Parte 3: Forte

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Con un <<puf>>, Regulus se recostó en el saco de dormir dentro de la tienda de campaña que había traído su hermano.

Había sido un día largo sin duda.

Al llegar, separaron a todo mundo en cuatro equipos: el equipo rojo, el equipo amarillo, el azul y el morado. Aparentemente, la primera actividad –la cual se perdieron- había consistido en crear un eslogan, un baile, y escoger una mascota.

La segunda actividad era la carrera de relevos, que ya había comenzado. Todos estaban reunidos en la pista que rodeaba la cancha de fútbol gigante. Desde las gradas se oían toda clase de improperios y maldiciones que los alumnos dirigían a los miembros de otros equipos.

Corvus terminó en el equipo rojo, el cual tenía demasiada ventaja en cuanto a sus atletas. Al parecer tenían un acuerdo con alguien de los organizadores, porque el equipo de fútbol entero estaba en el equipo rojo, aparte de los populares, quienes aprovechaban las habilidades de sus compañeros atléticos y les dejaban todo el trabajo.

Regulus, en cambio, acabó estando en el equipo morado. Decidió que no le importaba para nada y decidió quedarse sentado en las gradas con el celular, ocasionalmente evadiendo a la brigada de profesores que se encargaban de que todos participaran.

Lamentablemente, el profesor detestable de historia; el señor Ludd, logró encontrarlo escondido debajo de las gradas y lo arrastró hacia la cuarta actividad; un concurso de música.

Y así, Regulus se vio obligado a formar parte de todas las actividades del día, incluido las peleas con pintura seca, los inflables gigantes de agua, las carreras, los partidos de juegos, etcétera.

Recostado en el saco de dormir, miró su celular y se percató de que faltaban diez minutos para las 11. Los maestros pasaron entre las tiendas de campaña que habían montado en la cancha de fútbol anunciando el toque de queda. Los chicos se quedarían en las canchas de fútbol y las chicas en las de vóleibol, al otro lado del campus.

Regulus también se dio cuenta de que le quedaba menos del 20 por ciento de pila a su celular. Se giró y lo dejó caer, enfadado.

Estaba terriblemente cansado pero no tenía nada de sueño.

Su hermano debía estar fuera, seguramente con sus amigos en alguna parte, rompiendo las reglas.

En ese momento deseó no haber venido.

Se cubrió con las mantas extra que habían traído, ya que el aire frío sólo seguía bajando la temperatura.

Cerró los ojos, ansiando que el día llegara y que el Festival se terminara pronto, para poder regresar a la comodidad de su casa. Gruñó, recordando que mañana tendría que ver a sus insoportables familiares, y se llenó de desesperación.

Al menos sólo faltaban dos días para las vacaciones, y eso significaba un mes entero de videojuegos, televisión y comida chatarra sin interrupción.

Finalmente comenzaba a sentir el sueño llegando a él cuando de pronto el zipper de la entrada de la tienda se abrió bruscamente.

-¡Corvus!

-Hola, Reg. –saludó éste.

Corvus se inclinó sobre su maleta, buscando algo.

-¿Qué estás...? ¿A dónde vas?

Su hermano le respondió sin mirarlo, aún concentrado en encontrar algo en su maleta.

-Unos amigos se van a juntar en el salón multiusos.

-¿¡Estás loco!? –Susurró Regulus- Sabes bien qué pretenden. Se meterán en problemas.

Corvus sacó una linterna de su maleta y acto seguido la metió en la mochila roja pequeña, la cual se puso al hombro.

-Estaremos bien. Tú deberías dormir. Fue un día muy ajetreado, ¿no? –sonrió- No te preocupes por mí.

El chico mayor se arrastró a la entrada de nuevo y estuvo a punto de irse cuando su hermano le dijo:

-Corvus, no hagas esto.

Finalmente Corvus miró el rostro de su hermano.

Encontró un ceño fruncido de preocupación genuina.

Corvus suspiró.

-Reg, es mi último año. Las vacaciones ya van a comenzar. Es tiempo de divertirse. –Se giró para mirarlo, aún con una mirada amable- Puedo entender que no te atraigan estas cosas. Te conozco. Sé que no te agrada mucho salir de tu zona de confort. Está bien. No te preocupes.

-No así. Esto puede afectarte para mal. Y lo sabes.

El rostro de Corvus se endureció.

-Escúchame, Reg. Tú tienes tu magia, yo tengo a mis amigos, ¿de acuerdo? Dame un respiro.

Y salió de la tienda de campaña furiosamente.

Regulus se dejó caer en el saco otra vez.

No era cierto.

En ningún momento de su vida eso era cierto.

Regulus había vivido prácticamente igual que Corvus toda la vida. Él era su mejor amigo, y cuando entraron a la preparatoria, casi pudo sentirlo escurriéndosele entre los dedos.

¿Qué más tenía aparte de su amistad, de su oído?

Frustrado, Regulus se percató de lo mucho que odiaba la idea de que Corvus se alejara de su lado.

Seguramente estaba celoso de que alguien más pudiera tener su tiempo, especialmente los tipos como sus amigos, que sólo lo harían una peor persona cada vez.

Sin mencionar que le frustraba que su propio hermano creyera que no tenía sentido de aventura. ¿Qué fue toda esa patraña de <<zona de confort>>?

Se vio tentado a gritar, pero el silencio de afuera, causado por el toque de queda lo persuadió de lo contrario.

Entonces se decidió que no se iba a quedar callado. Le iba a demostrar a su hermano que podía tomar riesgos.

Decidido, abrió el zipper de la entrada bruscamente y salió al aire helado de afuera.

Cruzó la cancha de fútbol apretando la quijada.

Ya le enseñaré. Ya le enseñaré. –se repetía una y otra vez.

Entró a los pasillos frente a las aulas, donde el viento corría con mayor fluidez. Temblando, avanzó pisoteando los mosaicos blancos y sucios del piso. De pronto, se percató de que estaba muy obscuro, y que el salón multiusos estaba realmente lejos. Mientras seguía caminando, supo que no había pensado todo bien. ¿Qué iba a hacer? ¿Llegar y anunciarse? Las personas que estaban ahí probablemente no lo voltearían a ver. O peor, podrían preocuparse por que Regulus fuera a decirles algo a los maestros. Quizás harían algo para callarlo, o simplemente para divertirse. Regulus lo había visto suceder antes.

El chico suspiró y su aliento dejó una estela de vapor en el aire congelado.

¿Por qué siempre tenía que actuar como un tonto?

De pronto, una descarga eléctrica recorrió su cuerpo, empujándolo contra el suelo brutalmente. Rayos de energía turquesa volvieron a aparecer sobre sus brazos y piernas, agitándose de maneras enloquecidas y haciéndolo convulsionar en el suelo.

El dolor era tan grande que no podía respirar, mucho menos gritar.

Sólo podía sentir su corazón latiendo desbocado en sus oídos y su respiración irregular llenando sus pulmones con aire helado.

Sus miembros se tensaron, y el chico sintió el tacto frío del suelo bajo las palmas de sus manos.

Lo último que vio antes de desmayarse fue una figura galante y bien vestida frente a él, emergiendo de las sombras, quien lo admiró un momento con una gran sonrisa en el rostro antes de fundirse con el subconsciente de Reg.

Todopoderoso: La Historia del Mago PrimoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora