Un muchacho, joven, millonario, egoísta, egocéntrico, casi narcisista, mujeriego, machista, una basura de persona, rompe corazones, realmente una mierda, se dedicaba a "disfrutar" de la "buena vida". Participaba de toda clase de fiestas, pasaba sus noches con distintas mujeres, hasta era socio de un cabaret. Le gustaba hacerles daño a sus novias -que no duraban más de una semana a su lado-, faltándoles el respeto y siéndoles infiel. Las insultaba, incluso fue denunciado muchas veces por acoso sexual y violencia de género, pero de una u otra forma salía indemne de todo aquello. Sus amigos lo vanagloriaban, lo admiraban, eran sus fieles seguidores. Este muchacho era un ídolo para ellos, casi como una figura de culto. Intentaban seguir sus pasos, todos buscando su fama y éxito.
Pero por dentro este muchacho tenía su alma podrida, deshecha, carcomida por su maldad. Su corazón marchito. No amaba a nadie, solo así mismo, pero hasta él mismo reconocía su vacío interior. Sentía un peso muerto en su pecho cada vez que se miraba al espejo, después de cada fiesta, después de tener sexo con alguna mujerzuela, después de despertar luego de una noche de bebidas alcohólicas, póker y apuestas. Sin embargo, creía que lo que tenía era felicidad, pues no conocía otra cosa. Estaba maldito, pero en su maldición, todo para él era bendito.
En aquellos días, una mujer, joven de apariencia pero con muchos años de vida, se dedicaba a buscar a esta clase de personas para darles una lección. Algunos hablan de ella como si fuese un ángel vengador de Dios, otros como si fuera el demonio en persona. Ella podía tomar la forma que quisiera y, esta vez, tomó la apariencia de una adolescente, bellísima, deseable para todo hombre.
Se coló en una de las fiestas de nuestro muchacho, se acercó a él, lo sedujo, lo llevó a la cama y cuando amaneció, tendió su trampa.
El muchacho se despertó, le dijo a la mujer que se fuera, que ya le había servido. Fue al baño, volvió a su cuarto y se sorprendió al ver a esta mujer todavía en su cama.
Le dijo: "Ya te pagué. Ahora vete". Ella se levantó de la cama -ya estaba vestida- y parándose frente al espejo del muchacho dijo: "Siempre te miras en este espejo esperando que tu vacío ya no esté allí. Pero está y cada vez es más grande."
Nuestro muchacho se asustó, mucho, por lo que la mujer le dijo. Entonces preguntó: "¿Cómo sabes eso? ¿Quién eres?". "Soy Mintubela. Soy una bruja, pero una bruja buena." Así respondió la mujer. El muchacho se rio de ella, jamás le habían dicho algo como eso. "Bien", contestó, "eres una loca, eso es seguro". Se acercó a su armario para vestirse. Cuando abrió la puerta, Mintubela estaba allí, parada entre sus abrigos. El muchacho gritó, retrocediendo con un salto. Miró a la bruja de arriba hacia abajo, varias veces, y también a su alrededor para asegurarse de que no fuera una gemela. "¡¿Cómo... cómo llegaste allí?!", preguntó sin encontrar una repuesta lógica por sí mismo. La mujer salió del armario y le dijo: "Tenía que demostrarte que soy una bruja de verdad, Ezequiel, y estoy aquí por una razón". "¿Cuál razón?", demandó el muchacho preguntándose cómo sabía su nombre si jamás se lo había dicho.
La mujer se le acercó, despacio, sin dejar de mirarlo a los ojos. "Te maldeciré. Tienes el corazón más oscuro que he conocido en mis ochocientos años y necesitas ser expiado o irás al infierno."
Ezequiel no sabía qué hacer, si desmayarse o correr hasta su puerta e ir al balcón y saltar. Pero recordó que si hacía lo último volaría en picada veinte metros hasta el piso. En cambio, se quedó en su lugar, pidiendo a Dios que todo "esto" sea efecto de la droga que había puesto en su bebida.
Mintubela levantó su mano, que comenzó a brillar en color azul, y dijo: "Te maldigo con la fuerza que heredé del Inframundo y el poder que obtengo del Cielo. Cada vez que lastimes a alguien o actúes egoístamente, movido por la codicia, la lujuria o cualquier pecado capital, o simplemente hagas mal, tu bien agraciado cuerpo reflejará la podredumbre de tu alma. Vivirás eternamente, con el peso de esta maldición sobre tu espalda, hasta que ames y te amen. Por la fuerza del inframundo y el poder del cielo, que así sea." Terminó de hablar y todo se oscureció de repente.