La luna sulfurosa de lo tenebroso iluminaba en parte aquel cuarto. Ella ansiaba arrebujar su cuerpo sobre la mentempírica sábana de la muerte en vida. Un ansia monstruosa y repentinamente deshilvanada que pluralizaba toda tragedia y todo espíritu a punto de romperse. El desasimiento del ama, por su parte, provocaba oscuridad, una lúgubre y atroz oscuridad, y la oscuridad, a su vez, provocaba olas de vacío y nulidad que en cuestión de nada eran reemplazadas por la eclosión imparable y sucesiva del dolor y de lo incierto. La muerte, desde luego, se paseaba desnuda por un desierto lúgubre y caótico y a sabiendas de que todo pensamiento había perdido su propio destino, su propia razón de ser. La Muerte, de hecho, acrisolaba entre sus manos marchitas el sabor de un nombre, el sabor de una estancia, el sabor del miedo. La oscuridad, que se sepa, es muy dada a recordar y a evocar los demonios insertos en la significación. Así, del mar de la oscuridad se puede pasar al fuego y del fuego a la brisa de una umbría desgracia de la que no es posible captar su presencia pero sí su intensidad. Y así, de repente, un golpe y otro más y otro más.
—No me lo va a creer, señor Marcel, creo que llevo trescientos veintisiete golpes, pero lo cierto es que ya perdí la cuenta, y siendo así se me hace muy difícil tener la certeza de en qué momento llegaré a los mil. ¿Qué me recomienda? ¿Cree que debo empezar a contar de nuevo?
Marcel tenía heridas y sangre en todo el rostro, iba a decir algo pero la sangre se le acumuló por dentro de la boca, de modo que la escupió y luego sí dijo:
—¿Me gustaría preguntar algo?
—Claro que sí, señor Marcel. Tenemos todo el tiempo del mundo. Dígame.
—¿Cómo se llama el libro que encuentra sobre aquella mesa?
—Interesante, señor Marcel, veo que de alguna forma empieza a entender lo que sucede, aunque estoy seguro de que aún no lo capta en su totalidad. En ese orden de ideas, déjeme decirle que el nombre de dicho libro se lo diré al llegar a los quinientos golpes.
Aquel siniestro y sanguinario tipo volvió a emprenderla a golpes contra el señor Larkín. La sangre, entretanto, saltaba de él, del líder de la Estrella del borde azul, hacía varias partes.
(La víctima fue asesinada en horas de la noche).
La muerte seguía paseándose desnuda por un lúgubre y caótico desierto donde la incertidumbre martillaba el corazón y deshacía la esencia misma de lo incierto.
—Cuatrocientos noventa y ocho, cuatrocientos noventa y nueve y quinientos. Pues bien, se ha ganado usted el derecho a saber el nombre de aquel libro. Eso sí, permítame felicitarlo por haber caído en la cuenta de ese detalle.
—El libro, ¿cómo se llama?
—Se llama: Sombras alargadas al mediodía.
—No me dice nada. Es la primera vez que lo escucho mencionar.
—Estoy consciente de ello, señor Marcel. Estoy consciente.
De repente el ruido estridente de las balas y de las explosiones cesó. La bella y sádica Scarlet permanecía tendida en el suelo, y alrededor de ella se encontraba una gran cantidad de astillas y de objetos rotos. El integrante de la Estrella del borde azul que tenía al lado estaba herido.
—Señorita Scarlet —dijo de repente aquel hombre, en medio de algunas cuantas exhalaciones agonizantes de su propio ser—, la pequeña Iris se encuentra en la habitación brindada del fondo.
—Entiendo. Iré por ella y la pondré a salvo.
—Algo más, señorita Scarlet. Hay en varias partes de la casa...
Aquel hombre comenzó a toser sangre de un momento a otro. (En este camino de muerte solo las palabras conducirán a la entelequia).
—¿Qué?
—Unos extraños objetos del infierno. Unos maniquís, los cuales...
De un momento a otro, y antes de que aquel hombre pudiera continuar con su explicación, un maniquí de color azul apareció como salido de la nada con un cuchillo el cual, en un instante malsano y macabro, clavó sin piedad en el cuerpo de aquel hombre. Luego lo extrajo y con gran fuerza y rapidez lo volvió a clavar en el cuerpo de aquel integrante de la Estrella del borde azul que gemía de dolor. Scarlet se encargó de destrozar con su espada a aquel curioso engendro de una siniestra realidad bizarra, pero luego de hacer aquello se percató de que la sorpresa y la perplejidad de la repentizada aparición del mismo, la hicieron reaccionar tarde, razón por la cual el hombre con el que hablaba murió.
ESTÁS LEYENDO
De las inercias de la piel a un mar de constelaciones
General FictionUna hermosa chica que despierta totalmente desnuda en una oscura y lúgubre habitación sin saber a ciencia cierta por qué está allí, y una niña misteriosa que no es muy dada a hablar con las personas y que guarda un pérfido y oscuro secreto, se perca...