Nuestro quiebre

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Miraba el techo de la habitación desde el colchón. Había mantenido la posición fetal en la cama, hasta que su brazo derecho comenzó a dolerle de tanto que lo aplastaba.

Le dolían los ojos al igual que el corazón.

Sentía las mejillas entumecidas de tantas lágrimas que se habían deslizado por ellas.

Quería quedarse seco.

No quería seguir llorando, pero al parecer era lo único que sabía hacer desde que todo su mundo se había derrumbado.

Ya no eran seis.

Quizás nunca lo habían sido.

Todo era su culpa. Si él no se hubiera enamorado y casado con esa chica, entonces no se habría marchado de la casa, dejándolos como quintillizos. Si él no se hubiera ido, entonces Osomatsu quizás hubiera luchado más cuando lo atropellaron y quedó en coma.

Todomatsu lo sabía.
Su hermano mayor había preferido la muerte antes que volver a una vida donde alguien le faltaba.

Aunque los cuatro estuvieran alrededor de la cama del hospital, gritándole que no se rindiera, que lo necesitaban, que lo querían... Simplemente se fue. Decidió irse.

Lo envidió. Sintió envidia desde lo más profundo del corazón.

Osomatsu partía por una cuestión de hermandad rota. Siempre había dependido de su puesto como el mayor de ellos y le era insoportable que su "unión" se rompiera, tal como aquella vez en la que Choromatsu consiguió un trabajo.

Pero, Totty quería marchar por otra razón.
Su amor se había enamorado de otra persona y se había ido sin siquiera estar enterado de sus sentimientos.

Karamatsu era feliz mientras él estaba ahogándose en todas las palabras que nunca había dicho.

Su culpa.

Verdaderamente era su culpa.

Quizás si se hubiera confesado a tiempo, Karamatsu le habría dado una oportunidad. Siempre ponía a sus hermanos antes que a él y esa chica habría quedado en segundo plano.

Quizás, Osomatsu no habría muerto al no tener motivos para rendirse y entonces, Ichimatsu no se hubiera suicidado.

Habían pasado solo dos semanas desde la muerte del mayor, pero para Ichimatsu había sido eterno.

El mundo de protección y confort que era solo suyo se había roto. Eran sus hermanos quienes se lo daban, pero debían ser los cinco juntos. Sin Karamatsu y sin Osomatsu, al que veía como su ejemplo a seguir, no podía continuar.

Jyushimatsu fue el que lo encontró colgado esa tarde.

Él solo había ido a practicar béisbol, él no quería que su hermano se matara.

De seguro, si hubiera permanecido en casa con él, Ichimatsu no lo habría hecho.

El shock lo impactó con tanta fuerza que su mente se quebró. Su boca perdió su característica sonrisa hasta quedar en unos labios sellados y su mirada comenzó a ser opaca. El bate de béisbol cayó al suelo.

Niebla. Oscuridad.

Lo rodearon.

Lo consumieron.

Era un chico malo, era su culpa que Ichimatsu ya no estuviera con ellos.
No había sabido cuidarlo. Él siempre lo cuidaba, lo protegía, ¿por qué no podía hacer lo mismo?

El dolor de su alma era tan grande que solo los gritos desesperados de Choromatsu y Todomatsu le hicieron darse cuenta de que se estaba clavando las uñas en los brazos hasta sangrar.
Sus piernas también. Rasguños, sangre, golpes.

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