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En el cielo nocturno las estrellas brillaban palpitantes, como si en sus pupilas de fuego pudieran caber todos los sueños que es capaz de inspirar la magia de la noche o quizás el dulce lecho de la eternidad en donde dicha magia reposa cada día. En esos instantes de magia y eternidad y de amorosas esperas, debemos decir, Dumet y su amada Denise bebían al mismo tiempo algunos cálidos momentos de compañía con sus auras encendidas y algún que otro sorbo de noche con la fragancia cósmica de sus almas totalmente enternecidas y bastante expectantes al hechizo único de la pasión. Ello lo hacían mientras observaban la existencia entera, mientras observaban uno de los tramos del infinito imantado con una serena y lívida fugacidad, mientras observaban todo aquello y mucho más desde el balcón de la tercera planta de aquel fino y elegante restaurante llamado: El lirio de Casablanca. Un nombre que, nos es necesario anotar, hace alusión a una bella y perfumada flor de pétalos blancos y tallos gruesos y fuertes de color verde oscuro. Una flor que, se dice por ahí, suele ser regalada en algunas regiones del mundo a los novios que contraen matrimonio. Pues bien, no es de extrañar que un restaurante en el cual en ocasiones se presentan músicos de violín y cuyo decorado pretende otorgar a todo el ambiente del lugar un aire intimista y sensual, posea un nombre semejante, más aún si tenemos en cuenta que en el lugar también se encuentra una florería y que allí, muchas personas acuden no solo para probar algún platillo de mariscos o de salmón en salsa de coco, sino para comprar flores, más exactamente el ya mencionado lirio de Casablanca.

Y sí, bajo las sugerentes llamaradas color azul zafiro de una luna traviesa, allí se encontraban aquellos dos amantes, a la espera de que comenzara un silente juego de amor y literatura. Un juego de metáforas sucesivas y de vida en constante expansión pasional. Un fino arte de lisergia que iniciaría apenas se presentase la señal indicada.

—Lo digo muy en serio, mi amigo poeta, aún no puedo creer que hayas optado por colocarle a una organización de asesinos: Estrella del borde azul. Digo yo, ¿en qué pensabas cuándo se te ocurrió dicho nombre? —comentó unos cuantos minutos atrás Marcel Larkin cuando él y su amada Scarlet y Dumet y su amada Denise, aún se encontraban todos juntos en la primera planta de aquella estancia que hace las veces de restaurante y florería.

—Pues, si tan mal te suena, mi buen amigo asesino, lo hubieras cambiado ya que eres el líder de la organización. Ah, es cierto, lo olvidaba, no tienes ese grado de albedrío, esa matriz de decisión capaz de poder alterar todo un universo de significaciones. Eres hijo de la palabra y parte de la misma esencia que conforma al verbo.

—Te confesaré una cosa, señor de la metáfora —le dijo Marcel a Dumet mientras lo observaba con una fijeza que bien hubiera podido ser capaz de controlar las mareas del mundo tal y como lo hace la luna—: cada que intentaba cambiar dicho nombre algo sucedía. En ocasiones se perdía la hoja de papel en la que anotaba el nuevo nombre, sino era eso, acontecía que alguien, algún enemigo, asesinaba a quien quiera que yo mandara de mensajero a comunicar a los allegados el nuevo nombre, y ya sabes que las organizaciones de asesinos no pueden andar comunicándose todo el tiempo por medios electrónicos. A veces, simple y sencillamente olvidaba cambiarlo.

—Y ¿qué se te ocurre?

El circulo de Lovecraft, por ejemplo. Suponiendo que Lovecraft no fuera solo el apellido de un escritor sino el nombre de una ciudad.

—No creo que haya una ciudad que se llame así, Marcel.

—Lo sé, mi amigo diseñador de metáforas. Por eso digo que es un ejemplo.

La infinitesimal danza del tiempo deseaba hacer de las suyas en la habitación privada de la pasión y desde aquel balcón en el que ella estaba, alguna que otra mariposa nocturna ansiaba atravesar alguno que otro de los túneles de la eternidad. Ella, la hermosa Denise, no entendía muy bien lo que estaba sucediendo. Apenas si tenía algunas pistas de todo el rompecabezas. Ella, mientras permanecía tomada de la mano con su amado Dumet, recordaba la conversación entre él y aquel otro hombre que tuvo lugar unos minutos atrás. Ella estaba a la espera de que comenzara el juego de amor. Un juego destinado a obliterar sus sentidos al mismo tiempo que los elevaba por sobre los tapices inimaginados de la infinitud.

De las inercias de la piel a un mar de constelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora