Tres días para enamorarme

22 6 5
                                    

Al pasar de los años las festividades dejaron de emocionarme, los villancicos poco a poco se volvieron letras sin sentido, mientras que los adornos se tornaron simples decoraciones, brillantes por fuera y apagadas por dentro. He visto cada año, como las personas entran en modo "competencia", para ver quien adorna mas lindo su hogar, quien tiene mejor gusto, o en su momentos mayor creatividad. La envidia nace espontánea cuando el vecino te ve llegar con un auto nuevo, producto del llamado "bono navideño". La familia se acerca sólo por interés y la carente emoción en mi, se ha ido mermando poco a poco hasta desaparecer en su totalidad.

Hacer ya cinco años, que he dejado de arrastrarme de emoción, por esta tonta festividad.

Hace también cinco años que vivo sola en un pequeño pueblo al norte de Filadelfia, lejos de mi familia, que cada año me llama, para invitarme a asistir con ellos a las fiesta, y la respuesta siempre es la misma. Mi madre insiste, yo la rechazó, ella llora.

Para después escuchar la voz de mi hermana menor llamándome "maldita grinch", pero este año esa llamada no ha llegado y sentada en mi oficina con la mirada fija en el teléfono, me preguntó el porque.

—¿Cómo vamos Sandra?—pregunta mi jefe entrando de golpe, sin llamar a la puerta, lo cual me saca de mis cavilaciones y me hace dar un brinco por el susto.

—¡Oh! Mmmm bien—respondo intentando recuperar mi correcta presión cardíaca.

Mi jefe ríe por lo bajo, mientras acaricia su barba. Llevo casi cuatro años trabajando en este despacho de contadores y desde mi primer día aquí, mi ex jefe él Señor Fuentes, fue siempre un amor conmigo, goce de una muy buena relación con él y en su momento de excelentes charlas. Pero todo cambió hace un par de semanas cuando el Señor Fuentes decidió retirarse y dejarle a su nieto, el control total del despacho. En mi opinión, no es más que un júnior engreído con aires de autosuficiencia, que me saca de quicio con su maldita presión. Si definitivamente eso es, muy guapo y con una sonrisa de ángel, debo admitirlo, pero al final, un hijo de papi del montón.

—¿Ya tienes la relación de aguinaldos y bonos navideños de Casa Modas?—pregunta él, mientras se acomoda en la acolchonada silla frente a mi escritorio.

Haciendo uso de mi silla con rueditas, me deslizo hasta el archivero, para sacar una bien organizada carpeta, una pequeña memoria y volver a mi escritorio.

—Está es—respondo, acomodando mi saco gris y con mi mano libre le paso la carpeta. La cual abre, lee un momento, frunce el ceño y la vuelve a cerrar.

—¿Lo de la señora Julia...?

—Estoy en eso—lo interrumpo con brusquedad. Apenas me dio ese trabajo está mañana ¿que le pasa?

—Lo se—responde él recargándose en su asiento—sólo quiero avisarte que me llamó, dice que encontró varias facturas faltantes, para deducir.

El color en mis mejillas se hace evidente, me cae tan mal, que aveces no puedo evitar ser un poco grosera.

—Lo siento, no lo sabía—me disculpo, mientras él me mira con sus penetrantes ojos negros y, dándome una sonrisa de lado, se pone de pie.

—No te preocupes Sandra, se que te he tenido muy presionada esta última semana, te entiendo. Por cierto ¿que harás mañana por la noche?—Su sonrisa sigue fija en mi, y no puedo evitar sentir un hueco en mi estómago, aún así salvo la situación, manteniendo el control de mi, mientras me recargo en mi acojinada silla.

—¿A qué viene esa pregunta?—contraataco levantando una ceja.

Él ríe un poco y de un linda manera, rasca su ondulada cabellera castaña.

Un Nuevo EnfoqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora