Parte única

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Dean despertó agitado aquella noche. Tuvo que apretar los ojos con fuerza antes de salir de la cama para lavarse el rostro con agua helada y poder alejar de su mente los últimos rastros de la pesadilla. Ya no era tan frecuente como los primeros meses, pero eso no quitaba el horror de la situación.

Se había convertido en algo tan rutinario desde hacía un año y medio que Sam había dejado de despertarse para ver que le sucedía a su hermano. Siempre era la misma historia: Dean solía despertar gritando el nombre del ángel, cubierto en sudor, y el corazón le latía a mil por hora; aseguraba que la marca en su pecho ardía durante unos momentos, pero una parte de sí sabía que todo estaba dentro de su cabeza. Algunas veces incluso despertaba llorando, y se odiaba por eso. Llorar le recordaba a los malos momentos, sobre todo a ese último mal momento con Castiel y posterior a éste. Intentaba poner sus sentimientos debajo de la alfombra como lo había hecho toda su vida pero se sorprendió al descubrir que su escondite ya estaba lleno hasta el tope y las emociones habían comenzado a filtrarse por los costados.

Hacía ya un año y medio, los demonios les habían tendido una trampa. Los hermanos habían ido a Dakota del Sur a investigar el caso de un niño que aseguraba que su madre había sido secuestrada por hombres de ojos totalmente negros. Según la policía, era el quinto caso en dos meses y Derek, el chico, era el único testigo, puesto que esas personas solían llevarse a la madre soltera y su hijo.

Ellos fueron a la casa de Derek para hablar con él y asegurarle que todo estaría bien, que pronto recuperarían a su madre. El tío del chico, el encargado de su protección, se encontraba trabajando y Derek los dejó entrar con los ojos marrones llenos de terror. No debía tener más de diez años, y se notaba por su rostro y voz temblorosa que estaba más que asustado. Les habló de su madre como si fuera la mejor mujer sobre el planeta y les confesó que no podía dormir por las noches por el miedo de que aquellas cosas volvieran por él.

Terminaron por compadecerse de Derek y le dijeron que si surgía algún problema, que los buscara en el Motel Four Horses.

Grave error.

Por supuesto, los Winchester no contaban con que el muchacho también estuviera poseído y que formara parte del ejército de demonios que querían sus cabezas clavadas en unas estacas en el Infierno.

Los tomaron por una emboscada mientras dormían. Era una noche fría de noviembre y el tráfico era pesado por la carretera, lleno de bocinazos y frenadas. Hacía una semana que los hermanos no conseguían un motel decente donde dormir más de dos horas sin que algo surgiera, y apenas cruzaron la puerta y se dejaron caer en sus camas no tardaron más de cinco minutos en comenzar a roncar. Los escucharon cuando comenzaron a entrar por todas partes: destrozaron la puerta, rompieron ventanas, e incluso quitaron una parte del techo. Eran más de los que Dean podía contar y los tenían rodeados en sus propias camas.

Los hermanos se miraron a los ojos por un momento y asintieron de forma casi imperceptible; nunca dejarían que los tomaran, y si tenían que morir al menos sería peleando.

Más rápidos que un rayo, tomaron las armas que mantenían guardadas bajo las sábanas con una mano y con la otra comenzaron a tirar agua bendita a diestra y siniestra. Los demonios se contorsionaban en el piso por el dolor y el humo salía de la parte del cuerpo donde el agua los había tocado, pero por cada uno que mataban, entraban dos. Lo podían sentir: no había escapatoria, y esta vez parecía ser la definitiva.

Tres de los demonios embistieron contra Sam y él logró clavar el cuchillo de Ruby en el estómago de uno antes de que los otros lo tomaran por los brazos con la fuerza similar a la de un toro. Dean intentó recitar un exorcismo pero un demonio lo tomó por la espalda y otro le encintó la boca.

Cicatrices de una guerra [Destiel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora