Oía retumbar mis pasos por el pasillo. Las paredes blancas se abalanzaban sobre mí haciéndome ver la realidad. Empieza un nuevo curso, ya casi el último. Un cambio de ciclo con unas consecuencias que aún desconozco. Con mis dieciséis años estoy lista para comerme el mundo. Recorría el sendero de baldosas en un extraño silencio. No hay ni una sola alma en el camino al patio central del colegio donde nos reunimos todos los alumnos el primer día de cada curso. Sigo caminando con paso firme hasta la puerta de salida. Cuando llego allí me paro y suspiro. ¿Quiero hacer esto? ¿Realmente importa lo que yo quiera? Desvío la mirada y veo mi reflejo en un cristal. Sonrío. Yo puedo con todo. Ya nada me va a parar. Abro la puerta y cruzo el umbral. El sol ocupa todo el espacio en el que me encuentro dejándome al descubierto para miradas de desprecio, indiferencia y asco de mis compañeros de clase. Oigo oraciones como "Ya está aquí una pringada" y "Qué existencia más triste". Ante tal crueldad humana coloco sobre mi cara una sonrisa, la más verdadera de la que dispongo. Ya he vivido mucho tiempo preocupada por gente a la que no le importo ni un ápice, así que ya no me afecta lo que digan. Me dirijo bien erguida al lugar donde esperan mis amigas. Todas están sonriendo. Las risas invaden mi mente mientras llego a esa parte del patio apartada del mundo, con una alegría para nada comparable con la de los demás. Una lágrima surca mi mejilla mientras río con ellas. Todas estamos rojas al borde de un ataque de risa, mientras las demás nos miran con aires de superioridad, pero, ¿por qué nos tendría que importar?
La puerta por la que he entrado hace unos minutos se vuelve a abrir y no me resisto a la tentación de averiguar quién es el que entra por ella. Un chico, con el pelo largo aparece de la nada en ese patio desierto de compasión. No le conozco. Debe ser nuevo. Debe ser como todos los demás. Sigo mi conversación sin poder apartar la mirada de él. La gente susurra que es el nuevo y van todos en rebaño a darle una "calurosa bienvenida", que consiste en amordazarlo en una posición social a base de un cuestionario variado. El chico contesta con temor, mirando hacia nuestra dirección. ¿Qué pensará? ¿Qué somos la basura de la sociedad? Retomo la charla con mis amigas apartando la vista de él. Al cabo de media hora, el profesor consigue imponer el orden y nos empieza a clasificar en grupos.
- Clase A. – Sigue diciendo nombres que tienen una historia oscura detrás. Pero hace una mueca extraña y pronuncia un nombre nuevo. – Sebastian Pérez. – Es el chico nuevo. En lo que el profesor tarda en decir el próximo nombre, algo dentro de mí se enciende. Mi apellido es Silva, solo nos separan dos letras. Espero que haya alguna erre de por medio.
- Aitana Silva. - Oh, va delante de mí en la lista. Increíble.
El pobre hombre sigue nombrando a alumnos cada vez más alto para hacerse escuchar encima del griterío de su pesadilla. Algunas de mis amigas van a mi clase, pero me han separado de mi mejor amiga. Bueno, todo no se puede tener, ¿o sí?
Al acabar las explicaciones, nos dejan irnos a casa. Después de prepararlo todo para mañana y de cenar, me voy a dormir.
A las 8:30 estoy en el aula asignada, esperando al profesor de biología mientras hablo con mis amigas. El chico nuevo se sienta delante de mí, de acuerdo con el orden de lista. También hace biología. Siguiendo este criterio debe de estudiar también física y química. Lo voy a ver más de lo que pensaba.
Los días pasan sin ningún sobresalto más de los ya normales, tales como insultos y discriminaciones a nuestro grupo por parte de los alumnos de nuestro curso.
En la hora del patio el chico nuevo se nos acerca.
- Creo que aún no me he presentado, me llamo Sebastian.- Su tono de voz refleja un profundo miedo a lo que le podamos decir a continuación. He observado que estas últimas dos semanas ha estado siempre solo, pero no he encontrado el momento para hablar con él.
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Sobrevivir
RomanceBueno..... Y este es el primer relato de amor que hago que creo que me ha quedado bien.