XXXVI

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El nuevo preso no podía creer lo que estaba oyendo.

Acababa de llegar, y lo único que escuchaba eran gemidos y palabras eróticas por parte de Samuel.

El ahora novato, se mantenía con los brazos entre las rejas, agarrándose a los barrotes, con la cara muy cerca, intentando ver algo.

—Hola —escuchó más cerca de él. Era el de la otra celda—. Menuda bienvenida te han dado estos, ¿no?

Percy sonrió, aunque este no pudiera verlo.

—Desde luego. ¿Pasa muy a menudo esto?

—No, es la primera vez. Pero algo me dice que no será la última.

—Les ha venido genial que yo llegase, ¿no? —Rió el nuevo.

—Sí, estupendamente —El inglés lo imitó—. Le vas a caer de puta madre a mi amigo.

El chaval asintió sonriente, como si el otro pudiera ver mucho más que su nariz y pelo asomando entre los barrotes.

—Por cierto, ¿cómo te llamas?

—Alex. Alejandro bravo. Pero llámame Alex.

—Está bien. Mi nombre es Percy. Te daría la mano, pero lo veo difícil.

Ambos sonrieron.

—Los que están follando como conejos son Samuel y que Guillermo. Éste último es quien se hospedaba en tu nueva habitación de hotel.

Los dos rieron con ganas.

—Es agradable conocer a gente con sentido del humor, aún estando aquí dentro.

—Qué remedio —habló en inglés—. Es lo único que nos queda al final cabo.

—Estoy de acuerdo.

Mientras estos dos conversaban tranquilamente, en la celda de De Luque la situación era diferente.

El de mayor edad sujetaba el miembro del menor con fuerza, a la misma vez que lo masturbada.

—Necesito que te muevas —gruñó el castaño en el oído ajeno—. Date media vuelta.

Las manos del menor se separaron del torso del contrario, y, con la dificultad de tener los pantalones por los tobillos, se giró sobre sí mismo, quedando de espaldas a Samuel.

Éste, quien aún conservaba sus pantalones, se deshizo de ellos y de la ropa interior, la cual estaba pareciéndole demasiado apretada.

Los glúteos del pelinegro notaron el erecto miembro del mayor chocando contra estos.

Las manos del más fuerte, acariciaron con ansias el cuerpo de Díaz, para seguidamente, continuar tocando su pene.

—¿Te gusta lo que hacen mis manos?

Un escalofrío recorrió su espina dorsal, acompañado de un leve temblor.

—S-sí. —Nada podía hacerle sentir más incómodo que admitir aquello.

El castaño sonrió, susurrándole al oído algo que lo hizo volver a soltar un gemido. "Pues entonces te gustará lo que puedo hacer sin ellas"

Separó, un poco, las piernas del menor y bajó su espalda para dejar más a la vista su trasero. Y, sin avisar, metió su pene en la entrada del chico, logrando que éste pegase un fuerte grito de dolor.

Alex y Percy dejaron de hablar para centrarse ahora en la celda de la que provenía aquel grito.

—Relájate —dijo Samuel, moviéndose unos milímetros en el interior del otro—. Tensarte sólo hará que te duela más.

—N-no pued... —respondió, sin poder hablar apenas. El dolor no lo dejaba.

—Claro que puedes —Los labios del castaño fueron a parar a uno de sus hombros, el cual besó y mordió para lograr que su compañero se calmase, lo que ayudó bastante—. Sólo disfruta.

"Como si fuera tan fácil" Esa frase se quedó en la mente de Guillermo, hasta que notó una fuerte presión en su miembro. Gritó. Pero esta vez no era de dolor.

—Así me gusta. —susurró el mayor. Y continuó embistiendo al joven que se sujetaba a la pared para no perder el equilibrio.

Su cuerpo temblaba y ardía. Se sentía sofocado por el calor que emanaba de su piel, pero al mismo tiempo no podía escapar de esa magnífica sensación, que le hacía sentir tocar el cielo.

La mano del Samuel mantenía su movimiento sobre la erección del contrario, sin parar de mover sus caderas contra sus glúteos, provocando un sonido vibrante.

Guillermo quiso tenerlo delante para clavar sus uñas en él. Era muy raro sentir esa necesidad, pero así era, e intentaba bastarse con aquella pared tan malditamente lisa, en la cual sus manos comenzaban a resbalar.

—Sujétate fuerte.

Fueron las palabras que escuchó el pelinegro. Y antes de encontrarles el sentido, las estocadas del más corpulento aumentaron en fuerza y ritmo. Lo que dificultaba la estabilidad de Guillermo.

Sus manos se despegaban del muro, como dando pequeños saltos. A veces, simplemente se deslizaban hacia abajo, haciéndolo caer. Pero nunca llegaba a caer al suelo. Samuel lo tenía muy bien agarrado.

El menor terminó corriéndose en la mano del castaño, soltando un profundo gemido, causando al mismo tiempo el orgasmo del mayor.

Los dedos de De Luque se habían clavado en las caderas de Díaz. Su cabeza se apoyó sobre el cuerpo delgado, intentando regular la respiración.

Guillermo no sentía su cuerpo, y el agotamiento del orgasmo, más la postura que había tenido que mantener durante bastante rato, produjeron que este cayera al piso.

Samuel casi cae con él, pero se incorporó a tiempo.

No le impresionó la caída del chico.

—Puedes tumbarte en la cama si lo necesitas. —dijo el que aún permanecía de pie.

—Me encantaría —respondió el otro con la voz entrecortada—, pero no puedo levantarme.

El mayor sonrió y se acercó a él para ayudarlo.

—No te preocupes, te echaré una mano.

Al decir aquello, se le vino a la mente el sentido pervertido de lo que había dicho, pero no le apeteció mencionarlo. Ahora sólo quería poner en pie a Díaz, y que pudiera descansar sobre el magnífico colchón, del cual solamente podrían disfrutar en un lugar como ese.

Los ojos de Guillermo se cerraron en cuanto pudo acostarse.

Los abrió un momento para observar a su compañero, quien lo miraba de vuelta desde arriba.

—Gracias. —Fue todo lo que dijo.

Al castaño le extrañó.

¿Por qué le agradecía?

No era nada coherente.

—¿Gracias? ¿Por qué?

Que había vuelto a cerrar los ojos, los abrió de nuevo.

—Por ayudar a levantarme. No tenías porqué hacerlo. Al fin y al cabo, lo único que querías de mí era...

Se sintió avergonzado por lo que estuvo a punto de decir, así que prefirió dejar la frase a su imaginación. Era evidente a lo que se refería.

—Ya veo —habló sin apartar la mirada de él—. De nada, entonces. ¿Me dejas un hueco?

Díaz se hizo a un lado, dejando a Samuel tumbarse junto a él.

Mientras tanto, los otros dos compartían bromas y risitas, tras haberlo oído todo.

Prisioneros [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora