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El Payaso estaba montado sobre el vehículo más grande, un especie de camión que portaba un cañón gigantesco, saludando a la muchedumbre y sonriendo como lo había hecho los últimos veinte años, sólo que por primera vez en años, parecía que realmente deseaba sonreír. Después de todo se haría millonario dentro de poco. Aunque realmente no necesitaba millones. Los asesores acompañaron a Malcom hasta el Gran Vehículo y lo ayudaron a subir. El Payaso en persona le tendió una mano y cuando subió, el Payaso alzó la mano de Malcom. El público gritó enardecido en respuesta.

- Así que ya estabas impaciente muchacho, - le dijo el Payaso por un lado de su boca – lo lamento chico. Estábamos preparados desde ayer, pero no pudimos conseguir buenas cámaras. ¡Y queremos retener el momento en alta definición! ¿No?

Una palmada del Payaso cayó sobre la espalda de Malcom, pero él ni siquiera lo notó. Estaba estupefacto. No podía creer lo que acababa de oír. Sintió cómo la ira aumentada por su inductor sensorial inundaba su cuerpo a borbotones. Pero hizo un esfuerzo por calmarse. Ya estaban en camino. De nada serviría increpar al Payaso ahora. El payaso hizo un gesto de Silencio al público. Los setenta mil simpatizantes guardaron un silencio sepulcral.

- Amigos, esta noche - dijo el Payaso con una solemnidad digna del sumo sacerdote de todas las religiones - ¡vamos a patear traseros!

El público nuevamente enloqueció lanzando challas y serpentinas, mientras la Caravana de la Libertad iniciaba su camino. Malcom estaba observando un carnaval en torno al sufrimiento ajeno. No le importó mientras salvasen a Rhor. No era importante. Entre los asistentes estaba el hombre calvo del evento del Payaso en la Primera Casa.

- ¡Qué diablos! - dijo sonriente al ver pasar la caravana.

La Caravana de la Libertad comenzó lentamente su viaje a Rhor entre aplausos, vítores y el Sol de mediodía que bañaba la Ciudad. Malcom se dirigió al Payaso.

- ¿Tenemos una radio? – preguntó - necesito, al menos, decirles que vamos en camino.

- ¿Una radio? Sí, sí, claro que sí - respondió el Payaso ausente, e hizo un gesto al piloto del vehículo - pásale una radio al muchacho.

El chofer obedeció robótico. Malcom le gritó la frecuencia de Rhor hacia la cabina del vehículo. El chofer sintonizó la radio sin prisa. A un gesto del Payaso, una cámara enfocó un acercamiento al rostro de Malcom.

- Atento Rhor, atento – habló por el micrófono esperanzado - ¿me escuchan? Cambio.


En Rhor la radio transmitía fuerte y claro los llamados de Malcom en una sala completamente vacía mientras los malgastados, hambrientos, sedientos y desesperanzados soldados atacaban las reforzadas puertas de la ciudadela. Las hachas caían sobre las puertas haciendo volar pedazos y astillas, pero por sobre todo haciendo un enorme ruido que ya había sacado de su tranquilidad a las Bestias en el exterior. Comenzaban a incorporarse, a estirarse y flexionar sus músculos y articulaciones. Ponían toda su atención predatoria en las puertas de Rhor y ya comenzaban a mostrar los dientes.

Robin y Jim observaban cómo las puertas que habían resistido a las Bestias, comenzaban a ceder lentamente ante los hombres. Todos los asistentes observaban en silencio. Incluso estaba el leñador que había abierto los agujeros en los muros de Rhor, no participaba, pero mantenía el hacha en su mano, pues cuando las puertas cedieran pensaba salir y cobrar sangre con su último aliento. Embestida tras embestida, las puertas se debilitaban. Las familias se acercaban, los padres abrazaban a sus hijos, las madres trataban de contener su llanto. Bor gritaba palabras de ánimo a sus soldados para evitar que este traspié mermara sus ganas de pelea, no podía esperar a que las puertas se abrieran.


