Capitulo 1
El tipo de los glúteos perfectos montaba en la bicicleta estática de espaldas a Mikeyla. Movía las nalgas prietas con ritmo, arriba y abajo, de un lado a otro, al pedalear brioso con aquellas musculosas piernas. La conjunción del chirrido de la cadena y del sonido de su respiración esforzada, apagó el ruido de los pasos de Mikeyla detrás de él.
No llevaba nada puesto, excepto los pantalones cortos de montar en bici. Mikeyla se recreó en la visión de aquellos hombros anchos que ahora brillaban bañados en sudor. Aunque sólo llevaba dos minutos haciendo ejercicio, ya tenía el cabello aplastado contra la cabeza: aquellos largos cabellos claros le enmarcaban el rostro y acababan enroscados en la nuca.
Le pasó la mano por la espalda empapada y le apretó el hombro izquierdo para comprobar que su músculo deltoides estaba tan firme y duro como el resto del cuerpo. Luego se inclinó para besarle el hombro derecho. Aquella sensación cálida y salada hizo que Mikeyla apretara los muslos mientras notaba esa humedad que le invadía la entrepierna cada vez que veía el cuerpo semidesnudo de aquel hombre.
El tipo de los glúteos perfectos dejó de pedalear y, sin bajar de la bici, volvió el tronco hacia Mikeyla para atraerla hacia él. En cuanto ella se hubo colocado en el ángulo de sus piernas, notó la presión del pene, ya erecto, contra su vientre al descubierto. Mikeyla arqueó la espalda y se frotó contra el hombre hasta que lo hizo gemir. Luego él la cogió por las amplias caderas y empezó a masajearle el culo de tal modo que Mikeyla se animó a continuar lo que había empezado. El mantenía la mirada clavada en los senos desnudos de Miky, que tras emitir un profundo suspiro y comprobar que el movimiento había hecho que se le endurecieran los pezones, los mostró más.Miky inspiró el olor a almizcle que él desprendía, y que el ejercicio y la excitación por verla habían potenciado, y se acercó para lamer una de las gotas de sudor que cubrían sus pectorales, que se contrajeron con el roce de la lengua. Acto seguido, le deslizó las manos por la espalda hasta alcanzar aquellos glúteos exquisitos que luego trató de agarrar. Él la movió hacia atrás, con la intención de bajarse de la bicicleta, la sujetó por la cintura con sus enormes manos y la levantó como si ella tuviera una talla treinta y ocho en lugar de una cincuenta. A su vez, Mikeyla lo abrazó con las piernas y le situó el sexo anhelante justo delante del miembro, de modo que ahora resultaba prácticamente imposible que él se quitara los ajustados pantalones sin ayuda. En aquella posición, Mikeyla trató de echarle una mano. Ambos estaban ansiosos y se movían con torpeza y de un modo extraño.
Después de que la prenda cayera al suelo, él dio un paso para desprenderse de ella definitivamente. Luego recolocó a Mikeyla para meter la mano entre sus cuerpos e hizo varios movimientos tentativos, con la intención de introducirse en aquel camino humedecido, ya preparado para recibirlo. Mikeyla se retorció impaciente, mientras le chupaba y mordisqueaba el lóbulo de una oreja, y él la correspondió apretando contra ella la po.lla ya engrandecida, con lo que ella vio aumentadas sus esperanzas de verse satisfecha.
Cuando por fin la penetró, Mikeyla dejó escapar un quejido de placer y se inclinó hacia atrás para elevar los pechos a la altura de la boca de su compañero, que empujaba hasta el fondo...
Parecían dos cuerpos que actuaran con una sola mente, con un mismo objetivo. Miky se restregó contra él en un movimiento ondulante para aumentar la fricción; el rugido que él emitió obtuvo un suspiro por respuesta. El hombre se tambaleó al tratar de mantener agarrada a Mikeyla, a la que empotró contra la pared al caerse hacia delante. Ahora, con cada empellón, ella sentía el yeso presionándole las nalgas y los hombros desnudos, así que se agarró a él con fuerza sin importarle si llegaba a clavarle las uñas; a fin de cuentas, eso haría que él se excitara más aún. Miky tenía que alcanzar el clímax...
De repente, se oyó un bocinazo atronador que provenía del exterior. A Miky se le nubló la visión de tal modo que no pudo llegar al orgasmo y él dejó de pedalear.
Mikeyla parpadeó sobre la lente del telescopio, mientras que se desvanecía su recurrente fantasía. Al otro lado de la calle, su objeto de deseo alargó el brazo para hacerse con la bebida isotónica que había en la mesa próxima a la bicicleta y se inclinó hacia atrás para dar un trago.
— ¡Mier.da! — Mikeyla sacudió la cabeza para deshacerse de la imagen que aún ocupaba su mente y esbozó una sonrisa de arrepentimiento—. A ver, tú, tío de los glúteos perfectos, tienes que mejorar ese aguante, estoy decepcionada.
Ajeno a lo que pasaba por la mente de Miky, el vecino cañón dejó de pedalear.
Ella giró el telescopio para volver a echar un vistazo a la fachada del edificio. Más allá de su balcón, la ciudad se animaba para recibir la noche. Si se recostaba y miraba hacia abajo, podía ver a la gente entrar y salir de las tiendas, comer en las terrazas de los restaurantes o hacer cola para sacar las entradas del cine que había en la esquina del bloque.
Su apartamento, situado en un sexto piso, se encontraba justo en la zona norte del centro de Dallas, guarecido por los enormes rascacielos que dominaban el norte del cielo de Texas.
Mikeyla decidió centrarse en el apartamento que se encontraba justo enfrente del suyo para comprobar si alguno de sus vecinos conocidos había vuelto ya a casa. Aunque la costumbre de espiarlos había comenzado, de modo accidental, apenas hacía unos meses, Mikeyla ya se había encariñado con muchas de las personas que vivían en el edificio del otro lado de la avenida. De forma algo curiosa, se sentía como su guardiana, siempre atenta para cerciorarse de que todo iba bien, hasta tal punto que una vez había llegado a llamar a la policía cuando creyó que alguien estaba en peligro. Por supuesto, la llamada la hizo desde una cabina en la calle.
Efectivamente, se trataba de la joven pareja de salidos que vivía en el quinto. Estaban en la cocina preparando la cena, algo que Mikeyla ya reconocía como uno de sus rituales de estimulación erótica de la tarde.
Por su parte, el dominador —el inquilino del ático— no había llegado aún. Miky frunció el ceño y se preguntó si estaría de viaje otra vez, como ocurría con frecuencia últimamente, y casi deseó que se hubiera mudado, pues si bien sus aventuras sexuales la dejaban muy intranquila, no podía evitar mirarlas.
Al contrario que los balcones de los apartamentos de enfrente, que eran enrejados, el de Mikeyla constaba de un sólido muro de ladrillos. No lo había decorado con plantas colgantes, ni con adornos móviles o cualquier otra cosa que pudiera llamar la atención. Lo único que albergaba aquel espacio era un altísimo ficus con cientos de grandes hojas oscuras que la suave brisa de septiembre solía mecer y que le servían fundamentalmente para camuflar el telescopio. Miky acostumbraba a llevar pantalones holgados negros y un jersey fino del mismo color porque la hacían parecer más delgada y también porque contribuían a que su silueta quedara difuminada entre las sombras.
Una suave racha de viento nocturno le colocó un mechón de cabello negro sobre los ojos. Mikeyla se lo retiró con impaciencia y lamentó no haberse hecho una coleta para recoger todos aquellos rizos que le llegaban a la altura de los hombros.
Le temblaban las manos y notó la oleada de excitación en el estómago que aún le duraba de la fantasía de la sesión de gimnasia. Por mucho tiempo que llevara observando a sus vecinos a escondidas, le ocurría lo mismo cada fin de semana: la emoción no desaparecía jamás.
Fueron llegando a sus casas más inquilinos, que iban encendiendo las luces al entrar. La lisa fachada del edificio de enfrente parecía un tablero de ajedrez, con unos cuadrados que se alternaban así en blanco y negro.
Miky giró cuidadosamente el telescopio para tratar de encontrar algo de actividad. La señora del cabello azul —la anciana del cuarto— llevaba enferma algún tiempo, de modo que Mikeyla se alegró al ver que aquel día se sentía con fuerzas para invitar de nuevo al grupo que solía reunirse en su casa los viernes por la noche para jugar al bridge. En la mesa de la sala de estar había otras tres señoras que charlaban mientras echaban la partida de cartas. Comprobó de nuevo la situación en el apartamento de los salidillos.
—¡Vaya, vaya, chicos, sí que están preparando un festín de gourmet, sí!
La guapa pareja de jóvenes estaba completamente desnuda y yacía recostada y encajada en la postura del sesenta y nueve sobre la laqueada mesa china del comedor. La mujer estaba ocupaba haciéndole una mamada a su marido mientras que él la masturbaba. Mikeyla negó con la cabeza:
—Son increíbles, chicos. Cuando creo que ya lo he visto todo, siempre me sorprenden con algo aún mejor —ajustó el visor para poder contemplar mejor la escena y sonrió al comprobar que la mujer llegaba al orgasmo y daba un grito tremendo de satisfacción—. Vamos, cielo —la animó.
Las caderas del hombre empezaron a moverse con más rapidez mientras que, con una mano, trataba de empujar la cabeza de su mujer para meterle el pene más a fondo. Ella, por su parte, no tenía ninguna intención de atender aquellas peticiones. Mikeyla vio que el rostro de aquella joven rubia se relajaba; ahora la mujer estaba sumida en sus propios pensamientos y la po.lla acabó saliéndosele de la boca.
—Anda, él va a explotar —susurró Mikeyla . Y tanto que sí. Enseguida el pene empezó a lanzar chorros de semen por todas partes. La chica se retiró, y aunque, consciente de lo que ocurría, trató de agarrarle el miembro, que seguía salpicando leche, no llegó a tiempo para evitar quedar totalmente empapada.
—Eso sí que es un hombre viril —se dijo Miky . Continuó observando, algo preocupada por si el salidillo se habría enfadado con su mujer, por haberse retirado y no tragarse el semen. Sin embargo, para su alivio, la pareja empezó a reírse. La rubia se limpió el líquido de la cara y del cuello, y untó con él el pecho de su marido, que se inclinó para lamerle los labios.
—Eso es, chicos —los felicitó Miky—, disfruten mutuamente. La visión de aquella parejita tan felizmente casada hizo que se sintiera nostálgica y más sola de lo normal.
¡Hacía mucho tiempo que no tenía pareja! Ese sentimiento de soledad era precisamente lo que la llevaba una y otra vez al balcón. En ocasiones, se sentía más ligada a estos vecinos anónimos que a cualquier otra persona.
Contenta por la agradable escena final entre sus vecinos, Mikeyla giró de nuevo el telescopio para echar una rápida ojeada al resto del edificio y comprobar que sí estaban la modelo anoréxica del tercero y el anciano homosexual del quinto.
Hacia las 21.00 horas el inquilino del ático, al que había apodado el dominador, volvió a casa con una chica de cabello castaño, muy guapa, que Miky veía por primera vez. Ambos se sentaron en las sillas de piel del cuarto de estar y se dedicaron a charlar y a beber una copa de vino. Mikeyla aguzó la mirada con la intención de fijarse en la chica, que tenía pinta de rondar los veinte: mostraba la piel de porcelana y los rasgos perfectos de una muñeca fina, de las caras.
