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Me siento así, igual que siempre, cargando con una vida con la que no puedo lidiar, y lo peor, es que nuevamente es irracional. Es madrugada de sábado, no tengo mucho que hacer y está ideal para dar una caminata. A veces me gusta perderme en lo más recóndito de la ciudad y conocer lo que hacen las personas en esos horarios. Además, al ser policía, puedo por la noche salir con el uniforme e imponer miedo a quien fuera a cometer algún delito si no lo fuera, casi nunca se atreven a enfrentarme.
La noche está algo fría, debo decir que este callejón está bastante iluminado para ser de la zona más pobre de la ciudad, aunque me encanta atravesar lugares peligrosos ya que soy "inmune al peligro", de algún modo.
En la esquina hay un par de chicos consumiendo sustancias ilegales, o bueno, no hace falta ponerse correctos, cocaína en si.
Me les acerqué y al verme corrieron como ratas espantadas por un tigre al acecho, dejando una pequeña bolsa del polvo blanco en el suelo. Lo guardé en mi bolsillo, no sé qué pienso hacer con él, pero tan bajo no caeré.
Aún continúo caminando por las calles, puedo ver a lo lejos un letrero luces neon de un prostíbulo, que aunque no es claro que lo es, ya lo conocía de antes. ¿Qué tendría de malo pasar allí el rato?
El hombre que me atendió al entrar fue un viejo maloliente, quien seguramente controla el lugar, claramente es un caso de trata de personas. Pero, seamos sinceros, ¿a quién le importa la moralidad en un momento así? Tampoco es que yo sea detective como para analizar el caso a fondo.

Me indicaron la habitación número 23, es la más cara del lugar, espero que valga la pena y no haya gastado harto dinero en una mujerzuela de cuarta.
Supongo que demuestra algo de educación golpear, y que me haya indicado que pasara con una voz sensual simplemente me incita a dejar todo detrás de esa puerta.

—¿Qué tenemos aquí, un policía? —Lo dijo revolcándose en la cama cual gato y vistiendo simplemente ropa interior de una tela negra fina y transparente, sin faltar las sensuales medias con tirantes.

—¿Por qué eres tan voluntaria a hacer esto si estás aquí en contra de tu voluntad?

—Valga la redundancia.

—En fin, dime tu nombre para poder gritarlo de placer.

—Mikasa. Tu Mikasa.

—¿Así que me dejas ser posesivo?

—Todo lo que quieras —Suspiró a mi oído tomando mi mano y colocándola sobre sus voluptuosos senos apretados por el sostén.

Abalanzarme sobre ella se sintió bien, el tener sus pechos rozando el mío era excitante y daban ganas de continuar con bestialidad.

Se oían unas sirenas a lo lejos, aunque ninguno de los dos les dió importancia.
Antes de poder quitarme por completo la camisa, Mikasa me toma de la corbata, y ya que me encontraba sobre ella, me fuerza a besarla, terminando en un apasionado beso, el cual era realizado con movimientos violentos gracias a la excitación de ambos. Con una mano comenzó a desabrochar los botones de la camisa y deslizaba la otra lentamente sobre mi abdomen, hasta llegar a insertarla dentro de mi pantalón mientras continuábamos besándonos.

Se comenzaron a oir pasos por el pasillo que se incrementaban cada vez más, alguien corría hacia nuestra dirección. Antes de poder despegarme de ella, el mismo hombre que me atendió al entrar, derribó la puerta de una patada con furia y desesperación.

—¡Debemos correr, la policía nos descubrió! ¡Todas al camión!

Rápidamente tomé mis cosas y corrí hacia el pasillo, Mikasa salía tras de mí habiendo tomado apuradamente una bata y estando cubierta con ella.
Todas las mujeres que allí "trabajaban", fueron conducidas obligadamente a subir a un camión que se encontraba en una salida trasera del lugar, pero si bien Mikasa las siguió hacia allí, al estar los dos fuera, antes de que pudiera escapar, me tomó del brazo con fuerza y dió un grito desesperado.

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⏰ Última actualización: Jul 21, 2020 ⏰

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Corrupción | RivamikaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora