Degollando al sistema

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“A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota” María Teresa de Calcuta.

Ana Osorio se convirtió hace algunos años en la chica mas rebelde de la escuela, era la pendenciera de todos; la que no hacía sus deberes escolares e insultaba a los docentes. La vida me puso a Ana en mi camino el día en que comencé a portar la misma insignia escolar que ella; El día en el que comencé a sentarme en un asiento de la misma aula. Ana siempre fue despreciada por todos y quizá aquellas travesuras que realizaba no eran más que excusas para llamar la atención porque buscaba cariño. Con el pasar de los días Ana seguía con sus aborrecidas actitudes, verla a los ojos era entender que no le agradaba quien era pero nunca veías la intención de un cambio, alguna fuerza inexplicable la impulsaba a ser quien era y por más que intentaba entenderle, no podía. Pasaron semanas y meses en los que Ana Osorio hacia con el salón lo que se le viniese en gana; Semanas y meses que invertí observándole y contestando a mi temario de preguntas. Lo que me comenzó a vincular con aquella chica no era amor, era lastima lo que hacía que hubiese cierto interés en encontrarle respuesta lógica a sus acciones. Era una persona misántropa que no dejaba que nadie se le acercara, sentía pena por ella, de algún modo quería convertirme en su ángel guardián. A leguas noté que vivía una vida totalmente vacía donde llegó un punto en que aquel modo de vivir formó por tanto tiempo parte de ella, que ya el lado negativo que podía tener era imperceptible a sus ojos, la costumbre era lo que la mantenía en pie puesto que nunca nadie le daba el punto de vista que podía desequilibrar la manera en la que visualizaba su mundo. Recuerdo el día en el que finalmente expulsaron a Ana del colegio, al parecer yo era el único que no tenía una sonrisa dibujada en la cara por aquella noticia, no hizo más que desanimarme el hecho de que a lo mejor ya no podría conseguirle una respuesta a sus actitudes. Quizá solo quería salvarle porque sabía que mas allá de lo que hacía no era feliz consigo misma. Antes de retirarse del instituto me acerqué a ella mirándola a los ojos, fue la primera vez que intercambiamos miradas desde una distancia tan reducida.

—Lamento  lo de tu expulsión Ana, me agradaría no perder la comunicación contigo —dije titubeando.

Sin gestos y sin palabras arrancó una hoja de uno de esos cuadernos que no se preocupó en rellenar con las tareas que los profesores nos asignaban y anotó una dirección.

—mañana a las seis de la noche. —Me entregó el papel y se retiró.

Fue la despedida mas bizarra que viví en mi vida pero de Ana Osorio podía esperar cualquier cosa menos algo a lo que pudiese llamar normal.

El día siguiente cayó encima de mí, por lo tanto me coloqué una playera azul que saqué del armario, unos vaqueros y  mis zapatos favoritos. Me dirigí hacia la dirección que Ana me había dado, no estaba muy seguro a que parte de la ciudad me dirigía, lo único que sabía era que tenía una oportunidad para rescatarle de lo que sea que estuviese haciéndola ser quien era. Al chocar con el lugar me encontré con algo distinto a lo que mi mente había pintado en el camino. Era más como la zona donde tus padres no te dejarían visitar a un amigo, si, era exactamente cómo eso. Por doquier veía chicos con un cigarro entre los dedos, Gente ebria hablándose a sí misma, a una pareja arrecostada en una pared de concreto comiéndose la boca y una muchedumbre de chicos con poses que los etiquetaban como criminales. Ana me había metido en un agujero donde ser distinto me convertía en la presa. Entre La gente que circulaba a mi alrededor pude oír un murmullo mencionando mi nombre. Giré la cabeza por detrás de mis hombros y pude ver el rostro de Ana después de un día de su expulsión. Lucia distinta, muy similar a las personas que se encontraban en el entorno en el que no hallábamos situados. Vestía una camiseta con agujeros, un short muy ajustado que remarcaba su trasero y no podía faltar el cigarro que sostenía con sus dientes; No estaba seguro de si el cigarrillo daba elegancia a la gente de la zona pero si estaba seguro de que daba cáncer. Sin tan siquiera un estrechón de manos o un beso en la mejilla, nos sentamos debajo de un árbol a conversar, se me tornaba complicado mantener un conversación sería con aquel humo que despedía su habano, debía de girar mi cara a un lado para no ahogarme. Ella era una chimenea y yo estaba tragándome todo ese hedor repleto  de nicotina. Comenzó a contarme fragmentos de su vida que sabía que eran de mi interés, me habló de una familia disfuncional, padres separados, hermanos presos y depresión en el hogar. Según lo que contaba, el padre tenía cáncer por efectos del cigarrillo; debían realizarle constantes diálisis y tratamientos que  cobraban facturas que los ahorros familiares no podían costear.

Ana OsorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora