53: ¿Ya mencionamos la Saeta de Fuego?

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Si pensaba que el regreso de la Saeta iba a ayudar a que nuestra vida volviera a la normalidad, estaba muy equivocada. Hace días que Ron y Hermione no se hablan ni se miran, y las clases son un infierno más caliente de lo normal. Harry y yo tenemos que sentarnos juntos entre los otros dos para evitar a toda costa que se arme un problema.

El jueves a la mañana vamos a la torre de Adivinación y pasamos unos horribles diez minutos esperando a que abran la puerta, cada uno intentando distraer a una de las partes conflictivas. Por suerte, a Hermione le hablas de la tarea de la materia que sea y se olvida al instante del mundo y comienza a hablar del trabajo. Pero hoy me toca con Ron y con él es más difícil. Tiene cara de perro y los brazos cruzados, y cada tanto echa miradas furiosas hacia donde están Hermione y Harry, aunque sin mirarla directamente.

—Oye, Ron —digo, rascándome la nuca y pensando qué diablos decirle para distraerlo—, ¿recuerdas lo que me preguntaste en Navidad?

Ron alza las cejas sin comprender y vuelve a poner cara de desinterés.

—Sobre Cedric.

—Ah —dice y se pone colorado como yo me puse en aquella ocasión—. ¿Me vas a contestar?

—Sí. Nos besamos.

—¿De verdad?

Yo asiento.

—¿Una vez o más?

—Más de una vez —digo con la cabeza alta y con cara de Lady Leyla.

—Oh. Bueno, bien por ti. Pensé que no iban en serio.

—Lo sé, y debe haber un club de apuestas con mucha gente esperando que nos separemos.

Ron hace una mueca.

—No estoy seguro, pero sí escuché a unas chicas de Ravenclaw diciendo que esperaban que Diggory estuviera libre para San Valentín.

Yo resoplo, perdiendo toda mi compostura de Lady Leyla, y en ese momento aparece McGonagall para llevarnos a la Sala Común.

—La profesora Trelawney se encuentra enferma —dice—, como seguramente ya predijo hace mucho.

Hermione y yo nos sonreímos y entramos a la Sala Común. Ron está de mejor humor y no parece querer hablar de Scabbers otra vez. Eso es bueno. Pero lo malo es que ya me gasté un recurso de distracción.

Cuando termina la primera hora libre, el cielo gris se transforma en una nevada que al principio parece simpática, pero con los minutos crece y crece hasta que las ventanas empiezan a taparse de nieve y la Sala Común pierde calor. Me voy a la habitación de tercero, cierro la puerta detrás de mí y abro la ventana de par en par; entra un viento helado que no me acobarda, aunque me despeina. Me acomodo mi querida boina sobre mi cabeza y hago sonar mis dedos antes de comenzar.

—Vas a desear no haber venido —le digo a la tormenta. Miro alrededor para asegurarme de que no haya nadie y luego saco una mano por la ventana y abro un camino en el aire, entre la nieve que cae a la altura de la ventana; es un pasadizo angosto, pero sin nieve al fin. A la derecha despejo otro camino, pero el primero se cierra antes de que empiece con el tercero. Pateo el suelo y cambio de estrategia: ahora intento crear una pared de aire que contenga la nieve del otro lado, pero a los pocos segundos se da vuelta y empieza a mandar la nieve adentro de la habitación. Primero me quito los copos de encima con una sacudida, luego los espanto con las manos, pero todo se sale de control y la nieve empieza a entrar como si un gigante estuviera tirándola adentro con baldes.

—Maldición —digo al caer hacia atrás. Salgo de la montaña de nieve y saco la varita de la túnica y apunto afuera para empujar la nieve lejos de aquí. Cuando vuelve a nevar como si nada hubiese pasado, cierro la ventana, uso un hechizo para juntar la nieve y la echo rápidamente hacia afuera. Luego seco la alfombra del suelo y olfateo de cerca para comprobar que no haya nada húmedo.

Leyla y el prisionero de Azkaban | (LEH #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora