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Marcel Larkin deseaba ordenar el hondo mar que llevaba dentro tras unos cuantos días dedicado junto a su bella y mortífera amante al juego de la pasión. Los recuerdos de los últimos días, de alguna forma, eran una especie de emoliente para el alma, una aromacidad infinita inscrita en los pliegues más curvos del placer. Marcel, o lo menos una parte de su espíritu, sospechaba que durante aquellos días, la luna había comenzado a bañarse con el néctar afrodisiaco de un asombro de otro mundo, un asombro de naturaleza abismada y con ojos de un mar oleaginoso y ligeramente ingrávido. Él y su bella amada no solo se habían amado en un casino, también habían explorados otros juegos, otras aventuras, otros lugares. Él le comentó a ella, de hecho, la nota que había escrito Iris en la cual se les recomendaba a los miembros de la Estrella del borde azul ensayar juegos de amor luego de hacer lo que mejor sabían hacer. Por lo menos eso era lo que se les indicaba si es que querían evitar algún tipo de maldición. Y a ella, es decir, a la bella y mortífera Scarlet, la idea le había parecido divertida. De ahí que no fuera raro que al poco tiempo él y ella comenzaran a amarse en los mismos sitios en los cuales emprendían la oscura y nefasta labor de sacar almas de este mundo.

Cierto día, él y ella visitaron un salón de música flamenca para distraerse un poco. Ambos se vistieron para la ocasión. Él, con un traje oscuro, un sombrero y una camisa blanca, y ella con un largo y ajustado vestido de color rojo. Al primer instante en el cual él la vio a ella vestida de esa forma, la ráfaga de una brisa repentina movió todas las cortinas de su ser más interno. Claro, al verla así, nadie en este mundo hubiese llegado a pensar jamás que aquella chica de apariencia dulce y de mirada de melodiosas e intensas caricias, era una fría y sádica asesina que disfrutaba sobremanera con el olor a hierro de la sangre de sus víctimas. Nadie hubiese pensado jamás que aquella chica era capaz de asesinar a cualquier persona, incluyendo a mujeres y niños. Nadie hubiese imaginado siquiera que ella fue vendida cuando apenas era una niña por su propia hermana proxeneta, a un hombre que la llevó a un país asiático en el cual, se abusó de ella de múltiples formas y se le entrenó para que su alma se tornara tan fría como un iglú, para que la superficie reflectante de sus ojos perdiera la chispa de su humanidad, y de esa forma ella se convirtiera en una mortífera y despiadada asesina.

Marcel sacó a bailar a su enamorada mientras un grupo en el restaurante de música flamenca en el cual estaban, tocaba y entonaba la canción de La niña de fuego de Manolo Caracol. En cierto momento del baile él acercó su rostro al de ella sin dejar de mirarla con ojos impetuosos. El ritmo de las miradas contenía en esos momentos la más clara visibilidad de un devenir intenso. En la luna, por su parte, ardía una desnudez incendiada con el fuego mismo del delirio. Y fue entonces cuando Marcel tomó en una de sus manos una flor que colocó acto seguido en el cabello castaño de la hermosa Scarlet. En esos instantes de fuego y de vida, aunque también de oscuridad, la noche comenzó a hacerse eterna. En esos instantes Scarlet Amalia Monsiváis acercó sus labios a uno de los oídos de Marcel y luego le susurró levemente que no se había puesto ropa interior.

Tras la salida de aquel restaurante él y ella pasaron por un oscuro y muy poco seguro callejón donde dos delincuentes intentaron robarlos. Él y ella los asesinaron de tal forma que aquel par de ladrones pudieron ver sus propias vísceras antes de morir. Luego de ello se desató una tormenta de macabra y anormal pasión. Marcel entró en ella mientras aquella chica con el alma muerta lo devoraba con sus besos y caricias.

Al día siguiente, mientras Marcel rememoraba los sabores intensos de la noche anterior, el timbre de su teléfono móvil lo sacó en el acto de sus cavilaciones y remembranzas pasionales. Él contestó.

—Hablo con una organización de asesinos, ¿verdad?

—¿Con quién hablo yo? —preguntó Marcel.

De las inercias de la piel a un mar de constelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora