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El despacho de Justin era impresionante por su tamaño y el lugar que ocupaba, en un ángulo del campus de Micro/Con, con vistas a un jardín de arbustos recortados en forma de animales. Pero en lugar de los habituales muebles de oficina y el típico sofá de diseño, Justin había utilizado los fondos destinados a decoración para comprar sillones Sacco de los años sesenta, tapizados con materiales sintéticos. Había al menos media docena de ellos en el despacho. Y en el centro, una mesita baja de acrílico con granos de café en su interior. A Justin le encantaba. Una de las paredes estaba cubierta por estrechas estanterías, que no guardaban libros, ni disquetes, ni discos compactos, sino una numerosísima colección de figuritas de héroes y hombres de acción que había adquirido para su trabajo. Compartían el espacio con sus numerosos botes antiguos de caramelos Pez (su propia colección privada). Justin tenía más de cuatrocientos, incluyendo uno rarísimo con la figura de Betsy Ross, el único bote de caramelos Pez hecho a imagen y semejanza de una persona real.

A Justin le gustaba el estilo surrealista de su despacho. La suya era una locura organizada. Hacía que la gente se sintiera cómoda, y los incitaba a jugar, es decir, a mostrarse creativos. Pero no había nada absurdo en su mesa de trabajo. Solo había tres fotografías en un ángulo de la reluciente superficie de teca: su madre, ________ y él cuando se graduaron en la universidad, y una fotografía de Justin cuando era niño, de pie junto a su madre y su padre, justo después de que plantaran las glicinas en el frente de la casa, y antes de que Jeremy abandonara a su madre.

Sacó la fotografía que su madre le había hecho esa mañana con la Polaroid, la enganchó en el marco de este último retrato y se quedó mirándola: Justin Bieber, veintiocho años de edad, abrazado a su madre. Por un instante, la escena cambió ante sus ojos. La fotografía era ahora en blanco y negro, y de repente ya no había glicinas florecidas, ni Justin era un adulto. En su lugar, un Justin casi niño y su joven madre se abrazaban mientras el señor Bieber pasaba junto a ellos, forcejeando con sus dos maletas. Justin parpadeó y reapareció la Polaroid actual. Asustado, se puso de pie y se alejó de la mesa.

Bueno, estaba muy cansado. Y había comido demasiado. Suerte que Toni, su penúltima madrastra, había suspendido la cena en el último minuto, o el estómago de Justin habría estallado. Miró por la ventana el jardín iluminado y la oscuridad que se extendía más allá. Ya eran casi las diez de la noche del domingo, pero en Micro/Con había gente trabajando. Todo el personal se enorgullecía de sus largas jornadas de trabajo. Y el domingo era un día laborable más, e incluso a esta hora el aparcamiento estaba lleno de coches. Justin se palmeó el estómago y se sentó en uno de los informes sillones, moviendo el trasero hasta que encontró la postura más cómoda. Había algo en el día de la Madre que lo deprimía y que no era simplemente la visión del rastro de vidas deshechas que su padre había dejado.

Justin había crecido escuchando las quejas de las mujeres. No eran solamente las distintas mujeres de su padre, sino también las mujeres que se reunían a tomar un café en casa de su madre. Había mujeres que contaban historias peores sobre sus ex maridos, y él las había escuchado, escondido detrás del sofá, cuando tenía siete años, y nueve, y catorce. Las amigas de su madre parecían incapaces de dejar a sus maridos, o de encontrar nuevos consortes que las trataran bien. ¿Por qué se quedaban?, se preguntaba todavía hoy Justin. Pensó en Barbara y sus bizcochos. Después de las pastas había llegado la pregunta inevitable: ¿Has tenido noticias de tu padre? Recordó los puntiagudos hombros de Janet cuando le dio la espalda, fingiendo que arreglaba las flores, y preguntó: «¿Qué sabes de tu padre?».

