El Guardián del Cielo [Katekyo Hitman Reborn!]

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De pronto todo desaparece.
El calor, la determinación, la fuerza, el instinto, la valentía, las llamas; Tsuna vuelve a ser Tsuna, solo que más débil, agotado. Sus piernas ceden ante su peso y falta de fuerza, cae de rodillas, las mejillas mojadas y los sollozos atorados en la garganta.

No puede hacer nada más que mirar sus manos, rojas y brillantes como las llamas que consumen todo a su alrededor. Sus pequeños dedos manchados de sangre tiemblan al igual que todo su cuerpo; las ropas que usa están mojadas, teñidas de aquel líquido cuyo olor comienza a marearlo.

Su madre yace inconsciente a escasos pasos, las llamas demasiado cerca de ella.
La casa arde y cruje, el fuego se extiende sin control devorando todo a su paso, destruyendo todos los buenos momentos ahí vividos.

A Tsuna le cuesta respirar, no sabe si es por el humo o porque siente que el pecho le va a reventar. Las heridas sangran y sangran y el dolor es tal que apenas puede soportarlo.

El fuego comienza a quemarlo, asfixiarlo.

¡Ah! Es demasiado.

Duele, duele, duele.

¡Por favor, alguien párelo!

Quema, quema, quema.

Todo él arde como una hoguera, desde el interior hacia afuera.

Las llamas son salvajes, se desbordan y serpentean a su alrededor con tal violencia que consumen y dan muerte a las demás que no sean iguales a ellas. Se comprimen y expanden imitando el latido desenfrenado de su corazón.

Su madre recobra el sentido cuando Tsuna ya no puede con ello. El pecho le duele, arde y quema haciéndolo jadear como si tuviera un ataque de asma.

—Tsu-kun —lo llama asustada, su voz tiembla a la vez que intenta acercarse —. Todo está bien Tsu-kun, mamá está aquí —dice tratando de tranquilizarlo a él y a sí misma

Él la mira por sobre las llamas danzantes, dejándose envolver en la dulzura, amor y calidez de sus palabras; solloza su nombre aterrado, tratando de llegar a ella para fundirse en un abrazo. Es entonces que las llamas estallan y envuelven todo a su paso.

Cuando los bomberos llegan a la residencia Sawada es muy tarde, solo quedan huesos y cenizas.
 
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Es un lugar oscuro, lo suficiente para no poder ver su propia mano.

Tsuna sabe que no está solo, puede escuchar las respiraciones de otras personas, y si se concentra, ver sus llamas vitales.

Tempesta. Pioggia. Sole. Fulmine. Nuvola. Nebbia.

Siete personas con siete llamas diferentes... —divaga antes de que una columna de luz lo bañe al igual que a cada una de las personas sentadas alrededor de la mesa.

No le sorprende encontrarse rodeado de mafiosos (después de todo pertenece a ese mundo lo quiera o no), sin embargo, estar ante la presencia de algunos de ellos resulta intimidador —algo que no exterioriza abiertamente— y por sobretodo, peligroso. No por nada son reconocidos y temidos en el bajo mundo.

Le resulta extremadamente fácil reconocer a Gokudera Hayato (conocido vulgarmente como Smokin' bomb), genio reconocido por su habilidad de controlar múltiples llamas e inventar un sistema tanto complicado como poderoso, temible a ojos de muchos; a su costado, con ojos afilados y un aura abrumadora que grita peligro esta Hibari Kyoya, uno de los hombres más fuertes y temidos de la mafia. No por nada controla a toda la yakuza y tiene una organización propia; en el otro extremo se encuentra Rokudo Mukuro, el ilusionista más fuerte de esta época (o tal vez de todas). Tsuna ha escuchado muchas cosas sobre él, especialmente de su vena sádica a la hora de destruir familias enteras; Bovino Lambo también tiene cierta fama entre los usuarios de llamas, todo gracias a su afinidad sin igual a la llama del rayo y al uso de un artefacto singular creado por su Famiglia. No logra identificar a los otros dos chicos restantes, sin embargo, le basta con verlos para saber que también están involucrados en la mafia.