― Quiero salir ―chilló Oikawa por enésima vez.
― No puedes, Tooru ―repitió su madre, cansada de seguir dando la misma explicación―. No puedes.
Pero Oikawa no entendía de razones a sus seis años. No le entraba en su cabecita cómo algo tan bello podía ser la contraposición de algo tan peligroso. No lo comprendía, entonces hacía un berrinche hasta que se daba cuenta que no funcionaba con ella.
Subió los escalones hasta su cuarto y abrió la ventana. Por supuesto, tenía rejas: Oikawa no debía salir de su casa sin la supervisión de sus padres. La única opción que le quedaba era pasar horas y horas observando el cielo.
El marrón predominaba en lo alto, lleno de pinceladas verdes y minúsculos puntos de colores. Su padre le contaba que no todo era marrón y verde. Había todo tipo de colores. Oikawa hizo un puchero, diciendo que no los veía desde el suelo. Tal vez podría visualizarlos si no fuera por la casa contigua que tapaba la mayor parte del cielo. Odiaba la casa del vecino. Odiaba que hubiera tan pocos días hábiles para salir. Odiaba estar encerrado, cuando afuera, había un mundo lleno de misterios que lo estaban esperando.
Oikawa sólo podía observar y suspirar.
...
Poco después de cumplir los siete años, los vecinos se mudaron. Oikawa cruzaba los dedos para que demolieran la casa, así se ampliaba el radio de visión de su ventana. Se llevó una gran decepción al saber que una familia nueva se mudaba al vecindario, y para colmo, sus padres desperdiciaron el día nublado para darles la bienvenida. Él se negó a ir, porque estaba enojado con ellos por no tirar la propiedad abajo.
Además, tenía su nuevo telescopio. Con él podía ver detalles del cielo que jamás hubiera imaginado: los puntos de colores, flores según su padre, se abrían de día y se cerraban de noche. Eran de distintas formas y tamaños, como todo lo que había arriba. El césped, las plantas, los árboles, eran todos diferentes. Pasaba horas y horas abrazado con los ojos el telescopio, aprendiendo solito sobre lo inalcanzable.
Sus padres llegaron una hora después y le gritaron que bajara. Oikawa bufó y se desconectó del cielo para volver a la aburrida realidad. Y se dio cuenta que estaba siendo observado.
En la ventana opuesta a la suya, un niño de cabello negro desordenado y ojitos curiosos lo escrutaba.
Oikawa olvidó sus caprichos y levantó la mano para saludar.
...
El primer día de escuela estaba asustado y solo. Sus padres lo abandonaron junto a niños llorosos y adultos sonrientes que le producían desconfianza.
Fue cuando encontró a su vecino. Era la única cara conocida que halló en el edificio techado sin cielo, y dejando atrás cualquier rencor personal contra él, se acercó para presentarse formalmente.
― ¡Soy Tooru Oikawa, gusto en conocerte!
― No tienes que gritar ―dijo él―. Yo te conozco. Somos vecinos.
― Sí, tu casa tapa la tierra―se quejó echándole la culpa, porque era el tema de mayor relevancia
― ¿Quieres que mueva mi casa? ―preguntó su vecino con mala cara.
― ¡Por favor!
― ¡No puedo hacer eso!
― Entonces diles a tus papás que lo hagan.
Su vecino se negó a mover su casa hasta que, por las insistencias de Oikawa, le aseguró que preguntaría y si sus papás lo dejaban, lo intentaría.
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Bajo el cielo enterrado
FantasyUniverso alterno donde la tierra es el cielo y el firmamento es el suelo. "Eran de distintas formas y tamaños, como todo lo que había arriba. El césped, las plantas, los árboles, eran todos diferentes. Pasaba horas y horas abrazado con los ojos el t...