- Atento Rhor, atento - repitió Malcom esperanzado - ¿me escuchan? ¡Soy Malcom! ¡Cambio!

El payaso observaba su celebridad cuidadosamente, ya estaba preparando un plan por si ya se había hecho tarde para salvar a Rhor. No podía perder el espectáculo que había prometido. Posó una mano sobre su hombro.

- No te aflijas Ciudadano Jerry, - dijo con una expresión de tristeza y asegurándose estar en la visual de las cámaras - hoy los caídos serán vengados.

- ¡No están muertos! – respondió Malcom desesperado - ¡Atento Rhor! ¡Cambio!

Discretamente, el payaso ordenó un acercamiento de la cámara a la cara de Malcom.


Los habitantes de Rhor continuaban observando cómo las puertas comenzaban mostrar agujeros a través de los cuales podían ver las Bestias agitándose al otro lado. Robin estaba a un lado de Jim sin poder aceptar que no podía hacer nada excepto mirar cómo derribaban las puertas. Se volteó hacia Scott.

- Reúne a los que puedas sin que te vean, - le dijo en voz baja - vayan a la Casa del Séptima Día, aseguren las puertas y guarden absoluto silencio. Si las Bestias entran a Rhor, aguarden ahí hasta que se retiren, tal vez no las encuentren.

- Buscaré agua y alimentos, si es que encuentro - contestó Scott asintiendo con la cabeza.

- No, - dijo Robin - no hay tiempo. Ve, ahora. Pasa lo que pase, oigan lo que oigan, no salgan de ahí.

Scott se retiró de las debilitadas puertas de Rhor sin ser notado y comunicó el plan a sus dos compañeros de religión de mayor confianza. Los tres se fueron acercando sigilosamente a algunas de las familias que no estaban de acuerdo con la idea de Bor y que estaban por las orillas del gentío, pudiendo apartarse sin ser vistos y dirigirse individualmente hacia la aguja que se erguía en el centro de la ciudadela, la torre de la Casa del Séptima Día.


- ¡Atento Rhor, atento! - dijo Malcom nuevamente - ¿me escuchan? ¡Soy Malcom, cambio!

Silencio.

- ¡Atento Rhor, atento! – insistió Malcom nuevamente - ¿me escuchan? ¡Soy Malcom, cambio!

Nada.

- Atento Rhor, ate... - la voz se le quebró.

No podía creer que habiéndose esforzado tanto, no servía de nada. Que aunque hubiese conseguido ayuda ya era demasiado tarde. Soltó el auricular de la radio, se apoyó en la baranda cabizbajo, cerrando los ojos y tratando de contener su frustración. Las cámaras transmitían la desesperación de Malcom con todo detalle a las pantallas gigantes en la Ciudad. El público estaba expectante, no emitía ruido alguno. El Payaso levantó el auricular de la radio lentamente pensando en cómo evitar que su negocio se fuese al trasto de la basura y se dirigió a la cámara.

- El pueblo de Rhor, - dijo en un tono solemne - fue uno valiente. Un pueblo trabajador, amante de la paz y la justicia, que en sus últimas horas no obtuvo paz, producto de una injusticia. Sus almas ahora son libres de la carne. Vuelen almas libres, vuelen alto.


Prácticamente se podía cortar el silencio con un cuchillo, exceptuando los golpes de hacha sobre las deterioradas puertas de madera. Bor ya había cesado de avivar a la muchedumbre asistente, ya sólo estaba preocupado de la inminente salida al ataque.

- ¡Enciendan las antorchas! - comandó en voz alta al ver que las puertas estaban cerca del colapso.

Los soldados obedecieron. Robin se acercó a Jim.

- Cuando las puertas caigan, - dijo en voz baja - debemos procurar que todos salgan. Debemos alejar a las Bestias de la Casa del Séptimo Día.

Jim asintió lealmente.


ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora