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Malcom vio que el Payaso se ponía en movimiento de inmediato. Sin perder un segundo, ya había comenzado a dar instrucciones con una mano mientras hablaba por teléfono con la otra. Estaba comenzando a seguir los pasos del Payaso cuando un grupo de sus asesores más cercanos se le acercó y le indicó que los acompañara fuera del Palacio. Malcom volteó hacia donde estaba el Payaso, pero éste había desaparecido. Sin más opciones, siguió a los asesores. Eran cuatro en total, uno calvo, pasado sus cincuenta, uno de pelo rojo y barba corta, probablemente en sus treinta, otro de piel oscura y pelo muy corto rondando la misma edad y, el líder, el integrante más joven del grupo, una mujer delgada, de pelo rubio, peinado y repeinado hasta la perfección, sin un pelo fuera de su lugar. Todos vestían impecables atuendos negros. La mujer vestía un femenino traje gris de ejecutiva y zapatos altos, mientras que los hombres usaban ternos, camisa y zapatos bien lustrados.

Malcom les preguntaba dónde estaba el Payaso, qué estaba haciendo, cuando saldrían, por qué no estaban en camino y muchas otras preguntas.

- El Payaso está organizando la fuerza de ataque - le respondió la mujer rubia secamente.

- Y también la cobertura mediática, - agregó el hombre calvo.

- Ya se le indicará cuando estén preparados, - dijo la mujer - mientras tanto, será llevado a un lugar donde podrá esperar cómodamente.

Esperar cómodamente era algo que Malcom no creía poder hacer en ningún lugar. Les indicó que necesitaba una radio, que necesitaba al menos advertirle a Rhor que la ayuda iba en camino. Los asistentes se miraron entre sí y sonrieron levemente ante lo que consideraban un mero entusiasmo pueril de su parte.

- Ciudadano Jerry, - dijo el calvo con una expresión de condescendencia - ¿Por qué querría usted arruinarles la sorpresa?

Malcom lo miró devuelta atónito mientras los asesores dejaban de prestarle atención y se ocupaban de otros asuntos. Lo llevaron al hotel más lujoso de la Ciudad, El Spiral. Un enorme edificio que parecía desafiar el cielo con su altura. El hall de ingreso tenía tres pisos de altura, un piso de mármol impecablemente pulido, muebles de diseñador y una iluminación indirecta que te hacía sentir como si estuvieses dentro de una nube al atardecer. Era un salón realmente hermoso, pero él no lo notó. Estaba absorto en sus preocupaciones.

Era curioso cómo el joven que tenía todo que perder, podía darse el lujo de admirar lo que nunca antes había visto mientras cumplía su misión, pero el Malcom que ya había logrado su objetivo estaba hundido en la preocupación y la impaciencia. Esta idea se le cruzó por la mente, un análisis rápido le indicó que su comportamiento estaba invertido, que ahora más que nunca se podía sentir tranquilo. Decidió relajarse un poco pues, como decía su padre, estresarse no le estaba produciendo ningún beneficio. Entró a la habitación que le habían reservado, 8001 decía la puerta. Al ingreso, notó que el televisor ya estaba encendido.

La Ley 1.02, pensó, prohíbe apagar el televisor.

En lugar de eso se podía reducir su volumen y luminosidad al mínimo, pero no apagarlo.

- Se te enviará comida y ropa, - dijo el asesor de cabello rojo mirándolo de pies a cabeza con algo de asco - no abandone la habitación.

- ¿Cuándo nos vamos? - preguntó impaciente Malcom.

- Le vendremos a buscar cuando sea el momento - contestó secamente el asesor de piel oscura - si necesita algo, levante el teléfono.

Los asesores cerraron la puerta antes de que Malcom pudiese decirles que él no sabía cuál de todos los aparatos era el teléfono. En fin, supuso que les preguntaría a quienes le traerían comida. Se acercó a la ventana, abrió la cortina y sintió cómo sus pulmones se inundaban de aire y se paralizaban un segundo. De todas las cosas que había visto en la Ciudad esto era lejos lo más hermoso. Era como si hubiesen bajado las estrellas y las hubiesen depositado sobre los edificios y las calles. Había luces de todos colores e intensidades. Algunas moviéndose, otras quietas. Malcom jamás había imaginado algo así. Era como un mar de luz. Un verdadero mar de luz. Nunca ni en sus más alocados sueños había imaginado que vería algo así. Ni siquiera el televisor siempre presente pudo interrumpir su momento.

Si quienes viven acá no perciben esta belleza todos los días, pensó, están perdidos

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Si quienes viven acá no perciben esta belleza todos los días, pensó, están perdidos.



ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora