—Mira, Fernando, tus tías te adoran y lo único que quieren es protegerte, pero eso no es posible, tienes que conocer el mundo... Y el hecho de que a tu edad te interesen los cuerpos femeninos es muy natural; eres un adolescente, casi a punto de convertirte en hombre, así que te voy a recomendar...
—Sí, padre —dijo apurado Fernando.
—El hecho es que estás creciendo, y lo único que te recomiendo es que tengas cuidado con lo que llevas a casa; tus tías te lavan la ropa, la doblan, la guardan, así que... ellas saben o se dan cuenta de cuando tú... ya sabes... ¿Has tenido sueños húmedos?
—Sí, padre.
Fernando está hincado frente al padre, en postura de confesión. Piensa que en cualquier momento el padre le va a soltar un fregadazo. Sus músculos se contraen, esperando lo peor.
—Ahí tienes. Es mejor que te hagas cargo de tu ropa, para que tengas un poco más de independencia... ¿Me entiendes?
—Sí, padre —responde el muchacho, atribulado.
—Nada te cuesta, muchacho, lavar tu ropa interior cuando te bañas. Así te evitas la pena...
—Sí, padre.
—Qué bueno que estás despertando a tu sexualidad. Ojalá tuvieras un tío o un pariente que te llevara a un lugar con mujeres "malas", para que te desfogaras.
—Sí, padre.
—Para tranquilizar a tus tías, diles que te di una penitencia muy severa, pero que no puedes decirles cuál es. Que es un secreto de confesión. Por otro lado, no lleves revistas de mujeres desnudas a tu casa, y cuando lo hagas, escóndelas muy, pero muy bien —aconsejó el padre con una sonrisa de complicidad.
—Sí, padre.
—Ahora ve a comer como Dios manda y quédate tranquilo, hijo, que no hay nada de malo en lo que haces.
Fernando besó la mano del sacerdote, se persignó y salió hacia su casa. Sus tías lo recibieron con cara de pasmo; no sabían qué castigo le había impuesto el padre Gonzalo al joven Fernando. Pero ellas no preguntaron nada y Fernando tampoco dijo nada.
A Fernando le quedó muy claro que lo que le había enseñado el padre Andrés, tiempo atrás, era cierto. Mientras llegaba la oportunidad de asistir a una casa de mujeres "malas" para hacer cosas ricas, se ufanaba de decir a sus amigos de la secundaria, y luego de la preparatoria, que sabía muy bien cómo cogerse a una puta. Sus amigos al principio se quedaban boquiabiertos por el lenguaje que utilizaba Fernando. "Es un chingón", decían. A esas alturas muchos de ellos no sabían nada de sexo; andaban en el aprendizaje de los besos y las masturbadas. Cuando le contaron a Fernando lo que sus papás decían de la masturbación, Fernando, como todo un hombre, se cagó de risa.
—Me cae, wey, te salen pelos en la mano por andarte jalando la chingadera.
—¡No mames! —dijo Fernando.
—A mí me dijeron que se me van a llenar las manos de ronchas. ¡Y es cierto! Mira mi mano, wey —dijo otro.
—¡Pobre pendejo! —exclamó Fernando.
—Me cae, wey, mira mi mano.
—No tienes ni madres —aseguró Fernando—. ¡Estás bien pendejo! Mira mis manos, wey. Llevo años, años, haciéndolo, y nunca me ha salido un puto grano.
—¿Te cae?... Lo que pasa es que a ti te salen los granos en la jeta. ¡No mames, cabrón! Estás todo "empedrado".
—A mí los granos se me van a quitar algún día, pero a ti lo pendejo, nunca.
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Yo zorra, tú niña bien
Teen FictionLa suerte de la zorra, la niña bien la desea yo zorra, tu niña bien es una seductora novela sobre la rivalidad entre dos medias hermanas, Mariana y Renata, quienes fuero educadas de maneras diferentes por su madre. La mayor Mariana, al ser víctima d...