Justin decidió que hoy no había sido el día de la Madre. No, para él había sido el día de Has–Tenido–Noticias–de–tu–Padre, y de Estás–saliendo–con–Alguien–en–Serio. Hizo un gesto de desaliento, cerró los ojos y se quitó las gafas para frotarse las marcas rojizas que le habían dejado a los lados de la nariz. Tenía casi dos horas antes de su habitual cita de medianoche con ________, y aunque tenía una montaña de trabajo pendiente quizá pudiera seguir con los ojos cerrados y descansar un rato, no más de diez minutos…

Justin tenía once años y estaba sentado en un reservado frente a su padre. Delante de él había un plato de huevos fritos que ni siquiera había probado, mientras su padre se concentraba en deshacer los suyos con un lado del tenedor, y ponía luego la horrible pasta sobre una tostada medio quemada y se la comía. Justin se daba cuenta de que estaba dormido, pero el hombre que tenía ante él era tan real, lo había reconstruido tan perfectamente en su sueño, que era imposible no creer que no estaba allí. Justin podría haber contado cada uno de los pelos de la barba de su padre. Jeremy acabó con el último bocado de huevo, rebanó el plato con un trozo de la tostada de Justin, se lo llevó a la boca y empezó a masticar. Se inclinó hacia delante.

—Hijo, hay algo que nunca debes olvidar. No hay una sola mujer en el mundo que no se crea aquello que desea oír, aunque sea una mentira.

Justin despertó sobresaltado. Estaba perdiendo el juicio. Esta pesadilla era el resultado de semanas de trabajo agotador en el proyecto Cliffhanger, sumadas a las jodidas noches del viernes y el sábado, más este maldito domingo. Miró el reloj. Eran las diez y media. Si conseguía salir del sillón, podría trabajar una hora antes de encontrarse con ________ para hablar del asqueroso fin de semana que habían pasado. Justin tenía un exceso de madres que satisfacer, pero durante ese particular fin de semana siempre se mostraba especialmente atento con ________. Para ella, que había perdido a su madre, aquel era un día especialmente difícil. Y eso sin mencionar el artículo del periódico. ¡Por Dios, lo había olvidado! ________ se lo había enviado por correo electrónico, y era muy bueno, pero nunca se sabía cómo iba a quedar cuando lo publicaran en el Times. Había estado tan ocupado que ni siquiera había podido comprar el periódico. Sería mejor que se consiguiera uno de camino al Java, The Hut.

En verdad, el trabajo era el único aspecto de su vida que tenía bajo control. A diferencia de ________, su carrera era un éxito, y se llevaba muy bien y respetaba a su jefa, una mujer nada convencional que había sido una de las fundadoras de UniKorn. Bella era genial, sus empleados magníficos, el trabajo era estupendo, y el sueldo espléndido. Y ahora estaba a cargo del proyecto Parsifal, y si conseguía llevarlo a buen término, el cielo era el límite. Y podía lograrlo. Parsifal era el nombre del proyecto que Justin había intentado sacar adelante desde que entrara en Micro/Con, hacía seis años. Estaba intentando producir un ordenador portátil con televisión y teléfono móvil tan avanzado que debía cuidarse de que su departamento de la derecha no supiera lo que hacía el de la izquierda. Si lo lograba se liaría famoso, pero estaría acabado si fracasaba. Entretanto, le consagraba cada segundo de su tiempo. Pero si Parsifal salía bien, nadie volvería a comprar un televisor o un teléfono de Panasonic.

En los últimos tres o cuatro años prácticamente no había tenido vida social por falta de tiempo, y la poca que tenía era…, bueno, digamos que muy poco satisfactoria. Volvió a recordar la horrible noche del viernes, y la del sábado, igualmente mala, e hizo una mueca. Puede que estuviera enfocando mal el problema. Hacía responsable a su trabajo de su catastrófica vida social, pero quizá trabajaba tanto porque le resultaba más fácil que salir a divertirse. Y mira lo que sucedía cuando lo intentaba, como este fin de semana.

Justin se hundió aún más en el sillón. No tenía ganas de seguir pensando, y tampoco quería ver cuántos mensajes urgentes había recibido en su correo electrónico mientras fracasaba con las mujeres y se dedicaba a complacer a su madre y todas sus madrastras. La montaña de trabajo que tenía ante él era abrumadora. Suspiró. Cada uno de sus empleados pensaba que sus problemas eran los más difíciles, y que era imposible resolverlos sin la ayuda o el estímulo de Justin. Suspiró otra vez. A él le gustaba su trabajo, y durante media hora se dedicaría a su correo electrónico. Así, al menos, no le quedaría para el día siguiente. Pero no se quedaría ni un minuto más de las once y media. Su cita con ________ era lo más importante de la semana.

Chico malo busca chicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora