Te amé, eso creí. Me analice. Miré mi reflejo como mira un chico a su padre después de haber roto algo. Mirada perdida de lástima, sintiéndose culpable por la posición en la que quedó. Mirándome hacia abajo, pocas ganas de verme la cara semidestruida por las lágrimas de problemas amontonados.
Fuiste lo que duraste. Algo corto, momentáneo, inseguro. Pero no me puedo quejar, fue hermoso. Quizás sea un adicto a la incertidumbre amorosa, al no saber, al sentir la adrenalina efervescente recorriendo muchos centímetros cuadrados de mi cuerpo, esperando una respuesta. Duele prevenir y aceptar que puede haber un "no" dubitativo como respuesta, así que evité pensarlo. Evité imaginarme tu respuesta para mantenerme en pie y tener una relación sana con mi cerebro hostil que intenta derrumbarme cada vez que tiene la posibilidad.
Si es que puedo llamarme escritor, me considero un escritor pesimista. A pesar de que no me gusten las etiquetas por la mínima razón del auto-condicionamiento al conformismo y la comodidad de sentir que el cambio no es necesario, inclusive cuando se presenta gratuitamente. Pero desapareciste eso en mí.
Sin luz no hay cine. La iluminación crea colores y brillos, así como sombras. Por eso, aunque no esté del todo seguro, te dije alguna vez que sos luz. Fuiste la que no dejó que los colores escapen y que mi vida se transforme en una monótona escala de grises. Pero como toda luz, dejaste sombra.
Tu sombra me persiguió y me persigue hasta el día de hoy. Recordándome lo bueno pero poco duradero de tu compresión, cariño y fe. Decido escudarme en el olvido y no permitir que las cosas malas vengan a mi mente. Dos indecisos juntos no son una buena combinación. Dos polos iguales no se atraen, a pesar de leves diferencias.
Hoy te recuerdo como una película technicolor de la que no quiero olvidarme y de la que estaría gustoso de tener una secuela, a pesar de toda consecuencia probablemente predecible.
Gracias.