria- se apresuró a decir la vieja, que por lo que pude seguir observando parecía ser una enfermera, y le hablaba a lo que a mí me parecía su asistente.

Anotó algo en lo que me pareció era una planilla, y volvió a dirigirse hacia mi

-tu nombre es Verena Williams, tienes 18 años recién cumplidos, cuando ibas llegando a tu fiesta, desgraciadamente tuviste un brutal accidente en el auto en el que ibas. Por el momento no recuerdas nada, pero pronto tu memoria volverá, es el peso del gran golpe que tu cabeza sufrió- qué estaba diciendo esa señora y por qué a mí no me salían las palabras. Ella siguió en lo suyo, sin darme siquiera oportunidad para contradecirla- en este momento estas en el hospital español, y yo soy tu enfermera Ethel, si llegas a necesitar algo debes tocar este timbre de acá y yo vendré enseguida- no hice caso omiso a la ignorancia que creo hacia la presentación del hombre que para mí fuera su asistente. Lo tenía ahí, haciendo lo que ella dijera, como si fuera su esclavo- en media hora comienza el horario de visita- adjudico sin más.

Ambos se retiraron y quede en soledad, para así todo lo que no tenía sentido, intentar reflexionarlo.

Todo lo que la vieja, mejor dicho Ethel, había dicho no tenía sentido. Yo ya sabía todo eso, no era ninguna novedad, sentía como que todo lo que había pasado era una mísera siesta. Recordaba ver el camión aproximarse hacia nuestro auto, el ruido del cristal romperse y quedar simplemente dormida. Al despertar ya estaba en esa clínica, con una mujer que me hablaba demasiado cerca invadiendo mi espacio personal, y que creía que yo no recordaba nada, sin siquiera preguntarme.

Me sentía cansada, tenía un dolor punzante en cada parte de mi cuerpo, y las disparatadas ideas no cesaban.

Las voces comenzaron a oírse, ya lo que parecía un murmullo, se acercaba como una bandada de pájaros, era desesperante, solo quería descansar, y no verle la cara a esa gente. Sabía quiénes eran, mi multitudinaria familia.

Sentí a mi madre gritar, esa voz que toda mi vida escuche, ahora se notaba quebrada, la desesperación que sentía era prominente.

Tenía la mirada fija en la puerta, como asechando sus movimientos. En cuanto el picaporte giro, levemente en sentido horario, mis nervios desbordaron, no sabía que me pasaba, ni que iba a suceder en un par de segundos. No sabía que esperar, ni que esperaban ellos. El picaporte llego al final de su ciclo y ese empujón a la puerta, lo sentí como una puñalada.

La primera persona que mi vista capto fue mi padre. Me dedique a observarlo ignorando lo demás. Sus ojos rojos e hinchados. ¿Habría estado llorando por mí, por su primogénita? Solo había visto llorar a mi padre cuando mi abuela murió. Él decía que llorar era malo. Solía decir que las lágrimas únicamente te ahogan. Por eso mi asombro, no era en vano. Esa pregunta no salía de mi cabeza. ¿Yo al menos le importaba algo a mi padre?

Me retire de mis locos pensamientos para dar lugar a analizar el resto del panorama. Todos hablaban entre ellos, y algunos me hablaban a mí, yo los escuchaba, pero no entendía que me decían, o no quería hacerlo.

Vi a la mujer que me dio la vida acercarse, pasar su mano rugosa y áspera por mi mejilla a modo de caricia, sentí la necesidad de rechazarla, pero mi cuerpo no correspondió a las órdenes de mi cerebro.

-Verena, soy yo, mamá- soltó de pronto- ¿te acuerdas de mí?

-no- no sabía porque había dicho eso, solo salió de mi boca, sin haber tenido el proceso de razonamiento necesario. Claro que me acordaba, pero ¿y si podía sacar provecho de esto?


JazmínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora