29.

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Narra Gabriela

Jennifer apoyó sus pies en el suelo y se quedó en silencio, viendo sus piernas temblar ante el esfuerzo, ya era capaz de mantenerse de pie durante unos minutos y de dar pasos cortos, por lo que hoy era su último día en aquel hospital que tanto odiábamos.

Volvería a casa. Volvería conmigo, porque no tenía nadie más con quien quisiese quedarse, llevaba ya tres semanas peleada con Karla y por eso no iba a vivir con ella. No la visitaba, sólo me preguntaba a mí cómo se encontraba y cuáles eran sus progresos en terapia. No me contó por qué pelearon, sólo dijo que no quería hablar de ello, mi única opción pareció ser entender y no preguntar. También sé que está en malos términos con Tania, porque cuando había venido de visita todo era incómodo e increíblemente silencioso.

Las cosas entre nosotras estaban bien, todo parecía muy tranquilo y ella era muy dulce, me recordaba cada día que me quería, casi parecíamos novias. Pero aún no lo éramos. Yo quería preguntarle, mas me da miedo, no quería apresurar todo y que alguna saliera herida, así que tuve que conformarme con tomar su mano, porque ni siquiera nos habíamos besado. Jennifer era muy precavida conmigo, parecía que tener miedo de romperme, de hacerme daño, cada movimiento lo hacía con cautela cuando la única que realmente estaba mal físicamente era ella.

—Once minutos.— informé viendo mi celular. —Estás mejorando, ¿a que sí? Antes no aguantabas uno entero estando de pie.— se desplomó sobre la camilla sudando.

—Poco a poco.— murmuró viendo el techo. —Pronto podremos ir a caminar sin que todos piensen que soy una enferma.

—Jennifer...

—Lo sé, no me lo digas.— suspiró. —No tengo nada contra los discapacitados, sólo no soporto ser una. Es horrible.— se tapó el rostro con el antebrazo sobre sus ojos.

—Bueno... Hoy es tu último día.— le recordé, pero estaba segura de que no lo había olvidado. —¿Quieres hacer algo especial?

—No.

—Vamos, no seas así. Has esperado salir de este lugar desde que tienes consciencia.— me levanté de la silla y me senté en su camilla con cuidado, ella seguía con el rostro tapado. —¡Merece celebración!

—No tengo ganas de ir por allí en silla de ruedas.— negó con la cabeza.

—Jennifer, anda.— insistí tomando su brazo y retirándolo de su rostro. Quería ver sus preciosos ojos verdes.

—No.— volvió a cubrirse la cara.

—Joder.— me levanté y coloqué una pierna a cada lado de su cuerpo apresándola bajo mí. —Quiero salir contigo.— me miró sin hacer ninguna expresión, esperaba aunque sea una sonrisa coqueta.

—No.

—¿Eso es todo?— alcé una ceja. —¿Me tienes aquí encima y no me vas a hacer nada? ¿Ni siquiera vas a ceder?— Jennifer negó con la cabeza con esa cara de seriedad. —¿Estás bien?

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque hace cuatro años te habrías vuelto loca si me hubieses tenido así sobre ti.

—No soy la misma de entonces.— lo dijo con demasiado dolor en su voz, escapando de mi cuerpo para salir de la camilla y ponerse de pie.

—Lo siento...— me dejé caer en la camilla con frustración. Tremenda idiotez fue decirle eso.

—Está bien.— Jennifer se sentó en la esquina. Estaba actuando extraño.

—¿Entonces no haremos nada?— colocó sus manos sobre su regazo en silencio.

Cálida como el sol. (Yuri) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora