-Está de más decir que no irás- exclamó Turner sin siquiera mirarme, con la vista fija hacia el frente. Sin embargo, a pesar de ser una locura, mis pensamientos decían otra cosa.
Sujeté con fuerza el arrugado y doblado papel, el cual actuaba como motivo de discusión entre mi hermano y yo; o mejor dicho, el contenido de dicho papel: "Encuéntrame en el puente Mirooe al finalizar tu día escolar. Sé que estarás allí. K."
Opté por permanecer en silencio durante el resto del camino hacia el Instituto Secundario de Raycon, sin provocar el enojo de Turner; de todos modos, esto no significaba que haría lo que, en su opinión, era lo correcto.
El autobús que transportaba a las huéspedes del orfanato hasta el instituto todas las mañanas se detuvo justo a tiempo para el toque de campana. Sabía que tenía unos pocos minutos para arribar al aula antes de que el profesor Crowell, quien dictaba Historia a primera hora de la mañana, me anotara en su parte con un "tarde", así que me apresuré en realizar el recorrido correspondiente hasta el interior.
Estaba atravesando el corredor previo al aula asignada cuando, de pronto, un par de manos me sujetaron con firmeza, mientras que otras tomaban la mochila que colgaba de mis hombros. Al voltearme, me topé con la odiosa Azura Pierce y su melliza o como la llamo yo, su "garrapatas", Corinna. Ambas eran conocidas en el instituto como las típicas "matonas", que atacaban a quienquiera que se interpusiese en su camino, a excepción de a los también típicos "populares", claro; aquel grupo de personas al que siempre habían querido pertenecer pero en el cual jamás serían aceptadas, no por cuestiones personales, sino porque simplemente ellos no aceptaban a nadie que no fueran ellos.
Al parecer, esta mañana la víctima iba a ser nada más y nada menos que yo misma.
Patéticas.
-Qué tenemos por aquí- pronunció con desgano Azura, a quien diferenciaba de su hermana por su particular piercing que sobresalía desde su labio inferior; por el contrario, Corinna se caracterizaba por llevar consigo unos muy extraños tatuajes alrededor de su cuello, y su cabello anaranjado fosforescente, resplandeciente como el fuego.
-Una de las huerfanitas, Az- le contestó su "garrapatas" mascando notable y desagradablemente un chicle al tiempo que le lanzaba mi mochila por los aires, como si el peso que ésta contenía y con el que había tenido que cargar no existiera. Una vez que ésta estuvo en su poder, Azura revolvió su interior, y al no hallar nada que llamara su atención, no tuvo mejor idea que desparramar su contenido por los suelos. Al finalizar este cruel acto, me entregó nueva y violentamente la mochila ahora vacía, y, riendo, se marchó acompañada por su hermana, también satisfecha ante el acontecimiento.
Ya sabiendo el "tarde" que me deparaba en Historia, me resigné a juntar todas y cada una de las pertenencias que me habían sido injustamente arrebatadas.
-Ve, lo haré por ti-.
Al levantar la vista, contemplé el rostro inexpresivo de mi hermano, quien se arrodilló junto a mí y continuó la labor que yo había empezado.
-¿¡Dónde estabas?! ¡Pudiste haberme ayudado!- le reproché, deteniéndome.
Silencio.
Y no lo iba a tolerar.
-Desde aquel extraño presentimiento del cual por cierto aún no me has contado, te has comportado extraño- empecé- no estás siendo tú mismo, Turn. Y no toleraré que me trates como se te plazca- de un momento a otro, me levanté del suelo, tomé las pocas cosas que había recogido, las coloqué de regreso en la mochila, di media vuelta y me encaminé hacia mi "tarde", dejando a mi hermano en soledad y silencio, en el que él ya había decidido permanecer frente a mí.Apenas oí la campana sonar anunciando el fin de la clase de Historia y el inicio de la próxima la cual, según mis cálculos, sería Biología, lancé un suspiro de alivio. El entrar fuera de horario a clase había sido una desventaja, la cual influiría negativamente en mi calificación, que sería baja debido al poco tiempo que le había dedicado al estudio. Ya podía vislumbrar el castigo que me esperaba al entregar dicha nota a la señora Coleman.
De repente, algo me sacó de mis pensamientos, más específicamente, un grito. Todos mis compañeros de clase, alarmados, salieron rápidamente del aula, a pesar de las indicaciones de la recién llegada profesora Perkins de que permanecieran en sus correspondientes asientos.
Sin intenciones de quedarme atrás, seguí a la multitud de estudiantes, lo que me condujo hasta el baño de mujeres.
-¡TODOS LOS ALUMNOS REGRESEN DE INMEDIATO A SUS AULAS!- resonó la estridente voz del director Hicks en toda la edificación, a través de los parlantes instalados en todos y cada uno de los diferentes sectores del instituto- ¡AHORA!-.
Debo admitir que aquel hombre, o, al menos, su voz, de veras da escalofríos; en un abrir y cerrar de ojos, todos habían regresado a sus respectivas clases. Desde el interior del baño, podían oírse sollozos y murmuros, pero al parecer, nada causaba más temor a los adolescentes que una visita a la dirección.
Qué más da. Biología, allá voy.
Me dirigía nueva y lentamente hacia el aula, como si el tiempo transcurriera con mayor lentitud si yo seguía aquel ritmo, cuando de repente algo, o mejor dicho alguien, se cruzó en mi camino. Ese "alguien" ocasionó que me detuviera en seco, y que me viera total y absolutamente paralizada del terror: Corinna se encontraba parada frente a mí, con su cuerpo cubierto con sangre de pies a cabeza, un considerable y profundo corte en su cuello que arruinaba la bien lograda visión de sus tatuajes, y una mirada perdida que derramaba tristeza y desesperación.
-Ayúdame- susurró, al tiempo que su vista se volvía hacia mí, expresándome toda su angustia.
Intentando asimilar el hecho de que una persona recientemente había muerto en el instituto por causas que desconocía y que el peligro rondaba los pasillos, lo único que apareció en mi mente fue una voz que muy fuertemente gritó "¡CORRE!". Desafortunadamente, cuando estaba a punto de correr con todas mis fuerzas en dirección contraria a pedir auxilio, la imagen de una Azura con un doloroso corte a lo largo de cada uno de sus brazos se presentó ante mí, impidiéndome el paso.
-No escaparás tan fácilmente, huerfanita- y tomándome del cuello con ambas manos, empezó a ahorcarme, quitándome el aire más y más, hasta el punto en que mis sentidos comenzaron a fallar y pasé a la inconsciencia.