three

68 21 7
                                    


—¿Tuviste algún novio?

—¡Me acabas de ofender! Todos me decían fenómeno, Theo. Usaba trenzitas y traía brackets y gafas redondas el tiempo que estuve en el colegio. Solo que aquí no puedo tener nada de eso, Meteorito.

—Siempre me has parecido tierna, la verdad —comenta Theo mirando a ningún lado en específico.

Un sonrojo violento invade las mejillas de la chica y sonríe. Porque, francamente, no tiene vergüenza; recuerda, Theo no le gusta y, más importante aún, no existe. Ni en universos paralelos, ni canciones esperanzadoras o cuentos alegres. Es producto de su retorcida imaginación y simplemente disfrutan de su presencia mutuamente.

Es una noche de un mes (nadie recuerda cuál y realmente no importa), un día, que se olvidan de que uno de ellos es humano y otro no.

—Cuentame una historia, Meteorito —sugiere Supernova con una sonrisa radiante.

Ha sido un día genial. Theo no se ha desaparecido, le han dado sus tres comidas y nadie ha pasado a inyectarle algo o a preguntarle sobre sí ve algo, alguien. O si escucha voces sin ver su origen, para que ella, por milésima vez (y habla en serio, porque las ha contado y ya no oye esas voces) niega en voz alta, muy alta. Pero hoy no. Se ha quedado hablando de la vida con su mejor amigo: Theo. Hablaron de la vida, la muerte y los colores.

—¿De qué tipo?

—Del que quieras, una trágica, quizá. Algo de ti.

—¿Por qué tienes la idea de que todas las personas (e incluso las que no lo son) están conformadas de historias trágicas?—pregunta Theo con una ceja alzada.

—Porque así es. A la gente le gusta contar las cosas buenas que le pasan, rara vez cuentan lo triste, sus verdaderas historias. De cómo llegó a la alegría. Ni siquiera los niños nacidos en cuna de oro son realmente felices.

—Tienes razón—confirmó el chico sonriendo con melancolía—. Bien, había una vez un niño que existió.

—No me digas, ni modo que no existiera.

—¡Dejame contar la historia, Mar!—la chica asintió con pesadez—Sucede que el niño, quién sabe por qué, dejó de existir y fue guardado en la mente de un mortal. Un hombre pobre y larguirucho, le hizo creer y hacer muchas cosas malas hasta que lo volvió loco. El niño, eventualmente, creció. Logró salir de la cabeza del hombre y tener una esposa e hijos que corrían el mismo destino que él; habitar la cabeza de un humano mortal. Un día uno de sus hijos acabó en el cerebro de una linda chica.

—¿Y qué con sus demás hijos?

—Ha tenido muchas mujeres y muchos hijos, como te he dicho todos corren el mismo destino, pero no acaba ahí. Ellos se encargan de destruir a la persona, lenta y tortuosamente. Solo que al principio no se dan cuenta. Todo es peor su se llegan a encariñar; podría ser el fin de toda generación de estos sujetos.

—¿Y el fin?

—Te lo he dicho, aún no acaba.

—Por lo que me has contado creo que acabará pronto.



De supernovas y meteoritos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora