Capitulo XXI

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Samuel había esa misma noche acompañando a Guillermo a casa de sus padres, aunque cada cual pasaría la navidad con su familia, no todos en conjunto. Besó los labios del más joven, tomándolo por sus mejillas heladas por el frío, y ambos sonrieron.

- Trata de que no se den cuenta. - Willy asintió, abrazando a su novio, pasando sus largos brazos por los anchos y trabajados hombros del más grande.

- No prometo nada. - balbuceó Guillermo aún abrazando a su pareja en el pórtico de su casa, aquella que lo había visto crecer, en todos los momentos de su vida. - Lo más seguro es que Carol se de cuenta. Me conoce demasiado. - le dijo.

- No creo que Carol sea de mucho problema. Cuídate, cuídala. - apoyó su enorme mano en el vientre abultado del menor y la pequeña pateó suavemente, pero no pudo sentirla por el enorme abrigo que tenía puesto Guillermo.  El mayor besó con ternura la frente del menor y se dirigió al auto para irse a la casa de sus padres. Ojalá no se arruinara la sorpresa, realmente quería poder ver las caras de todos cuando les contara que iba a ser padre y mucho más aún, con el verdadero amor de su vida.

Guillermo tocó timbre en su casa. Si bien tenía la llave, le dio algo de vergüenza entrar por su cuenta. Hacia tantos años ya que había estado viviendo fuera que, aunque fuese su casa, su hogar era en Andorra, donde vivía con Samuel. Su madre abrió la puerta, con un delantal todo lleno de harina y una sonrisa pintando su cara. Odiaba ver a su hijo con suerte una vez cada tres meses. Lo abrazó, sin importarle que su campera azul quedase llena de harina.

- ¡Guillermo! Te extrañé tanto. - exclamaba Karen apretando a su hijo entre sus brazos de madre, sin importar que el vientre hinchado del mismo estuviese en el medio. De todas formas, ni había notado el aumento de peso en su hijo, no aún.

- Yo también mamá. - le devolvió el abrazo de forma apretada y la mujer se separó para besar las dos mejillas regordetas del joven.

- ¿Cuanto tiempo hace desde la última vez que viniste? Cuatro meses, ¿No? - preguntó la mujer y Guillermo asintió, dandole la razón.

- En realidad un poco menos. Estuve muy ocupado grabando, y tuve algunos problemas con una amiga. No pude venir antes, lo siento. - se disculpó con una sonrisa aniñada pintando su carita.

Sintió a su pequeña patear fuerte, bastante inquieta, y tuvo que reprimir sus ganas de acariciar su vientre para que se calmase. No sabía cuánto rato iba a poder aguantar así. Aquella nochebuena la pequeña había estado moviéndose bastante, gran parte en el viaje en coche que habían hecho hasta Madrid y luego en el hotel. De todas formas, Guillermo no se quejaba, había visto la ilusión de Samuel al ver con sus propios ojos como los fuertes movimientos de la pequeña se marcaban en el vientre del menor. Casi se ponía a llorar y todo.

No imaginaba entonces como iban a ponerse sus abuelas, o Carol cuando la sintieran moverse.

- No pasa nada, cariño. Ven, entra que hace frío, no quiero que pesques un resfriado. - le dijo en su más cálido tono maternal e hizo entrar al joven, cerrando la puerta tras de él. Guillermo se quitó su campera impermeable, que era lo que más disimulaba su vientre, y acomodó el jersey que tenía debajo tratando de disimular su abdomen lo más posible. Las desventajas de ser delgado eran esas, que al haberse embarazado, engordaba solo de vientre. - Vaya Guille, has engordado. - Willy quiso maldecir pero se contuvo. Además de que iba a quedar evidente, su familia era altamente católica -pero no el catoliscismo completamente cerrado- y odiaban las maldiciones y blasfemias.

Dejó La Bolsa que había traído con los regalos debajo del perchero y algo oculta, por si Jorge la veía y siguió en su conversación amena con su madre, tratando de evitar lo más posible el tema de su exceso de peso y su embarazo.

Historia de Vida - Wigetta MPREGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora