Amante

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Creía que el día y la noche eran muy distintos. Siempre habían estado separados, viviendo ambos en el mismo cielo, pero sin comunicarse. Pero, a decir verdad, me equivocaba. Y es que hay un lugar donde ambos mundos se comunican, aunque muy pocos lo conocen, ese es el atardecer.

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Las puestas de sol son bellas, en especial los que se observan en la playa, cuando ves como el Sol, agonizante y cansado, se "hunde" entre el inmenso mar, las puestas de sol para mí, es el momento exacto de pensar, de reflexionar, de poner sobre la mesa tus más grandes miedos o esperanzas en un acontecimiento que te deja perplejo por el silencio, por los colores, donde puedes hablar en voz alta si es que así lo prefieres. Te puedes comunicar sin esperar respuesta, pero no dudes porque tú mismo te las das.

Cuando el sol desaparece entre lo ancho del océano, entre las planicies o las grandes montañas, dejas llevar todo lo acontecido que pasó en ese día, ya estés triste o eufórico, ya estés perdido o en mitad del camino, llegan a ese claro despejado de nuestro interior, y despiertan nuestros sentimientos, sean cuales sean éstos.

Dejas que es sol, se lleve tus problemas, al menos por ese momento, deja que se lleve el estrés de la rutina, de tu vida. Estas en una soledad absoluta pero no te carcome, al contrario, hace que te encuentres tú mismo, hace que pienses qué quieres para el día de mañana.


Un genial paisaje para perderse en el silencio.


Los atardeceres son sanadores, cuando empezaban solo tenías que pensar en eso que te afligía, dejarte sentir débil unos instantes pero luego cuando el sol empezaba a bajar, a nada de ocultarse, solo debías cerrar los ojos, respirar hondo tres veces y sonreír.

Luego, el sentirse mejor era asegurado pues tendrías la plena seguridad de que tu dolor se había ido junto con el sol, te hará sentir mucho mejor que hace unos minutos.

Un rojo sanguinolento tiñe las nubes bajas y el horizonte se abre, brillando en una extraña luz. Una gama de colores cubre el cielo, el azul va oscureciéndose, y todos los colores de la luz van apareciendo, rondando casi al nivel del suelo. En los atardeceres las flores se despiden y se acurrucan, listas para un profundo sueño. Los búhos se despiertan, ululan a las estrellas y rinden tributo a la noche. En los atardeceres también el tiempo parece detener su incesante corriente, breve pero notablemente. En resumen, los atardeceres son mágicos.

Te despierta aunque al pasar los minutos se haga de noche, te hace vivir un poco.

Cuando el día fue cansado, triste o nada motivante, ver un atardecer hace que sientas el propósito del por qué te pasó, te hace entender. Reitero que te hace reflexionar, entras en un trance hermoso, te pierdes en los oscuros colores, que poco a poco se van apagando, pero te regala vistas hermosas, te motiva.

Cuando tu día fue apremiante, te pones a pensar mil veces que fue eso tan maravilloso que hiciste para que te regalara un buen momento, sientes la vida más ligera cuando te despides del sol, le agradeces inconscientemente el haberte escuchado, te regalara minutos de esperanza y le pides por inercia y sin darte cuenta que te apremie con otro buen día.

Te sientes bien, libre, sin cargas, independientemente de su estado de ánimo, el atardecer se encarga de aligerar tu peso de la vida, sientes que te quitaron una gran carga de los hombros, te sientes satisfecho y a gusto contigo mismo.

Las sombras de esos colores que ya viste dejan a su paso su nocturna amante, la Luna. Dicen que es el contexto perfecto para dos enamorados, el contexto perfecto para relajarse solo; dicen que es un bello fondo para un cuadro, un buen recurso para una historia.

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⏰ Última actualización: Dec 25, 2016 ⏰

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