La Leyenda de los Otori II - La hierba de almohada

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CON LA HIERBA DE ALMOHADA

Leyendas de los Otori, vol.2

Lian Hearn

Shirakawa Kaede yacía sumida en un profundo sueño, en ese estado de semi-inconsciencia que los Kikuta logran provocar con su mirada. Pasó la noche, y con la llegada de la madrugada las estrellas palidecieron y los sonidos del templo aumentaban y disminuían su intensidad; pero Kaede seguía inmóvil. No oía a Shizuka, su acompañante, quien, preocupada, la llamaba de vez en cuando con la intención de despertarla. Tampoco notaba la mano de ésta sobre su frente, ni escuchaba a los hombres del señor Arai que, impacientes, se acercaban a la veranda y recordaban a Shizuka que su amo deseaba conversar con la señora Shirakawa. La respiración de Kaede era tranquila y reposada, y los rasgos de su rostro permanecían tan imperturbables como los de una máscara.

A la caída de la tarde, el sueño de Kaede se tornó más ligero. Sus párpados comenzaron a agitarse y en sus labios se perfiló una sonrisa. Sus dedos, que horas antes habían rodeado delicadamente las palmas de sus manos, empezaban a estirarse.

"Ten paciencia. Él vendrá a buscarte".

En su sueño, Kaede se había convertido en una figura de hielo; pero estas palabras resonaban en su mente con absoluta nitidez. No sentía miedo alguno, tan sólo notaba que algo frío y blanco la sujetaba, y que se encontraba inmersa en un mundo mágico y helado donde reinaba el silencio.

Abrió los ojos.

Aún quedaban restos de luz. Por las sombras, Kaede dedujo que había llegado el ocaso. Una campana tañó con suavidad, una sola vez, y el aire quedó inmóvil de nuevo. Lo más probable era que ese día, que Kaede no podía recordar, hubiera sido caluroso, pues bajo su cabello la muchacha notaba la piel húmeda. Los pájaros piaban desde los aleros y se escuchaba el golpeteo de los picos de las golondrinas, que atrapaban los últimos insectos del día. Pronto viajarían hacia el sur, pues había llegado el otoño.

El sonido de las aves recordaba a Kaede el dibujo que Takeo le había entregado hacía poco más de un mes en ese mismo lugar. Se trataba del boceto de un pájaro del bosque que a ella le hacía pensar en la libertad. Cuando el castillo de Inuyama fue pasto de las llamas, el dibujo se perdió junto a las demás pertenencias de Kaede: su manto nupcial, el resto de sus ropas... No contaba con posesión alguna. Shizuka encontró algunas prendas viejas en la casa donde se habían alojado, y también pudo hacerse con algunos peines y otros objetos. Era la vivienda de un comerciante, y Kaede nunca había estado en un lugar parecido. La casa olía a soja fermentada y en ella vivían muchas personas de las que la joven intentaba apartarse, aunque de vez en cuando las criadas la espiaban a través de las mamparas.

Kaede temía que los moradores de la vivienda se enteraran de lo que había sucedido en la noche de la caída del castillo. Había matado a un hombre y había yacido con otro, junto al que luchó blandiendo el sable del difunto. No daba crédito a tales acciones. A veces la invadía la sensación de estar hechizada, como se rumoreaba. Se decía que todo hombre que la deseaba encontraba la muerte, lo que en parte respondía a la realidad. Varios ya habían muerto, pero Takeo no.

Desde que fuera asaltada por un guardia cuando residía en el castillo de los Noguchi en calidad de rehén, Kaede temía a todos los hombres. El terror que Iida le inspiraba la había llevado a defenderse de él; pero Takeo no le producía temor alguno. Tan sólo anhelaba abrazarle. Desde que se conocieron en Tsuwano, Kaede le había deseado: quería que él la acariciara, y ardía en deseos de sentir la piel de Takeo junto a la suya. Mientras recordaba aquella noche, la muchacha se daba cuenta -cada vez con mayor claridad- de que no podía casarse con nadie que no fuera él, que nunca amaría a hombre alguno, salvo a Takeo. "Seré paciente", prometió. Pero ¿de dónde llegaban aquellas palabras?

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⏰ Última actualización: Mar 24, 2010 ⏰

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