Falling in love at a coffee shop

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“Quiero hablar del frío:

El frío es bueno para tomar café,

para acostarse,

para hacer el amor,

para que nos digan "tienes las manos frías",

para fumar y para no salir del cuarto.

Para todo lo demás es malo el frío”

Louis releía nuevamente aquella frase del poema de Jaime Sabines que tanto le había llamado la atención. Era curioso, se decía a sí mismo, cómo pensaba lo mismo que decía allí. Si había algo que detestaba, era el frío, y vivir en Londres no era algo que lo mejorara en lo absoluto. Pero si debía rescatar lo bueno de aquella época sería exactamente eso, y en ese mismo orden. Amaba el café, por sobre todas las cosas, por aquella razón su lugar favorito era Monmouth. Porque era, a su parecer, la mejor cafetería de la ciudad. Además de servir un café delicioso, era un lugar tranquilo, y por lo tanto, el lugar perfecto para su lectura.

Con la cucharilla revolvía lentamente su  Café Sandra, para ver si podía mejorarle un  poco el sabor. Le resultó demasiado cargado: crema de cacao,  Drambuie, crema de leche montada y canela, asqueroso. Al notar que no podía hacer nada para mejorar su sabor, se dirigió hasta la pequeña fila del mostrador para pedir un croissant de almendras y así quitarse el gusto amargo que tenía en la boca. Después de pagarle al de la caja, se encaminó hacia donde estaba anteriormente. Para su sorpresa, había alguien –no, un bello chico-, sentado en la silla frente a la suya. Se sentó en su lugar y miró con cara de enfado al joven.

—Yo estaba sentado aquí antes —le anunció al chico. Este alzó su cabeza y dejó a la vista un par de orbes esmeraldas penetrantes, a Louis le parecieron los ojos más bonitos del mundo.

—Sí, lo he notado —fue lo único que le dijo.

—Entonces —prosiguió Louis— ¿podrías devolverme mi privacidad, junto con mi comodidad?

El ojiverde volvió a mirarlo. Aquellos ojos verdosos lo veían como si él fuese su presa, se sentía débil frente a ellos.

—Mira —sopló fuertemente—. No hay más lugar, y este es el único que al menos tiene un asiento libre.

Louis, queriendo corroborar lo que le decía el ojiverde, miro fugazmente el lugar. Él tenía razón. La cafetería no solía estar tan llena como ese día, pero el invierno había llegado junto con las más frías temperaturas, haciendo que la gente se escabullera a las cafeterías, llenándolas por completo. 

—No voy a molestarte, tan solo voy a estar aquí un par de minutos —le explicó—. Luego me iré, y podrás seguir disfrutando tu soledad.

Louis quería hablar y decirle que le incomodaba su presencia, pero de su boca no salía nada. Estaba obsesionado con sus ojos, eran preciosos, y le gustaba mirarlos. Y eso le resultaba tan extraño.

Diez minutos después -los había estado contando-, Louis no pudo controlarse más. Había pasado cada segundo contemplando al joven. Cada cosa suya le parecía una cosa exquisita: esos rizos chocolates que le incitaban a las yemas de sus dedos a tocarlos, sus gruesos labios en forma de corazón que le provocaban un escalofrío cada vez que la taza los tocaba y los diversos lunares que adornaban cada sector de su rostro y cuerpo, que lo llamaban a contarlos una y otra vez. Cuando el muchacho se había levantado para pedir su bebida, él no pudo evitar contemplarlo detenidamente. Era exageradamente alto a comparación suya. Bueno, tampoco es que fuera muy difícil el que alguien superara su metro setenta y tres. Pero había algo que llamaba su atención en él, y eso lo estaba matando. Él no era gay, claro que no, solo le intrigaba ese apuesto joven de rulos.

No pudo aguantar más el frío silencio, y quiso hacer algo para escuchar nuevamente esa rasposa voz. Que quisiera hablarle en ese momento no tenía nada que ver con el hecho de que el ojiverde estuviera a sorbos de terminar su taza, claro que no. Louis intentaba convencerse de eso al menos.

—Me llamo Louis —dijo de golpe, nervioso. De pronto comenzó a atropellarse con las palabras —. L-Louis Tomlinson.

El chico lo miró lentamente, primero ligeramente sorprendido, pero luego su expresión cambio para tornarse divertida. Mostró una sonrisa que el ojiazul advirtió que no era sincera, sino que era una sonrisa sínica. De igual manera le resultó atractivo, dejándole a la vista un par de profundos hoyuelos a ambos lados. Pero se sintió intimidado, nuevamente.

— ¿Seguro que quieres ir por ese camino, Tomlinson? —preguntó divertido, elevando una de sus oscuras cejas.

Realmente no entendía exactamente a lo que se refería el. Tan solo quería saber su nombre.

—Quiero tener una conversación, tan solo eso —intentó mentir, decidió que le había salido bien.

—Seguro —se rió de una manera realmente molesta, y exagerada.

—No quieres decirme tu nombre, está bien—-le dijo enojado, de verdad lo estaba. El chico le estaba colmando la paciencia que tenía, y tenía mucha —. Me importa una mierda.

—Tranquilo, no te enojes, estoy bromeando— le dijo nuevamente riendo, pero esta vez naturalmente, y a Louis le pareció una risa muy bonita —. Harry Styles, un placer conocerte.

Le sonrió, y se fue. Dejándolo con una estúpida sonrisa en el rostro. Aún intentaba convencerse de que solo tenía curiosidad, nada más que eso.

Pero esa noche no pudo evitar sonar con unos orbes esmeralda, y el dueño de aquellos, Harry Styles.

 

 

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⏰ Última actualización: Sep 29, 2014 ⏰

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