Germania

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Uno de los mayores desastres de Roma fue la batalla de Teutoburgo, en la que Roma pierde a tres legiones enteras (con consecuencias desastrosas) a causa de Arminio, el rey de los queruscos. Desde entonces Roma evita expandirse por Germania Magna.


 Germania

Estamos en el Bosque de Teutoburgo. Otoño del año 9 d.C.

El cielo no ayuda a que Roma camine con la seguridad que siempre lleva. Nubes oscuras, viento húmedo, niebla espesa; le cuesta sacar valor para caminar junto a sus legiones por aquel bosque.

-Señor- le llama un general yendo a caballo-. No hay señales de los queruscos.

Roma detiene su caballo y levanta una mano. Los centuriones y legionarios se detienen, apoyan sus pesados escudos sobre la espesa hierba y se dan tiempo para respirar.

Roma observa muy bien cada hueco entre los numerosos, finos y puntiagudos pinos que rodean el estrecho sendero. Un gris que transmuta de oscuro a claro es lo único que pasa entre los pinos. Pero Roma sabe que no debe fiarse ni del silencio.

-Preparad los escudos. Formad filas.

Sus hombres se ponen en alerta en cuestión de segundos. Crean un muro a izquierda y derecha de metal y lanzas. Roma está dentro, junto a sus generales, montado a caballo a la vista de cualquier flecha pero imponente para atacar al mínimo movimiento.

Entonces cae la lluvia.

No es agua, porque el agua no hace sangrar ni mata de un solo toque.

Es una lluvia de flechas.

Las filas se rompen y empieza el juego de defensa y ataque. El caballo de Roma se ensalza y con su relincho da comienzo la masacre.

No es la primera vez que Roma se ve envuelto en una situación similar. Prácticamente desde que nació, criado por una loba, se ha visto obligado a tener que soportar batallas por territorio, orgullo, venganza y traición.

Pero hoy es todo junto.

Y con quien tiene que lidiar esta vez es con Germania.

Aquel muchacho rubio de pelo largo y ojos azules, un bárbaro a ojos de su ciudad, pero un Apolo a ojos de Roma, había sido su mayor cómplice, amigo y quizá algo más que no se atrevían a decir pero sí a sentir.

Roma ha crecido, aquel muchacho también, y eso significa que sus territorios han tenido que chocar. Ahora Germania ya no es ni su compañero ni la auxilia de su ciudad.

Roma se está pasando. Germania quiere dejar atrás la expansión.

Y se lo hace saber.

Germania aparece entre la niebla ya difuminada a ras de suelo. Está en lo alto de la colina viendo todo entre los pinos, pero siempre en dirección a Roma.

Roma lo reconoce y también lo mira. Es una pelea que se lidia también con miradas, por si pudieran matar más rápidamente que clavando una lanza.

Aprieta las riendas del caballo y lo conduce colina arriba. Germania se dirige al final, al despeñadero. El sol se está ocultando ya. Lo sabe porque las nubes han pasado de un color gris azulado a un negro anaranjado.

El ocaso.

El fin del día.

Roma está detrás.

Germania lo escucha bajar del caballo y caminar hacia él. Él no se gira.

-Germania.

Latín. Asquerosa lengua para sus oídos, pero el único medio en el que pueden entenderse. Germania ha tenido que tragar mucho orgullo para llegar a lo que es ahora, un siervo de Roma.

Pero eso se va a cambiar.

-Roma- dice y lo encara con ojos de hielo-. No pensé que necesitaras a tres legiones para venir a verme.

-No es sólo una visita, Germania. Sabes qué hago aquí.

La frialdad de sus voces comenzó a ser más usual cuando Germania no ayudó a Roma con otra guerra que tenía en el sur. Desde entonces, intentan mantener las distancias, pero en los ojos están las puertas del alma, y eso no se puede ocultar bajo ningún frío manto.

Roma da unos pasos para estar más cerca de Germania. Le mira a los ojos buscando una verdad, pero no la encuentra.

-¿Por qué me traicionas? ¿Por qué ahora?

Sólo encuentra odio.

-Tú sólo quieres poder. Y para lograr eso, conquistas todo cuanto esté bajo tus pies. Pero conmigo no es así. Mi tierra jamás será tuya.

El ocaso parece que está terminando su camino. Roma debe darse prisa.

Pero no sabe qué hacer.

-Ven conmigo. Haremos una alianza. De ese modo dejarás de ser un siervo para ser mi aliado. ¿Qué dices?

Titubea un poco para alzar su mano esperando ansioso a terminar esta batalla.

El naranja del cielo se está hundiendo en el negro.

-No.

Roma recibe un golpe fuerte en el corazón. Desafortunadamente, lo que le faltaba a su corazón roto era un golpe físico.

Las tres legiones de Roma han caído.

Por primera vez, una batalla de Roma acaba de caer en desastre.

Roma pierde fuerza para mantenerse en pie. Cae de rodillas antes Germania, quien lo está mirando sin luz en los ojos. Es un frío apagado. Sin sentimientos.

Roma no deja de mirarle mientras se retuerce de dolor y angustia.

-¿Por qué, Germania?

Germania se agacha, pero no lo toca. Lo observa como quien observa la muerte de un animal que acaba de ser cazado. Esperando a que termine de retorcerse en su acortado hilo de vida.

-Libertad es lo único que no veo contigo, Roma.

Lágrimas pequeñas le salen de sus ojos dorados. Como el color del águila que ondean sus estandartes, ahora rotos y quemados, junto a sus hombres. Junto a su corazón.

Roma se rinde ante el bárbaro rubio que se ha puesto en pie. En el borde de la inconsciencia, en el borde del precipicio, oye:

-Ojalá esto fuera al revés.

Roma cae en un profundo sueño de un profundo abismo. Se va junto con la poca y última calidez que reside en aquella tierra, viendo toda su realidad hecha añicos.

Germania se ha ido.

Ambos caen con el corazón roto.


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