—Muñequita, así es como voy a llamarte —murmuró.
La actitud atenta y educada, acompañada sin embargo por una expresión anodina, parecía significar que la muñequita no era ajena a las reglas del juego del dominador, quien, al contrario que el tiarrón de la bicicleta estática, no era un tipo enorme y cachas, sino más bien delgado, de aproximadamente un metro setenta y cinco de altura y de complexión mediterránea, con el cabello oscuro y ondulado. Mostraba además una sonrisa tan encantadora que casi alcanzaba a disimular la crueldad que escondía.
El dominador se recostó sobre los cojines de cuero y estudió a su invitada antes de emitir una orden corta y directa. Miky vio cómo movía sus labios y cómo de inmediato la muñequita se levantaba y empezaba a desabrocharse la blusa sin retirar los ojos de los de él, que permanecía sentado y miraba caer la prenda al suelo tras deslizarse por sus hombros. El negro del sujetador de puntilla que llevaba, resaltaba aún más la blancura y suavidad de su piel, y eso aumentaba su aspecto vulnerable. Mikeyla se percató de que el dominador hablaba de nuevo. Acto seguido, la muñequita se bajó la cremallera de la falda y arrastró la tela a lo largo de sus caderas hasta que la prenda quedó tirada en el suelo. El tanga tan sexy que llevaba iba a juego con el sujetador. Miky se preguntó qué se sentiría al estar casi completamente desnuda delante de un hombre que la juzgaba con semejante frialdad. Aquel sentimiento le provocó un escalofrío que la recorrió de arriba abajo. ¿Sabría aquella chica lo que vendría después? La muñequita se quedó quieta mientras esperaba. Miky había observado al dominador otras veces, así que sabía con certeza que la chica no haría nada sin que se lo ordenaran. El corazón empezó a latirle con fuerza y se preguntó si la joven estaría sintiéndose la mitad de tensa que ella. El dominador habló otra vez. La muñequita se inclinó y se llevó las manos a la espalda para desabrocharse el sujetador. En cuanto hubo soltado el último enganche, el sostén cayó al suelo y los pechos quedaron al descubierto. Él volvió a decir algo y la chica se quitó las bragas, dio un paso adelante y se arrodilló delante de él.
Miky empezó a temblar. No le gustaba la visión de aquella muñequita desnuda a los pies del dominador: era como si estuviera adorándolo. Con todo, no cabía duda de que aquella escena también estaba cargada de erotismo. Mikeyla abrió el puño para volver a cerrarlo al instante, tratando de dominar la tentación de tocarse los pezones ya erectos.
El dominador alargó el brazo derecho para acariciarle el rostro a la muñequita, que lo presionó contra la mano de aquél mientras se la besaba. Él continuó acariciando su mata de cabello castaño. «Si realmente es sumisa, le gustará someterse a un amo», se recordó Miky. Aun así, en cuanto lo vio tirarle de la cabellera no pudo evitar suplicar:
—¡No, no lo hagas!
El dominador la agarró por la melena y la obligó a levantar las rodillas. Ella se mantuvo allí, suspendida entre aquel puño y el suelo, con la cara contraída por el dolor. Completamente vestido, él arrastró la desnudez de su cautiva por la habitación hasta una silla otomana que había delante de la chimenea. Luego empujó a la chica hacia aquel mueble gigantesco al que ella, obediente, se subió para colocarse a cuatro patas frente a su dominador, que permanecía erguido delante de ella. Mikeyla, que ya había visto a su vecino subir a una chica a la otomana, sabía de sobra lo que vendría después, así que juntó los muslos y los apretó con fuerza mientras disfrutaba de la sensación de calidez que le iba naciendo en la entrepierna.
