Capítulo Seis

224 35 12
                                    

(Antes)-

Ayden

Oregón siempre me ha parecido el lugar más agradable para vivir. Todavía no comprendo qué tipo de estupefacientes han consumido mis padres para pensar que en Los Ángeles lograríamos tener una mejor calidad de vida. Afortunadamente para ellos, decidieron mudarse cuando yo apenas podía hilvanar dos oraciones coherentes. Hoy en día me rehusaría completamente a irme de aquí.

Crecí en Yarmouth; una pequeña parte del estado. Las imágenes que tengo de nuestro hogar allí son muy confusas, casi inapreciables, puesto que a los tres años de edad es el momento a partir del cual los recuerdos comienzan a quedarse más o menos grabados en nuestra memoria. Lo extraño es que recuerdo todos y cada uno de los detalles de la cabaña de mi padre en Portland, a veinte millas de dónde vivíamos. Dichosamente, él siempre sintió un gran cariño por ese sitio y todos los inviernos los solíamos pasar allí, ya que en Los Ángeles puede hacer un perfecto día de playa en medio de Diciembre. Otra de las cosas por las que odio ese lugar.

No recuerdo haber tenido malas experiencias en mi niñez. Cuando eres chico haces lo que se te da la gana y si quieres algo lo pides, y si no te lo dan haces escandalosos berrinches hasta conseguirlo. Tu vida es diversión y los problemas simplemente no tienen tiempo para encajar ni en un minuto de las veinticuatro horas del día. Sin embargo, poco a poco vas creciendo y llegas a la maldita adolescencia. Allí es en dónde ya decides por tú mismo con quién juntarte, te enamoras, te descubres, te enojas, te diviertes, te rompen el corazón y sientes que no te puede pasar nada peor, porque el romper con tu chico o chica ya era motivo suficiente para querer morir.

Sin embargo, a mi adolescencia la viví a cuesta de los demás. La sociedad eligió con quién debía juntarme y mis compañeros descubrieron lo que me gustaba antes de que yo mismo lo supiera.

Recuerdo los millones de momentos incómodos por los que debí atravesar cuando me preguntaban si ya tenía novia, o si ya había dado mi primer beso. Recuerdo lo frustrante que era no poder encajar en ningún lado. Recuerdo qué tan grande debían ser mis esfuerzos para poder ocultar quién realmente era. Recuerdo todos los insultos con los que me daban la bienvenida en el instituto, así también como los de despedida. Recuerdo todo el daño que los comentarios me causaron y cómo quedaron grabados en mi mente, porque aunque una parte de mí sabía que debía dejarlo estar y no darle importancia, las palabras estaban allí. Y no se puede simplemente apretar un botón para eliminar información. Y aunque a veces creía poder contra todo el mundo, al rato todos podían contra mí.

Cuando cumplí los dieciséis mi regalo fue enterarme que mi padre había muerto en un accidente. Si, así de patética era mi vida. Cómo si no tuviese demasiado ya con todo lo que debía soportar, la vida decidió arrebatarme a una de las pocas personas que más me importaban en todo el mundo. Luego de varios meses de pensarlo y de no aguantar ni un minuto más, comencé mi papeleo para mudarme aquí. Mi madre no tuvo otra opción más que dejarme venir, puesto que ya había sacado hasta los boletos de avión con los pocos ahorros que tenía. Ella todavía sigue intentando pedir en su trabajo que la transfieran para mudarse definitivamente conmigo, pero como eso no ha sido posible hasta el día de la fecha, nos vimos obligados a llegar a un acuerdo. Un acuerdo cuyo único beneficiario soy yo. Todos los meses me envía una suma considerada de dinero para poder mantenerme, con la condición de viajar al menos todas las navidades y durante el verano.

El venirme aquí me ha devuelto las ganas de estudiar, me ha devuelto las ganas de sonreír. Al principio fue duro, debo admitirlo. La cabaña necesitaba muchos arreglos y más de la mitad del dinero del primer mes se había ido a parar directamente en la remodelación. Poco a poco fui reconstruyéndola y sintiéndome útil por primera vez en tanto tiempo.

Mi Casualidad Eres TúWhere stories live. Discover now