-Capitán Rojas. Lo siento, muchacho -murmuró, mirando el cadáver.
-¿Quién es?
-Era el jefe del pelotón Bandera. Uno de los nuestros. Los hijos de puta han matado a algunos de los nuestros. -Parecía muy cansado.
-Parece que los nuestros hicieron lo suyo...
-Déjeme explicarle algo sobre la guerra. En el campo de batalla, hay dos clases de soldados: los propios y los demás. Entre éstos hay gente no combatiente que uno trata de no perjudicar, si puede; pero, en el fondo, lo único que importa es la propia tropa. ¿Tiene un pañuelo?
-Tengo dos.
-Démelos. Cargue esos dos cadáveres en el camión.
Clark sacó la tapa del depósito de gasolina, ató los pañuelos y los introdujo en el agujero. El depósito estaba lleno, los pañuelos se impregnaron rápidamente.
-Volvamos a la furgoneta. -Clark quitó el silenciador de la pistola, guardó las dos piezas en la caja de las rocas, cerró la puerta trasera y se sentó de nuevo en el asiento delantero. Apretó el encendedor del tablero-. Acérquese al camión.
Larson obedeció. El encendedor saltó. Clark lo tomó y lo acercó a los pañuelos. La gasolina prendió al instante. Larson aceleró sin necesidad de que se lo dijeran y, antes de que el fuego se propagara, ya habían tomado la curva siguiente.
-Volvamos a la ciudad lo más de prisa posible -ordenó Clark-. ¿Cuál es la manera más rápida de llegar a Panamá?
-Puedo llevarlo en un par de horas, pero, para eso...
-¿Conoce los códigos de acceso a una base aérea militar?
-Sí, pero...
-Se va del país. Ha quedado al descubierto -dijo Clark-. Hágale llegar el mensaje a la chica antes de que vuelva. Que deserte o se tire por la borda o lo que haga falta para no volver. También está al descubierto. Los dos corren peligro, y lo digo muy en serio. Tal vez alguien nos vigilaba. Tal vez alguien vio que me traía. Tal vez alguien advirtió que alquiló el mismo vehículo dos veces seguidas. Lo más probable es que no, pero, si quiere llegar a viejo en este oficio, jamás corra riesgos innecesarios. No pueden aportar absolutamente nada más a esta operación, así que váyanse.
-Entendido. -Larson no volvió a abrir la boca hasta llegar a la carretera principal-. Lo que ha hecho allá arriba...
-Sí. ¿Qué hay con eso?
-Tiene razón. No podemos permitir que se salgan...
-Se equivoca. ¿Quiere saber por qué lo he hecho? -preguntó Clark en tono profesional. Dio una sola de las razones-. Usted sigue pensando como un espía, pero esto ha dejado de ser una operación de Inteligencia. Allá arriba, en esos montes, hay soldados nuestros. Lo que he hecho ha sido una maniobra de diversión, para hacerles creer que los nuestros bajaron a vengar a sus muertos. Si lo creen, tal vez vayan a buscar a los nuestros al lugar equivocado. No es gran cosa, pero sí mejor que nada. -Hizo una breve pausa-. Si quiere saber si me gustó, no voy a negarlo. Si hay algo que me subleva, es ver cómo matan a los nuestros, en el Medio Oriente, en todas partes, y nosotros no hacemos una puta mierda para impedirlo. Esta vez he tenido un buen pretexto para hacerlo, y lo hice. Y ya que me pregunta: me siento muy bien -dijo Clark, con acento helado-. Ahora, cierre el pico y conduzca. Tengo que pensar en algo.
A solas en su despacho, Ryan seguía pensando. El juez Moore buscaba toda clase de pretextos para viajar. Ritter estaba ausente la mayor parte del tiempo. En consecuencia, Jack no podía hacerles preguntas; pero, al mismo tiempo, era el funcionario de mayor graduación, lo cual lo obligaba a ocuparse del papeleo y a recibir algunas llamadas. Tal vez pudiera sacar provecho de esa situación. Lo único que sabía con certeza era que debía averiguar qué diablos ocurría. Evidentemente, Moore y Ritter se equivocaban por partida doble. Por un lado, creían que Ryan no estaba enterado de nada, sin tener en cuenta que uno no llegaba a un cargo tan alto en la CIA si no sabía razonar y descubrir las cosas por su cuenta. Por el otro, suponían que, aunque empezara a averiguar algo, se abstendría de avanzar en sus investigaciones por falta de experiencia. En definitiva, razonaban como burócratas. El hombre que vive atado a un escritorio teme violar las reglas, porque por esa vía se pierde el empleo y la carrera. Pero Jack había resuelto ese dilema mucho antes. No sabía cuál era su profesión. Había sido oficial de marines, corredor de la Bolsa, profesor adjunto de Historia y ahora era funcionario de la CIA. Podía volver a la docencia. La Universidad de Virginia había ofrecido una cátedra en la Facultad de Medicina a Cathy, y Jeff Pelt quería que Ryan entrara en el departamento de Historia como profesor invitado, para inyectarle un poco de oxígeno. Le gustaba la idea de volver a la docencia. Era un trabajo menos arduo que el actual. Cualquiera que fuera su futuro, no se sentía atado a su escritorio. Y James Greer le había indicado el camino recto: «Haz lo que te parezca bien.»