El dominador caminó hasta un paragüero que había cerca de la puerta principal y, después de sacar de él lo que parecía una vara de caña, volvió a colocarse detrás de la muñequita. Miky no podía verle la cara, así que no sabía si había ordenado algo más antes de elevar el accesorio y dejarlo caer con fuerza sobre las nalgas desnudas de la chica. En cuanto notó el contacto de la caña sobre la piel, la muñeca arqueó la espalda. Inmediatamente, el dominador volvió a levantar el brazo y trazó de nuevo un arco con la vara que se estrelló con fuerza en el trasero de la joven. Esta vez, la muñequita se tambaleó hacia delante de modo que acabó con medio cuerpo fuera del mueble.
El dominador reaccionó negando con la cabeza, arrojó el bastón al suelo y se marchó de la habitación pisando fuerte. La muñequita se volvió hacia él con una expresión de súplica, aunque sin decir nada, mientras él se dirigía a la mesa del despacho y abría un cajón. A Mikeyla se le agarrotaron los músculos del hombro por la tensión; sabía bien lo que había en aquel lugar. El timbre del teléfono la distrajo de lo que estaba ocurriendo enfrente. Cuando volvió a sonar, Mikeyla se debatió entre contestar o no. Si se trataba de su madre, no responder implicaría una retahíla de insistentes llamadas a intervalos de veinte minutos hasta que por fin descolgara incluso si ello implicaba seguir telefoneando hasta las dos de la madrugada—. «Mejor lo cojo ahora.»
Corrió hacia el cuarto de estar rozando a su paso las cortinas y contestó, por fin, al cuarto timbrazo, justo antes de que saltara el contestador.
—¿Dígame? —preguntó sin aliento.
—Has sido una niña mala, Mikeyla Vee Austen —decretó una voz masculina al otro lado de la línea.
—¿Quién es? —quiso saber Mikeyla. Debía de tratarse de alguno de sus hermanos o de algún amigo.
—Soy la Justicia —la voz se detuvo de modo que a Miky le dio tiempo a pensar si se trataba de Matt, su hermano mayor—. Has estado espiando a tus vecinos, ¿te has parado a pensar cómo se sentirían si se enteraran?
El corazón de Miky empezó a palpitar con fuerza. «¡No! Esto no podía estar ocurriéndole a ella.» Con el cuidado que había tenido, era imposible que la hubieran visto.
—No sé a qué se refiere —contestó con una voz gélida—. Voy a colgar ahora mismo, y si vuelve usted a llamar, avisaré a la policía. Colgó el aparato con fuerza. ¡Dios, Dios, Dios! Miky se mordió el labio inferior y se quedó mirando el teléfono. ¿Y si de verdad la habían visto? A lo mejor alguien lo sabía. La realidad caía sobre ella con todo su peso. Si algo salía a la luz, podían detenerla, podía perder su trabajo. En ninguna empresa querrían contratar como trabajadora social a una persona a la que le hubieran imputado delitos de índole sexual, porque el empleo implicaba visitar familias. ¡Y su madre! Dios santo, ¿qué diría su madre?
Mikeyla trató de pensar a pesar del pánico que iba invadiéndola por momentos. Primero decidió sacar el telescopio del balcón. Tenía que sentarse y planificarlo todo con calma...
El teléfono empezó a sonar de nuevo. Miky lo miró aterrada como un ratón asustado ante una serpiente. No se movió ni un ápice. Un segundo timbrazo... Un tercero... y, por último, un cuarto. El contestador saltó y Miky pudo oír la misma voz de hombre de antes.
—Eso no está nada bien, Vee . No puedes esconderte de la Justicia. Si no me crees, echa un vistazo al felpudo de tu puerta. Esperaré.
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Una chica mala [Harry Styles novel adap.]
RandomSinopsis: Ser una chica mala puede ser tan bueno. Lo único que se precisa es al hombre adecuado. Durante el día, Mikeyla Austen es una entregada trabajadora social. Por la noche sólo tiene un vicio: al oscurecer, espiaba a sus vecinos durante sus mo...