28.

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Narra Gabriela

—No fue nada.— Rose aprovechó que estaba descuidada y corrió hacia el vidrio donde estaba pasando una mantaraya, soltando la correa de mis manos momentáneamente. Apoyó sus patas delanteras en el cristal y movió la cola enérgicamente, me sorprendió que no ladrara, sólo observó con interés. Sus pequeñas orejas estaban levantadas. —¿Te gustan las mantarayas?— Cogí su correa para asegurarme de que no escapara.

—Así parece.— rió Jennifer.

Narra Jennifer

—Voy a buscar algo para comer, ¿qué te parece?— sugirió con una sonrisa.

—Yo te acompaño.— ella negó con la cabeza.

—No sé si puede seguir empujando esa cosa— señaló a mi silla de ruedas —por más tiempo.

—Yo puedo moverme sola, no tienes que seguir haciéndolo.— suspiró.

—Vale, vamos.— Gabriela se colocó a mi lado y giré las ruedas hacia el frente para poder avanzar por mi cuenta.

Requería de algo de esfuerzo, pero no era agotador. Ella fue a mi ritmo señalando a donde debíamos ir. Rose, en cambio, quería correr por todos lados para ver a los otros animales. Debía estar muriéndose de hambre ella también.

—A la derecha.— informó Gabriela cuando vio un pasillo con dos caminos.

De haber ido sola sin duda me habría perdido en ese enorme laberinto llamado Acuario Marino. Pero Gabriela parecía conocer el lugar muy bien, me preguntaba cuántas veces habría ido antes.

—Izquierda.— asentí con la cabeza siguiendo sus indicaciones. Atravesamos un enorme pasillo donde podíamos ver arrecifes llenos de peces payasos.

Nos detuvimos cuando vimos frente a nosotras una pequeña feria con el techo curvado hacia afuera, completamente transparente con una que otra luz colgada a él. La mayor parte de la iluminación de aquel acuario provenía de la luz solar que atravesaba la superficie con facilidad, pues el agua era cristalina.

—¿Qué comeremos?— pregunté conforme nos acercábamos a las mesas que estaban posiocionadas en el centro de la feria. Antes de que respondiera yo la interrumpí. —No, vamos a esa.— señalé una mesa que estaba en la esquina.

—¿Por qué?

—No lo sé...— ella se detuvo y yo también tuve que hacerlo, levantó una ceja y se cruzó de brazos. —Bien... Esa mesa está apartada, no quiero llamar la atención con esta cosa en la que estoy sentada.— moví la mano señalando mi silla con desdén.

—Está bien, esta vez nos sentaremos apartadas...— suspiró Gabriela. —Pero la próxima vez vas a tener que acostumbrarte a estar en público.— se agachó a mi altura y colocó una mano sobre la mía. —No tienes nada de que avergonzarte, ¿vale? No es tu culpa estar sentada allí y tampoco está mal que lo estés.— cogió mi mano llevándola a sus suaves labios. Tuve que desviar la mirada para no ponerme nerviosa.

—Vale...— accedí sonrojada.

Y así nos dirigimos a aquella mesa que estaba al final. Si tuviese que mencionar una ventaja de aquel área en especifico vendría siendo que estaba justo al lado de un cardumen de peces, algo que me pareció muy interesante de ver. Yo amo los animales, y sé que Gabriela también, así que la mesa no estaba mal, de hecho lo único que vendría siendo malo sería que estaba completamente alejada de las demás... Pero en realidad yo no veía ningún problema en ello.

No, yo no era asocial. Pero a veces cae bien estar sola... Aunque nada se compara con "estar sola" acompañada. Y Gabriela era mi compañía en esa ocasión.

Cálida como el sol. (Yuri) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora