Sin dejar que nadie le ayude, dando tropezones, se encerró en su cuarto.
Recargó su espada en la puerta y se deslizó hasta sentarse en el suelo, triste, ya no podía llorar más, se había cansado; así que sólo abrazó sus piernas y se quedó allí.
..
—¿Cómo es posible que...?— el dueño del apartamento ni siquiera pudo terminar su pregunta, se le quebró la voz; tampoco quiso decir la palabra suicidio; agachó la cabeza sin poder reprimir sus lágrimas; no quería imaginarse algo así.
—Calma— exclamó Sandy y se acercó para rodearlo con los brazos, Edmundo se refugió en ella.
Eivan resopló y viró el rostro, no quería presenciar una escena tan cursi y dramática, era demasiada perturbadora, sobre todo por esa extraña sensación que le causaba en el pecho.
—¿Por qué?— sollozó el humano, —¿por qué Adam quiere hacer eso?
—Dale tiempo; está asustado, debe aceptar las cosas.
—Él no es así— la voz de Edmundo sonaba lastimera, —Adam me dio las fuerzas para volver a ser yo; ¿por qué yo no puedo hacer lo mismo por él?—; se refería a cuando se conocieron, cuando Edmundo era demasiado callado y retraído. Sandy comenzó a frotar su espalda, sin saber cómo más reconfortarlo.
¿Qué tipo de palabras de aliento podría decir una demonio?
Marí maulló y entonces lo tres notaron que la gata comenzaba a rascar la puerta de la habitación que pertenecía a Adam, luego de unos instantes esta se abrió y el animal entró.
El pelirrojo pudo escuchar las pocas palabras de su amigo, su mejor y único amigo, su familia.
Abrió sólo lo necesario para que la gata entrara y volvió a cerrar.
—Creo que... en verdad soy un cobarde— exclamó, recordando las palabras del sujeto desconocido; ese que llegó justo a tiempo para detenerlo. ¿Sería él su salvador?
Marí maulló y se subió en su regazo, ya que Adam seguía sentado en el suelo.
—No quiero ser una carga para Edmundo— le explicó a su gata, —pero tampoco quiero que esté triste por mí, no quiero que sufra por mi culpa; él debería tener una vida feliz al lado de Sandy y no estar atado a una inválido como yo.
Marí ronroneó y con sus patas delanteras se apoyó en su torso para comenzar a lamer la mejilla salada.
.
Ya no quería estar allí, el ambiente era abrumador, se suponía que al ser un demonio él debería causar estragos, hacer sufrir a los demás, causar agonía; y no al revés.
Giró sobre sus talones y decidido a marcharse, pero antes de dar el cuarto paso, Edmundo le habló.
—Gracias Eivan; si tú no hubieras estado aquí para impedirlo no sé qué habría sucedido—, sorbió su nariz y se despegó de su novia para poder mirarlo.
¿Qué se supone que debería responder? Era un demonio, nunca nadie le había agradecido de corazón. Los únicos "gracias" que había escuchado habían sido después de los favores sexuales.
—Sí, descuida— dijo al detener el paso; —debo irme.
—¿Eivan, irás a casa?— intervino Layry, refiriéndose al averno.
—No, ese lugar ya no es de mi agrado—, contestó y siguió su camino hacia la salida.
Sin haberse movido de su lugar, Adam seguía atento a lo que ocurría fuera de la habitación, sólo había escuchado unas cuantas frases de él, "Sí, descuida... debo irme"; pero no podía negar que existía cierta textura que envolvía sus palabras hasta convertirlas en algo hermoso, seductor, sexy.
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Susurro en la Oscuridad
ParanormalLos hijos de los demonios Nisroch y Kelen han "pasado la eternidad" abusando de todo, en especial del sexo desenfrenado; hasta ahora. Edmundo y Adam son unos dibujantes novatos, trabajan en el mismo lugar y son los mejores amigos. Cuando Edmundo con...