Capitulo XXIII

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Definitivamente lo que Guillermo más odiaba en el mundo eran los asientos de avión, los viajes en avión, la comida del avión, los aviones en general se podría decir. No encontraba una posición en la que estuviese cómodo y encima se le sumaba la frustración de ni siquiera saber a dónde estaba viajando. Su novio no había tenido la decencia de decirle en toda una semana que él estuvo insistiendo, pero le había dado un pequeño dato, era un vuelo largo. ¿Como habían hecho para subir al vuelo sin que Willy se enterase de a donde viajaban? Muy simple en realidad. Samuel había manejado los pasaportes de ambos, así como los boletos de avión, y la reserva del hotel. ¿Para subir al avión? Fácil. Samuel había esperado a que dieran la primera llamada a su vuelo, teniendo que estar ahí bastante antes de la hora de despegue. Esperó a que llamen para tres o cuatro vuelos más y simplemente se fue a la puerta de embarque, con un Guillermo rechistando detrás.

Se cruzó de brazos frustrado al no poder abrochar el maldito cinturón por culpa de su panza, que había crecido quizás un poquito más en aquella semana.

Samuel le miró divertido y alargó la correa del cinturón con un broche que había allí y se lo conectó del otro lado. Sonrió algo burlón quizás ante la mueca de disgusto o berrinche que hacia Guillermo y volvió a sentarse en su asiento, abrochando su propio cinturón.

El que Guillermo no pudiese abrochar su cinturón en el avión significaba buena suerte, en el viaje a Chile hace poco más de cuatro meses le había pasado lo mismo y el viaje estuvo de maravilla.

Resignado y de mal humor se dedicó a dormirse en el incómodo asiento, soportando la incomodidad del mismo y los movimientos de su pequeña que conforme más crecía, más fuertes se hacían. Por un rato era lindo, si, pero luego se hartaba de que pataleara tanto.

- La tiraré por una escalera si sigue moviéndose así. - masculló el menor bastante molesto e incómodo, tratando de encontrar una posición en la que estuviese cómodo, no le doliese la espalda, y la bebé se moviese lo menos posible.

- Calla chaval, no digas eso. Ella siente lo que tú sientes. - apoyó entonces Samuel su enorme mano sobre el vientre hinchado de Guillermo, sintiendo como su hija se movía mucho dentro de su otro papá. - Tranquila cariño... - acercó su boca al vientre de Willy, asegurándose de que el que iba en el asiento contiguo solo que en otra fila, estuviese dormido. - Yo no dejaré que papi Willy te haga eso. - había sonado muy tierno, y entre ellos se había vuelto a generar aquel clima familiar en el que pocas veces se les veía.

Como si fuera por arte de magia, la bebé se tranquilizó. No es que la voz de Samuel fuese muy calmada o melodiosa como para gustarle a los bebés pero allí estaba y lo había hecho. Tampoco es como que a la bebé le guste como tal la voz, pero recién está escuchando los primeros sonidos y el oír una voz entre tanto sonido de estómago y latidos del corazón de su padre era algo nuevo. Su hija soltó algunas patadas más suaves, y se mantuvo en ese ritmo por un buen rato, haciendo que Guillermo suelte un suspiro de satisfacción al ver que poco a poco se va calmando.

- Sigue hablando. Le gusta tu voz. - pidió Guillermo a su novio, mirando a las dos personas más importantes en su vida con una sonrisa boba pintada en los labios. Amaba aquellos pequeños momentos en familia que casi nunca se daban, no por falta de ganas si no porque YouTube mantenía sus vidas ocupadas a un noventa y nueve por ciento. Eso lo frustraba un poco pero a la vez le gustaba, porque el que aquellos gestos no fueran algo cotidiano, los hacía más significativos y emotivos, más especiales.

- Hola princesa... - le susurró Vegetta al vientre. - Dice papi Willy que te estás moviendo mucho, ¿Es cierto? - su tono de voz se había dulcificado muchísimo, y aunque Guillermo no lo quisiera o fuera a admitir algún día, lo estaba relajando a él también.

Historia de Vida - Wigetta MPREGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora