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La adrenalina de lo prohibido sumada a la pasión que los estaba envolviendo de manera intensa y abrumadora mientras se besaban y se acariciaban con los cuerpos aún algo húmedos, se volvió apabullante. El deseo que bullía bajo sus pieles desde hacía mucho tiempo empezó a erupcionar derramándose a borbotones como lava caliente atravesando sus venas y arrastrando sus almas.

Adler la levantó entre sus brazos y Frieda enrolló sus piernas alrededor de su cintura, el chico la guio hasta la habitación depositándola con cuidado sobre la cama aun desarreglada que habían dejado más temprano, entonces el mundo se detuvo en el mismo instante en que ambos comprendieron lo que estaba por suceder.

Frieda sintió una pizca de inseguridad, no por lo que estaba a punto de hacer, sino porque sentía que no había sido sincera con él al ocultarle que era virgen y que no había sucedido nada con Mauricio, como Adler creía. Sin embargo cuando vio sus ojos empañados de pasión, su cuerpo tenso, su piel húmeda, el pelo pegándose a su frente y a su rostro, la única certeza que tuvo fue que ese era el momento, que ella estaba lista y que era con él con quien quería y quería estar.

Adler la observó mirarlo, no sabía qué cosas pasaban por su cabeza en ese instante pero a pesar de que se veía excitada, a pesar de saber que ella misma le había planteado esa escapada de fin de semana para que pudieran avanzar, la notaba algo ansiosa. Frieda era una chica abierta y sin complejos, era así en todos los aspectos de su vida y él esperaba que también fuera de esa forma en el ámbito más íntimo, de hecho así se había mostrado desde el inicio. Sin embargo algo en su mirada le decía que ella no tenía demasiada experiencia. Y no es que él la tuviera, solo había estado con Ava y —aunque no se lo había dicho a Frieda—, aquella vez en la biblioteca, había sido su segunda vez, y al igual que la primera, no había sido muy placentera.

Un miedo cruzó por su mente, ¿y si Mauricio era mejor que él? Era obvio que tenía mucha más experiencia y quizá sabía llevarla mucho más lejos de lo que él podría.

—¿Estás segura? —se animó a preguntar. Ya no había vuelta atrás, ambos estaban allí expectantes y deseosos, la relación había sido explosiva y pasional desde el inicio y llevaban demasiado tiempo sin llegar a más. Ambos lo deseaban, Frieda solo asintió.

Adler decidió que sería suave, lo más tierno posible, dulce en extremo. Eso era lo que esa chica de mirada algo asustada que lo observaba con los ojos chispeantes de deseo y las manos aferradas a las sábanas, le inspiraba en ese momento.

Y se tomó su tiempo, todo el tiempo que ese sábado de tarde les regaló, un día sin horas, sin apuros, sin responsabilidades. Adler besó cada centímetro de su piel y de su ser mientras sus manos acariciaban cada rincón de su cuerpo. Frieda pronto olvidó sus temores al tiempo que el deseo y la extrema necesidad crecía de forma abrumadora haciéndola olvidarse de todo. Pronto dejó también en libertad a sus manos y a su boca, que se aventuraron a buscar senderos, caminos, rincones, en el cuerpo del chico que la estaba volviendo loca.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora