Prefacio

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Ya nada importaba.

Ella se había ido.

No titubeó. No volteó ni una vez. No reaccionó a los gritos que decían su nombre. Y cuando su mano fue sujetada en un desesperado intento por detenerla, simplemente la sacudió como si de un insecto se tratara, y se alejó inmutable.

Él sintió su corazón siendo desgarrado y sus pulmones quedándose sin aire. Sus rodillas temblaron y finalmente fallaron, dejándolo tirado en el frío suelo de aquel oscuro callejón, dónde sólo un gato callejero y las gotas de lluvia fueron testigos del llanto amargo de aquél joven enamorado.

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