Guirnalda

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                            24 de diciembre de cualquier año de nuestras vidas.

Boulevard Montparnasse #1501

Paris.

Querido Sr. Spindler:

Han pasado ya bastantes meses desde que decidimos compartir nuestras vidas, un día como hoy, en un modesto café que siempre estará abierto para usted. La casualidad llevó su bien formado trasero a mi negocio, obligándole a involucrarse con un servidor de una manera tan ingeniosa, que reconozco jamás me había sorprendido tanto. Por supuesto que en la vida le creeré que ese beso inicial en mi cuello fue improvisado, ¡oh vamos, Sr. Spindler! Que le conozco lo suficientemente bien ahora como para desmentirlo. (No me ponga a prueba, o volveremos a tener una charla en público sobre cierto lunar tan lindo que le corona el testículo derecho).


Pero por supuesto, no estoy escribiendo esto para hablar de sus testículos (eso lo haré en persona y con ejemplos prácticos). El motivo de estas sencillas palabras, es para dejar constancia escrita con mi puño y letra, de lo mucho que lo amo. Cuando me dijo que debíamos competir para ver quien daba el mejor regalo esta navidad, admito que sentí un pánico inmenso. Me pregunté de inmediato "¿¡Que voy a obsequiarle!?", puesto que yo considero que ya le he dado todo. ¿Exceso de modestia tal vez? No es así. Déjeme explicarle el porqué.


Provengo de una familia desintegrada, que nunca vio por mi persona y de la cual me separé cuando aún era un polluelo. Llegue a París con las manos y el estómago vacío, y a base de golpes, la vida me llevó al sitio donde usted y yo nos encontramos. ¿Quién era yo en ese momento? Un joven aparentemente exitoso y popular, que vivía asediado por el acoso diario, para muchos, galante, para otros, un presumido pedante. Pero para mí...yo no era nadie, Sr. Spindler. Yo me sentía un número, la estadística del hombre exitoso con pasado desastroso que gracias al trabajo arduo y la determinación, había logrado hacerse de un local y montar un negocio exitoso con una buena estrategia de mercado, vendiéndose como la imagen prometedora del tendero de café sensual que encanta con la mirada. Oh, por favor no se ría de esa manera, porque no era gracioso para mí. Definitivamente no. Yo era una cifra, el "uno en un millón" que alcanzó la cima del éxito, y que de todas maneras no podía saborearlo. Porque jamás desee dinero ni reconocimiento.


Aun cuando vivía rodeado de obsequios sin remitente, de personas amables y de empleados sonrientes, todas mis navidades constaban de un departamento con un pino vacío y una mesa donde solo servía vino toda la noche, hasta ahogarme de borracho y en mis propias lágrimas. Nunca tuve un gato que me calentara las piernas en invierno, ni un perro que corriera a recibirme cada vez que llegara a casa, puesto que no me sentía capaz de tener suficiente amor en mi frío corazón para seres tan agradecidos como las mascotas. La soledad que experimentaba iba creciendo a cada día, y las palabras de amor falsas que me llegaban por montones, volvían mis días cada vez más miserables. Vivir solo era terrible. Cocinar para nadie, enfermarse y no tener quien le cocinara un caldito de pollo. ¡Y qué decir del ámbito sexual! Donde "Manuela" ya se había divorciado de mi desde hace años.


No, Sr. Spindler. Aunque yo ya lo tenía todo, en mi vida me faltaba usted. El día que entró por esa puerta, con un gesto tosco en el rostro y las mejillas coloradas por el sol, supe que se volvería alguien vital para mí. La broma sobre mi altura me lo confirmó de inmediato, ¿pero cómo iba a explicar que mi corazón de pronto había despertado, después de tantos años de permanecer congelado y muriendo lentamente?. Para serle sincero, desde el momento que comenzamos a fingir que salíamos, yo ya lo amaba. Esperaba con ansias su llegada al medio día, con el capuchino listo y los panquecitos con chispas de chocolate recién hechos, mientras mis acosadores en el Café Ardent hervían de envidia. A veces miraba ansioso por las ventanas, por si tenía la suerte de que sus turistas apetecieran una tacita de café, pensando que tal vez esta inútil belleza que yo tanto aborrecía me sirviera para atraerlos, y con ellos, a usted. Y qué decir de las veces que me salí del negocio para deambular en las cercanías, saltando de gusto al verle de lejos, mostrando los edificios a sus turistas y siempre tan sonriente y galán. Era increíble el descubrir que algo tan simple como un gesto de frescura en sus facciones, me llenaba de gozo incluso en los días más lluviosos.

Guirnalda (LeoxDes)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora