—¡Te lo juro por mis dibujos de flores violetas!—Nunca he visto un dibujo de esos.
El chico siguió haciéndole cosquillas mientras ella se retorcía el la cama ahogándose de las carcajadas inminentes.
—Están en mi casa.
Dejó de hacerle cosquillas, porque tenían casi los mismos sentimientos y eran casi la misma persona. La palabra casa, la mención de la familia, de los problemas, de la esquizofrenia, de la muerte o los suicidas eran temas serios. Se debía guardar silencio y tragar saliva. Porque casi nadie escuchaba nunca a Marte, ni el psicólogo, ni siquiera sus padres en su momento, y ella solo tenía a Theo, que no existía, pero se sentía tan dolorosamente real.
—Nunca hablas sobre tu casa, Mar. Cuéntame la historia. Dime cómo acabaste aquí y por qué piensan que estás tan enferma—se atrevió a preguntar.
—¿Debería empezar por el momento en que mi madre salió embarazada porque papá, literalmente, rompió el condón?—cuestionó la castaña con sarcasmo.
—Por donde quieras. Hasta por el final sí quieres, pero en mi opinión es aquí donde comienza.
—Tenía trece años cuando me dijeron que tenía problemas. Le había contado a mi madre que alguien en mi cabeza me decía que papá la engañaba, que debía matarlo. Por supuesto, ella no me creyó. Luego vino Aaron, todos lo amaban y se olvidaron de las voces y de que yo seguía sin creer en papá y pensando que matarlo era la solución.
»Un día lo dije. Hablé sobre eso todo el día con él, lo que pensaba hacer, que mejor debía confesar y que no solo le haría daño a él, sino a Aaron, el preciado nuevo bebé de la casa. Resultó que Aaron no era hijo de mi padre, pero eso no importaba y había perdonado a mamá. Ahí sospeché más, ¿y sí había perdonado a mamá porque él había hecho lo mismo? No recuerdo qué más pasó; al día siguiente él no estaba. Sin despedidas ni nada. Huía de mi, de su hija. A la que había llamado su princesa, producto de, según decía, un maravilloso error. Pero nunca regresó. Mamá volvió con su antigua adicción al alcohol, me golpeaba seguido y las voces me imploraban que la matara, sin embargo ni lo consideré, solo le confesé a ella lo que decían las voces. Me dijo que estaba loca y entre psiquiatra, psicólogo y psiquiatra, acabé en este manicomio de mala muerte. Tú llegaste a la semana. Llegaste a rescatarme.
—¿Yo soy como una especie de ángel guardián?
—Si, y me recuerdas mucho a Aaron.
—¿Eso es bueno o malo?
—Yo lo amaba. Es lo único que me dolió perder realmente.
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De supernovas y meteoritos.
Short StoryDe diálogos perdidos sobre la vida cotidiana, una familia rota, dos jóvenes, una enfermera y un manicomio. Simplemente una historia perdida sobre personas perdidas.