Todo fue tan fugaz.
Cada detalle parecía estar perfectamente esbozado por la mano de un cruel escritor traicionado... Como si deseara traspasar el dolor que nació en él a simples letras trazadas en papel. Pero al mismo tiempo, traspasara delgados hilos de dulzura para ir tejiendo la historia hasta un final que él mismo deseaba tener.
Yo... Estaba en la cúspide de un monte, un hermoso monte atestado de vida.
Todo a mi alrededor creaba su propia sinfonía. Una música que a pesar de encontrarse siempre sonando, yo era incapaz de oir.
No importaba cuanto me esforzara, no podía sentir la presencia de nadie. No podía recordar los motivos causantes de mi estadía transitoria en ese monte. Todo a mi alrededor se sentía tan frívolo, tan vano...
Descendiendo en memorias remotas, fui conciente de que mi vida estaba manchada de colores cada vez más desvaidos conforme los años me consumían.
Mi perspectiva del panorama comenzó a cambiar, volviendose difusa.
Perdí el equilibrio.
Me sentia inconciente.
Ignorando el tiempo transcurrido, desperté del aturdimiento. A mi alrededor predominaban las tinieblas. Mi cuerpo reaccionó temblando al cambio de sensación en el ambiente.
Lacerante, el frío penetraba cada centímetro de mi piel hasta los huesos, robandome calor corporal. Ansiando orientarme, mi mirada dio con unas masas negruzcas a varios metros sobre mí, de las cuales se filtraban unos pocos rayos de luz provenientes de una luna llena plasmada en un cielo distante.
Razonando, entendí que aquel paraje sobre en que me encontraba correspondía a un bosque, cuya densidad asentaba su lobreguez.
Comenzé a gritar con desesperación, desgarrando mi garganta. Apenas frágiles sonidos provenian de ella, contrastando con el ruido blanco que emanaba de entre los gruesos troncos nacientes del terreno irregular.
Me abstuve de hacerlo cuando, al detenerme para tomar aire y volver a gritar, capté en la lejanía el sollozar de una afligida y suplicante voz.
¿Acaso le han abandonado aquí también?
Con lentitud, mis ojos se iban acostumbrando a la oscuridad, como si yo formara parte de ella.
Me encaminé con prontitud hacia el origen de los alaridos, temiendo que éstos perdieran intensidad y se fueran disipando.
Al localizarlos, percibí una silueta similar a la mia.
Reflejandome en su mirada de tonalidad ocre, logré sentir como sus desmedidas alas demandaban extenderse y deslizarse por los aires.
Al igual que yo, su alma anhelaba emerger de aquel nebuloso bosque hacia nuevos y nítidos horizontes.No obstante, su sendero a tomar no podía ser igual al mio.
La ambivalencia afloró en mi interior. Consideré mis deseos y los de la persona ovillada en la base de un arbol frente a mí.
Repentinamente entendí una cosa.
Sin mi ayuda, gradualmente sus alas llegarían a la fragilización, desgarrándose al menor movimiento.
Eso fue suficiente para prescindir de la duda, olvidando mi propia búsqueda. Sabía que si encontraba su camino, este me daría momentáneamente un sentimiento de libertad. Lo entendí al sentir la cálida escencia que emanaba de su ser.
La afinidad entre su cuerpo y el mío era nimia. Lo único trasendental, era que en su interior se encontraba una luz radiante, cual brazas, que hacía mi corazón arder.
Posiblemente había otras luces brillando en la oscuridad, pero ésta era la única que me recordaba las razones que me habían conducido hasta aquel monte en el que solía inconciente estar.
Basándome en mis turbios recuerdos, caí en la cuenta de que yo también habia volado con aquellas alas que descansaban en su espalda, por lo que sabía como guiarlas hacia su salida.
Eran mas ágiles que las que yo solía tener, no necesitaron demasiado para llevar a su cuerpo directo a aquella puerta.
En ningún momento me aparte de su lado. Vibrante, mi corazón temía que se hiciera daño, sumado a que mi egoísmo me hacia sentir dependiente de su calidez.
El recorrido duró poco, pero en algún momento, sin saber cómo, terminamos extremadamente cerca.
Sus manos, sus piernas.
Mis manos, mis piernas.
El latir del corazón, fundiendose en uno sólo.
Cuando volvimos a ser nosotros, entendimos que era el momento de que sus alas cortaran el aire y arrastraran su cuerpo hacia la libertad.
Sabíamos que aunque su libertad estaba asegurada, yo aún tenía que adentrarme nuevamente a esa oscuridad, buscando la mía.
Ponerle cadenas hubiera sido algo avaro. Mi único deseo era que fuera libre.
Y lo fue.
Gracias a eso, yo también pude encontrar un sendero hacia aquel monte, donde ahora todo cobraba sentido.
Donde pude recordar.
Gracias a haberlo conocido.
Gracias a haberme enamorado de él.
En tan poco tiempo, me hizo entender toda una nueva gama de sentimientos que nunca había tenido, y algunos otros, me hizo sentirlos con mayor intensidad. Las cosas más simples se sentian tan plenas a su lado.
Ahora ya no estaba sólo, mis sentidos regresaron, y a pesar que el destino nunca nos hizo coincidir de nuevo, el simple hecho de saber que recobró su libertad me hacia feliz.
Me hacia completamente feliz.