Capítulo 31.

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MARZO

Alguna vez en mi vida había oído que, al sufrir un trauma, tu cerebro borraba los recuerdos de este para protegerte a ti mismo del dolor del recuerdo.

No sé quién cojones se inventó esa mierda.

Cuando caí al suelo y la sangre brotó de mi pecho, todo se volvió negro por unos instantes. Pero solo la vista se nubló, el dolor en todo mi cuerpo se hacía más y más intenso a cada segundo y se volvió insoportable cuando alguien me levanto del suelo. Oía gritos a mi alrededor, y palabras médicas que prefería no entender. Llego un momento en que me ahogaba, realmente creía que moriría antes por asfixia que no por el disparo en el pecho. Eso era lo único que había conseguido sacar en claro en esos segundos de tortura. Me habían pegado un puto tiro.

El sonido de unas puertas metálicas y un motor, fue lo que me hizo intentar ignorar el dolor para saber que ocurría a mí alrededor. Fue entonces cuando una luz blanca cegadora me obligó a abrir los ojos, o al menos a intentarlo.

-Tengo el pulso de nuevo, pásame el oxígeno.

Me colocaron una mascarilla que ocupaba la mitad de mi cara. Una silueta a cada lado de mi cabeza fue lo único que pude distinguir. Cada vez que unas manos presionaban encima de mi corazón, era como si me desgarraran. Juro que quería gritar, quería llorar con todas mis fuerzas, pero no podía.

No sé cuánto tiempo pasé en ese suplicio hasta que sentí que volvían a mover la camilla en la que me encontraba. Más ruidos extraños. Más voces irreconocibles.

De pronto una luz blanca me cegó y cuando pude abrir los ojos, volvía a ver con normalidad. Y el techo blanco con fluorescentes de acero inoxidable, típicos de una sala de operaciones no me inspiraba mucha confianza Me cambiaron la mascarilla, y en pocos segundos todo dejó de doler y me quedé profundamente dormida.

Hace diecisiete dias que estoy en cama. O eso es lo que le he oído decir a un doctor esta mañana, que parece que tengo una buena recuperación y que tengo que despertar en las próximas 72 horas, que hay que mantener la esperanza.

Yo solo quería gritarle que le oigo, que desde anoche cuando desperté, puedo oír lo que ocurre a mi alrededor, que soy incapaz de mover un dedo o de abrir los ojos, y que me siento impotente. Pero que puedo oírle.

Luego he escuchado a mi padre, hablando tranquilamente con Sergio, de algo relacionado con zapatillas, no tengo muy claro el porqué, y es que aunque ya sea mínimamente consciente de mi alrededor, sigo durmiéndome cada pocos minutos. Pero me alegra saber que Sergio está bien, o al menos lo suficientemente bien como para bromear.

Entonces oigo la puerta abrirse y me alegro, llevo sola bastante rato. Oigo varias voces que hablan relativamente animadas, y les reconozco. Diego, Rob y Lucía, mi segunda familia. Y me alegro tanto de que estén aquí. Están comentando estupideces sobre la comida italiana, comparando la de la clínica con la del restaurante de Ricardio en Madrid. De pronto siento una mano agarrando con fuerza la mía. ¿Es la primera vez que alguien me toca desde que estoy despierta? ¿O es que antes no podía sentirlo y ahora sí?

-Tienes que dejar de hacer esto, estamos aquí para hacerle compañía, pero ella está inconsiente, duerme, ni se da cuenta. Tranquilo, se recuperará y seguirá dando por el culo, como siempre. -Es la voz de mi mejor amiga, hablando muy cerca de la cama donde estoy, probablemente a quién tiene mi mano enlazada con la suya. Intento reconocer la mano que me agarra, pero me resulta imposible, quizás mi padre, quizás uno de los gemelos. -Lo digo enserio, está con los mejores médicos del país, se pondrá bien, Rubén.

Rubén. Es él. El que tiene sus dedos entre los míos. El que acaricia el dorso de mi mano con el pulgar. El que se ha acercado a mí para susurrar.

Tu tan de Ron y yo tan de Vodka. [Rubius]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora